30 de abril de 2018

TITULOS Y DIPLOMAS


Alberga mucho la naturaleza humana de necesidad de reconocimiento, de saberse aceptado, comprendido y a ser posible, admirado. Para conseguirlo vamos acumulando lo que consideramos méritos, en un intento de alcanzar el deseado efecto adulatorio general. Todo ello genera, en ocasiones un cúmulo de artificio del que quizás no seamos verdaderamente conscientes, pero que puede acabar, en el peor de los casos en rifirrafe innecesario.
 Díganme si no la necesidad apremiante que puede tener un licenciado en Derecho de poseer, además del título que lo avale como tal, un sin fin de diplomas adicionales que lo acrediten en tantas especialidades como asignaturas ha estudiado mientras cursaba la carrera en cuestión. O títulos de Universidades paralelas dando fe de haber asistido, cual alumno aventajado, a cursos iguales pero con nombres distintos de los que ofrece su facultad primigenia.
Ganas de complicar, o como diría un mal pensado de sacar dinero por parte de las entidades públicas y privadas, en lugar de tratar de perfeccionar su funcionamiento en un justo porcentaje de alumnado, profesorado y burocracia.
Lo último hasta el momento ha quedado en el Máster cuasi obligatorio para poder presentar un curriculum que merezca la pena. La moda americana del máster se impuso con fuerza hace años como mala copia de los estudios de post-grado en universidades como Yale o Berkeley, famosas por el elevado índice de Tesis doctorales laureadas.
En España la “titulitis” es un fenómeno que nos retrata desde antiguo, como colofón del viejo refrán que dice que la apariencia es el factor principal, mayor que lo natural e incluso real. Nos sumamos al carro de las enmarcaciones de diplomas como niños que coleccionan  cromos, y para verificarlo, recuerden una sala de espera de médico o abogado joven, donde las paredes carecen con ellos del temido “horrore vacui”.
La avaricia de títulos, colgados o apilados en cartera está terminando por romper el saco de muchos de los apresurados estudiosos o compradores de los mismos, y como  muestra el botón actual de lo ocurrido a la presidenta de Madrid, es la demostración palpable de dicha avaricia.
¿Creen de verdad que necesitaba la señora Cifuentes para gobernar mejor la comunidad un nuevo máster que añadir a su colección de diplomas?  ¿Es que con él tendría más claridad a la hora de emplearse a fondo en dicha gobernación?   ¿Cuál fue la intención de perseverar en su afirmación de haber realizado el trabajo encomendado después de la negación de profesoras de haberlas examinado? Absurdas respuestas a un igualmente absurdo asunto del que era difícil salir sin consecuencias.
La aseveración rotunda y un poco chulesca de la interesada tratando de hacer ver que el título en cuestión le pertenecía y manteniéndose en sus trece cuando ya la evidencia la condenaba, ha originado uno de los episodios más patéticos de los ocurridos últimamente en cuanto a degradación política nacional. El partido que la ha sustentado ha demostrado no poseer en absoluto altura de miras y se ha visto involucrado por su ineficacia.
 Que haya sido un todavía más rocambolesco tema el detonante de la detención no altera la indignación popular por tan alto grado de mentiras y tiempo perdido, apariciones televisivas y rollos de tinta gastados en el tema, mientras cuestiones más acuciantes esperaban en la comunidad de Madrid, y por desgracia, en el resto del país.
Seguimos siendo en ocasiones el país de pandereta que confesara Machado y parece que de tanto en cuando necesitamos fanfarria para sentirnos vivos y en alerta.
Nos vendría bien  un máster en racionalidad.
                                                                                          
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)

17 de abril de 2018

RUMORES


La rumorología no siempre coincide con la verdad, aunque a veces, acaban en ella, suele decirse entre los periodistas que, por regla general, suelen hacerle caso. A pesar de ello, me entristece que algunas noticias relacionadas con el municipio sean objetos de rumores lejanos en lugar de llegar con la trasparencia que debieran. Y es que, en ocasiones, el ciudadano se hace preguntas que solo son contestadas a través de rumores o chismorreos.
Hoy voy a hacerme eco de uno de ellos porque afecta a un asunto del que acostumbro a escribir con cierta frecuencia.:la necesidad perentoria de una biblioteca en Marbella, y lo que supone que una ciudad como ella lleve largo tiempo con su carencia.
No conozco, lo digo abiertamente, ningún municipio cercano (algunos muchos más pequeños y con menos renombre que el nuestro) que carezca al menos de una biblioteca pública. Todavía más, las que conozco son edificios con solera y de una elevada prestancia. Marbella parece no necesitar el apoyo que los libros prestan al conocimiento y al acervo cultural de sus ciudadanos. O somos enciclopedias vivientes o nuestros mandatarios poseen un alto índice de necedad. Me temo lo peor.
Vayamos al rumor. Se dice que en el lugar que ocupaba hasta hace muy poco el Museo de los Bonsais, ahora clausurado, puede instalarse la esperada biblioteca, sustituyendo con ello, plantas especiales por libros. La noticia la he visto, incluso, escrita en algún periódico del ramo, ahora sí, en pequeñísimo formato, como si no quisieran darla. Lo he oído también de voces que considero informadas, pero en tono bajo y como al desgaire.
Imagino que la noticia, expresada así, puede corresponder a dos cosas: Una, que no sea cierto, y otra que quienes lo dicen piensen, como hacemos algunos, si de serlo, el lugar sería el más apropiado.
No por su ubicación, sino por las condiciones que, imagino ha debido tener el recinto mientras albergaba a esos árboles enanos, algunos de gran belleza. Condiciones que implicarían un grado de humedad alto, para su supervivencia, como casi toda planta que se precie. Y esa humedad habría de ser totalmente perjudicial en el supuesto caso de que decidiesen introducir en él los libros correspondientes.
Al ser solo un rumor que, al paso del tiempo parece no cumplirse, he decidido no preocuparme por ello, imaginando, de buena fe, que los implicados en el tema, habrán considerado lo de la humedad y demás consecuencias al margen.
No puedo, sin embargo reprimir una pregunta que como siempre, se escapa de mi cabeza al teclado: ¿Es posible que el Ayuntamiento de Marbella no encuentre un local adecuado al cabo de los años, para instalar en su interior una base de conocimiento y cultura tan importante? 

No creo que la creación de una Biblioteca digna fuese a significar el empobrecimiento de las arcas de la ciudad, más bien un gasto necesario entre los muchos que, entiendo, debe tener el consistorio. La extrañeza me viene de no haber visto reflejado en presupuestos anteriores partida alguna para ello, como si en lugar de un bien común cultural se tratase de una más de las muchas fanfarrias que a veces, nos vemos obligados a soportar.
Marbella no debería consentir que un elemento de ese calibre falte en su entorno si quiere merecer el título de ciudad completa y municipio destacado.

No solo de pan vive el hombre, dice un pasaje del Evangelio, y en esos términos, aquí tal vez poseamos ciertas cosas de relumbrón actual, pero siguen faltando las imprescindibles. Y una biblioteca, lo es. Algún día se darán cuenta del error.
                                                                                                       
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)