Estamos en un momento crucial en el que gran
número de personas sufre carencias tan esenciales que Cáritas se confiesa
desbordada, a la vez que miles y miles de pensionistas deben acoger en sus
hogares reducidos a hijos y nietos y repartir con ellos techo y comida. El
drama de quienes ven impotentes como se les va desmoronando la vida es tan
conocido hoy en nuestro país, que una se pregunta como puede emitirse un
programa de televisión del calibre del que presentaron unos días atrás. Me
dirán que la libertad de expresión vale también para esto, que la sociedad es
como es, y no es hora de escandalizarnos, incluso habrá quienes piensen y digan
que sirvió de “publicidad” para el municipio. El nuestro, por cierto y por
desgracia. Marbella, ciudad que por lo visto vale tanto para un roto que para
un descosido (como decían las abuelas), a la que se le atribuyen tantas cosas
buenas y malas –dependiendo del emisor– que de ser ciertas deberíamos estar
hace tiempo en el libro de los Guinnes. A Marbella, lo dijo una vez Manuel
Alcántara, le cabe mucho dentro. Demasiado, si me lo permite el genial
columnista. Le sobra bazofia, a veces, y le falta humanidad otras muchas.
El programa en cuestión iba de “Ricos que no
sienten la crisis”, y en consecuencia,
mostraban sus mansiones majestuosas con mil detalles de ostentación y
comodidades, junto al último de los arquitectos “divinizado” que no tenía
inconveniente en decir, entre risotadas y gestos histriónicos que ¿por qué iban
ellos a sentir algo tan alejado de sus afortunadas existencias…? La indignación
llegó al climax cuando aparece en pantalla un hotel de lujos para perros en
algún lugar cercano a Río Verde, en el cual, canes con pedigríes distintos
disfrutaban de su estancia como si de príncipes saudíes se tratase. Tomen nota:
habitaciones impolutas, camitas con colchones de plumas, piscina transparente
para hacer aquagym (mezcla de
gimnasia y natación), menús diferenciados, jardines donde poder defecar con
toda libertad, y máquinas para que los afortunados animalitos tuviesen el mismo
entrenamiento que un deportista de renombre o una señora cuyo peso corporal
desea reducir. Me olvido sin duda de alguna cosa más, pero sepan que las
condiciones eran tan exquisitas que más de uno hubiese querido, de poder,
cambiarse de raza, es decir, de la humana en el momento actual, a la canina que pernoctaba en el hotelito de
marras. Creo que el programa presentó
también algunas imágenes de adinerados residentes cuyo caudal debe ser tan
intenso como el gusto hortera que presentaban sus exageradas mansiones. Digo
creo, porque no fui capaz de llegar hasta ese momento después de las imágenes
de los canes. Con sus vestidos, lazos, y atenciones de bebés recién nacidos
tuve suficiente.
A quien escribe casi le provoca el vómito.
Piensen detenidamente que les debió provocar quienes se ven obligados a vivir
hacinados y tomar un solo plato caliente al día. ¿Alguien se atreve a analizar
cual pudo ser la intención de dicho programa televisivo?
Ana María Mata
Historiadora y novelista