Podría resultar curioso un artículo sobre lo
leído en los últimos días acerca de una profecía de los Mayas, según la cual,
al finalizar este año, 2012, finalizaría igualmente el mundo en que vivimos, es
decir la tierra dejaría de existir exactamente el 21 del 12 de 2012. Tanto Nostradamus como la civilización Maya
acuden a determinados juegos astrales y combinaciones esotéricas para
asustarnos con esa noticia de finitud total. Parece, sin embargo, que en la
predicción Maya, la profecía anuncia no el desastre terráqueo, sino que sus
signos hablan de un cambio radical en la manera y forma en que vivimos. Por
fortuna, eso, no muy errado según van las cosas ocurriendo, es harina de otro
costal.
En realidad quería escribir hoy sobre el
libro que en 1992, el pensador, economista e historiador Francis Fukuyuma
escribió, y cuya tesis, muy polémica en su momento, expone que la Historia como lucha de
ideologías, terminó tras el fin de la Guerra
Fría , y lo que vendría después habría de ser un mundo basado en democracias liberales y un
pensamiento único: la Economía. De
poder exponer al completo las líneas básicas de Fukuyuma, verían como de todas
ellas, tal vez la que ha pervivido es lo llamado hoy Neoliberalismo, la
globalización y la competitividad, obviando otras como el humanismo y la
cultura.
Repasando también los más destacados
pensadores que han tratado temas semejantes, sería de rigor comenzar por Adam
Smitch, escocés nacido en 1723 y al que se suele atribuir la creación del
Capitalismo moderno. En su obra “La
Riqueza de las Naciones”, este filósofo y economista, afirmó,
después de hacer un estudio de orden social, el beneficio que podría surgir
para los hombres del libre intercambio entre ellos. Más o menos esa era la
tesis de Max Weber, aunque completada por un análisis, según el cual, el Catolicismo
ha sido perjudicial para el desarrollo económico por no sentar las bases de un trabajo enaltecido, como hizo
posteriormente el Protestantismo. Y para terminar, el más cercano en fechas,
John Keynes, tan sobrevalorado como también refutado, por su teoría acerca de
dotar a instituciones nacionales e internacionales de poder, para controlar la
economía en épocas de recesión o crisis, ya que,-decía- el libre mercado
depende de una gran cantidad de factores aparte del clásico de la oferta y la
demanda.
Como ven, un amplio abanico de teorías
relacionadas para llegar al actual estado casi general., o el menos europeo, de
Crisis Económica. Sería atrevimiento ignorante por mi parte decir que dichas
teorías, válidas o innovadoras en su momento, han fracasado al prometer
beneficios, como igualmente las contrarias, defendidas por Marx y Engels, que
tan nefastas resultaron al intentar
ponerlas en práctica.
Algo ocurre que, en un repaso tan ligero de
ellas hemos debido olvidar. Algo que quizás corresponda a un apartado
diferente: La naturaleza del hombre. O mejor dicho, las muchas formas de actuación
que esa naturaleza presenta en individualidades o incluso colectivos. Y para
acercar el tema a la más rabiosa actualidad, evitando irme, como acostumbro por
ramas y divagaciones, escribiré a continuación que cualquier teoría por muy
estudiada, novedosa o inteligente que resulte, puede caer de bruces frente a
hombres concretos y organizaciones que sucumban a uno de los pecados más
nefastos que en el transcurso de la historia, viene repitiéndose, al parecer
sin sentido de culpa o arrepentimiento: la codicia. Tan actual en el momento
presente que sus muchas variantes llenan a diario páginas y horas de noticias
sin que hasta el momento haya quien
confiese, a pesar incluso de pruebas
irrefutables, ser adicto a ella.
España se ha transformado en una plataforma
de dimensiones incalculables en la que existen más imputados y presuntos
corruptos que jueces para juzgarlos e incluso cárceles de ser necesarias.
Tenemos a tantos presidentes de Autonomías en los banquillos, tantos alcaldes,
secretarios generales, políticos destacados y gestores, que para completar el
elenco solo faltaba un duque de alto rango, confabulado, al parecer con muchos
de los anteriores. Todos a una, podíamos decir, a la hora de utilizar el cargo
para llenarse sus bolsillos. Con amnesia, si hace falta, descaro, o sonrisa de
victimismo; confabulando entre todos un país, una región o una ciudad, que de
seguir así llegará el día en el que como Don Quijote, no querremos acordarnos
ni de su nombre. Forzando a perder la ilusión democrática que alguna vez
hayamos sentido. Mirando hacia otro lado cuando aparecen quienes de verdad
necesitarían parte de lo robado. Sin que a ninguno, hasta hoy, se les haya
caído la cara de vergüenza.
Y es que, a pesar de la crisis, y de las
drásticas medidas, si devolviesen quienes están en los banquillos, -sentencia
judicial aparte- lo sustraído sin derecho, otro gallo nos cantaría a los pobres
ciudadanos españoles.
Ana María
Mata
Historiadora y novelista