Me gustaría contar las experiencias vividas este otoño en que decidí hacer dos pequeños viajecitos por nuestra vieja Europa, antes de que el euro o cualquier otra moneda se convierta en papel mojado, como nos vienen asustando. El primero de ellos fue a Milán, la ciudad italiana del diseño y la moda, como ahora la llaman. No creo que sea sólo eso lo significativo de ella, porque encierra muchos placeres artísticos, desde la belleza única de su Duomo o catedral pasando por las galerías de Victor Enmanuel, ejemplar especial de arquitectura en cristal y hierro, hasta la célebre Scala o el Palacio de los Sforza. Pero lo que me gustaría destacar son dos cosas : 1ª la profesionalidad de sus comerciantes, hoteleros, guías y hasta camareros, lo que es más inusual. Recalco esto, porque a pesar de la enorme tradición turística que posee Italia, y de lo garantizado que tiene la llegada de gente a ella, no se han dormido en los laureles como por desgracia se observa en España, y más aún en Marbella, con esto del turismo. La amabilidad de la gente llama la atención, y pongo el ejemplo del dueño de una tienda en los alrededores del lago de Cómo, que no sólo nos dejó tocar todo lo imaginable sino que lo revolvía él por nosotros para que lo apreciáramos mejor, y al final nos hizo un buen descuento sin haberlo pedido. En los restaurantes (Pizzerías, mayormente) se interesaban por nuestro origen y al acabar de comer era posible quedar como amigos debido a sus amabilidades.
El otro viaje ha sido a una zona de la Provenza francesa, región igualmente turística por excelencia. En ella lo primero fue la sorpresa ante unos de los más bellos pueblecitos medievales e incluso anteriores (neolítico) como el formado por los castros del “village des Boires”, muy cerca del pueblo Gordes, cercano a Avignon. Toda la zona está repleta de lo que llaman “Maison d’hotes”, que son una especie de hoteles-casas de campo decoradas con gusto exquisito, y en donde alquilan habitaciones por precio muy razonable con derecho a un desayuno casi artesanal, en el que el pan lo hacen en su propio horno así como las mermeladas (de diez gustos distintos) y los zumos. Me asombra el cuidado que los franceses ponen en sus cosas, sean estas monumentos, pueblos perdidos, costumbres o infraestructuras, como carreteras, alumbrado, etc.. Todo ello imagino que contribuirá a que la gente no sólo vuelva, sino que lo cuente a sus amigos, como lo estoy haciendo yo aquí, a través del infalible boca a boca. Aconsejo de verdad darse una vuelta por allí, pues además de disfrutar como locos, veremos que no somos, como a veces en Marbella parece que nos creemos, el ombligo del mundo ni la ciudad más hospitalaria, algo que debería hacernos reflexionar.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
Vaya, veo que no lo has pasado mal en estos dos viajitos, cosa que me alegra mucho. Fui invitado a Italia hace un par de años, y estuve en Verona y Venecia. Me sentí totalmente como en casa, porque la verdad es que somos muy parecidos los españoles a los italianos; en los establecimientos que estuve solo recibí atenciones, sonrisas y amabilidad. Aunque si te digo la verdad, una chica italiana, del Sur, me confesó hace poco que al igual que en España, hay una cierta y matizada diferencia entre las gentes del Norte y del Sur; y es que los sureños somos como somos ...
Respecto a Francia, en la que estuve con mi mijer y mi hijo el pequeño, invitado en casa de unos amigos españoles que andaban por allí con sus hijas haciendo un curso de francés, en la que hacíamos vida corriente, es decir, íbamos a la plaza a hacer la compra, a los comercios, de excursiones y todas esas cosas; me quedé sorprendido por la limpieza de las ciudades, el cuidado que gastan con todas sus cosas y su sobria educación.
También me vine encantado de los dos viajitos. Y al igual que tú, opino que tenemos que cuidar el negocio, y el nuestro es el turismo.
Sempai
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