2 de octubre de 2010

EL LIBRERO GRUÑON

(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 1 de octubre de 2010)

Ahora que septiembre nos envuelve entre sol y aguaceros en un dulce tufillo a estrenada mochila infantil, a madera de lápiz puntiagudo y grandes gomas de borrar, a pulcras libretas de cuadritos o rayas, a tizas de colores y sobretodo a libros. Libros grandes y pequeños, forrados –es posible- con el mismo papel azul cobalto con que lo hicieron madres preocupadas por su integridad, y que hoy tal vez sigan haciendo abuelas entregadas a unos nietos que cuidan y que seguramente aman demasiado.

Libros también para adultos que esperan el otoño porque saben que con él aparecen las nuevas ediciones, las tramas que sus escritores preferidos han ido urdiendo con la intención de seguir manteniendo con ellos la complicidad o la intriga. Maravillosas líneas de tinta con las que endulzamos y hacemos más ligeras nuestra pequeñez cotidiana.

Hablando de ellos, no puedo evitar traer a mi recuerdo a un hombre que los amaba por encima de casi todas las cosas del mundo. A quien quiero con este pequeño artículo rendir el homenaje que la vida, no demasiado larga para él, impidió. Un hombre pequeño de estatura (por la que evitó el servicio militar) hijo único, huérfano muy temprano y rodeado de mujeres que lo mimaron en exceso pero a las que en plena adolescencia se obligó a mantener. Un estanco viejo y destartalado en cuyo mostrador empezó a imaginar cómo podría alternar la picadura de tabaco con las ensoñaciones de su mente, siempre en ebullición a pesar de la pobreza. Y unos tebeos que aparecen casi por encanto junto a novelillas mal encuadernadas que decidió alquilar por unos céntimos. “Flecha y Pelayo” junto a “El Coyote”. Corín Tellado frente a Marcial Lafuente Estefanía. Una madre extrañada del ajetreo que empieza a formarse bajo las paredes desconchadas de su estanco de viuda. El hijo que decide emprender la arriesgada aventura del cambio. De la calle Peral al centro del pueblo. Además de tabacos y sellos, tebeos y cromos, papelería y un intento de mini-librería.

Lápices, cartas, sacapuntas y carpetas de cartón. La novedad de la estilográfica, el bloc grande y pequeño, lápices de colores Alpino, papel para envolver, maletines para la escuela en cartón y madera…todo ello como base y justificante de lo que era su amor verdadero: Libros que colocar en temblorosas estanterías cuyos lomos y portadas podría mirar cuantas veces quisiera, libros que albergasen en su interior vidas múltiples y distintas a su presente tan precario. Después vino el periódico. El primero que se leería en Marbella en aquellos años todavía bélicos, 1937, la ciudad ya tomada por las fuerzas nacionales, con los gritos esperanzadores de victoria en las páginas de ARRIBA, y más tarde LA VANGUARDIA al lado del ABC. Periódicos para los que necesitó un aval monetario que amigos muy seguros de su integridad no dudaron en prestarle. Juan Moré, el hombre de la gasolinera que apostó por él y por la información escrita.

En plena postguerra el hombre pequeño, atildado de formas, hablador empedernido, autodidacta esforzado y culto, el mejor calígrafo de una ciudad cuyos habitantes lo requerían de continuo para que les ejerciera de “escribiente”, se empeñó en traer otros libros que no fuesen “del Oeste o de amores tontorrones”. A sabiendas de que lo importante para todo el mundo eran los bonos de las cartillas de racionamiento, el pan, aunque fuese negro, los boniatos y la leche de cabra. Tal vez por eso precisamente necesitaran evadirse de las dificultades con las aventuras de Julio Verne o verse reflejados en las angustiosas páginas de Charles Dickens. Porque los libros empezaron a ser alquilados y después vendidos, hasta que logró traer los primeros títulos de la colección Austral, su gran orgullo de librero, que pudiesen conocer a Valle Inclan, Cervantes, Azorín y Unamuno. Con tres vendidos al año decía conformarse. No era, no fue nunca un buen comerciante. Olvidaba las devoluciones y debía pagar por los invendidos. Todo lo nuevo le emocionaba, las biografías eran su placer, y las primeras revistas en color (La Actualidad Española, Primer Plano, Garbo o Blanco y Negro) sus juguetes de adulto.

“Pequeño pero matón”, decía el refrán que solíamos recordarle a menudo. Nunca estuvo contento del todo con lo hecho o lo que le hacían. Sus enfados eran tan famosos como los libros que iba consiguiendo traer. Subido al descansillo de la escalera, cual atalaya invencible, dominaba desde allí al que entraba y al que salía, y especialmente a quienes estropeaban con indiferencia el perfectísimo orden que imponía a periódicos, revistas, y demás objetos. Sus facturas eran famosas por la elegancia del diseño que, conseguía con una letra inglesa tan bella que parecían manuscritos reales. Las devoluciones de prensa emulaban a paquetes navideños a los que sólo les faltaba el espumillón. La estética le deslumbraba hasta hacerle olvidar su condición de vendedor. Por fortuna, los niños se acostumbraron a sus regañinas y a los adultos, incluidos los extranjeros que vendrían después, creo que les llegó a hacer gracia el hombre que les sermoneaba nerviosamente como un predicador fanatizado.

Demasiado gruñón, nervioso y exigente. Pero un excelente librero, mejor lector que comerciante. Amaba la tinta y el papel con pasión desmedida. Sólo le importaba, según pasaban los años, los libros que dejaría sin leer, solía decir cuando no estaba enfadado.

Hace ahora casi cuarenta años de su muerte. Aprendí casi todo de él. Por eso, les pido perdón por la emoción contenida. Muchos lo habrán adivinado. Se llamaba Andrés, pero era conocido familiar y cariñosamente por “Matita”. Era mi padre. Un librero singular.

Ana María Mata
Historiadora y novelista.

2 comentarios:

Marudemarbella dijo...

Cuantos recuerdos Ana María...
Vuestra librería papelería siempre traía los últimos álbumes de cromos y los cuentos más bonitos. Yo recuerdo quedarme embobada en vuestro escaparate ratos interminables siempre que pasaba por allí, y ahora igual.
Recuerdo a tu padre y a tu madre siempre allí con sus sonrisas, nunca le vi regañando, recuerdo el mostrador, y el olor de los libros y revistas.
Un precioso homenaje a tu padre al que me uno con cariño.
Un beso.
Maru de Marbella

Javier Lima dijo...

Traer la cultura en forma de libros, revistas, cómics y periódicos es algo por lo que muchos marbelleros no se olvidarán nunca de tu padre. Gracias por rescatar, me imagino que con especial cariño, la figura de Matita.