(Artículo publicado en el Marbella Express el 11 de enero de 2011)
En este año ahora recién llegado se cumplirán los primeros 80 de un acontecimiento tan esencial y significativo como denigrante fueron los muchos anteriores que hubo que esperar para que ocurriese. En abril se proclamó la II República Española y el 14 de julio del mismo año, 1931, se inauguraron las Cortes Constituyentes. Entre los muchos temas a debatir –religiosidad-laicidad, propiedad-comunismo, monarquía-república- uno distinto acabaría convirtiéndose en fuente de acaloradas discusiones: el Sufragio Femenino. Wenceslao Fernández Flores, en su comentario a la sesión del 2 de octubre afirmaba: “Pocas cuestiones como ésta del voto femenino exaltaron tanto la pasión del Congreso”. Había una razón de fondo : la mujer se había transformado en símbolo ideológico. La igualdad jurídica suponía una brecha en el sistema patriarcal, y formó un ensamblaje con asuntos tales como el divorcio, el matrimonio civil y más tarde, el aborto.
La cuestión del voto femenino era una prueba decisiva para la República a través de la cual debía transformar en praxis uno de sus objetivos más cuestionados y difíciles. La izquierda, con ligeras excepciones, no quería que la mujer votase porque se suponía que la influencia en ellas tan marcada de la Iglesia, les haría estar de acuerdo con la derecha. Estrategias de poder que llevó a Alvarez Buylla, del Partido Radical a pedir restringir el voto femenino diciendo: “La mujer española, como educadora de hijos, merece la alabanza de los poetas; pero como política es retrógrada, y todavía no se ha separado de la influencia de la sacristía y el confesionario”. Fue entonces cuando una mujer decidida y valiente se levantó de su asiento de Diputada y con voz contundente respondió ante el Parlamento: “Dejad a la mujer que actúe en Derecho, que será la única forma de que se eduque en él”.
La mujer que así habló se llamaba Clara Campoamor y se había convertido poco tiempo antes en una de las primeras mujeres abogadas de España. Elegida Diputada en un momento en que las mujeres podían ser elegidas pero no ser electoras, se presentó por el Partido Radical al que se afilió por proclamarse éste “republicano, liberal, laico y democrático”. En 1934 lo abandonaría por la aproximación del P. Radical al de la C:E:D.A. y la represión, que Clara consideró excesiva, en los disturbios de Asturias.
La defensa del voto de la mujer le sirvió a Clara Campoamor para que tuviese un lugar destacado en la Historia de las mismas y del país, pero también supuso para ella una serie de enfrentamientos, empezando por el que le resultaría más doloroso, el que hubo de tener con su amiga y compañera Victoria Kent, como ella adelantada en la carrera de Derecho y con la que compartía posturas sociales casi idénticas. Victoria Kent apoyó a los que pensaban que el voto femenino debía aplazarse, por las razones antes expuestas, que según Kent podían poner en peligro a la misma República.
La respuesta de Clara Campoamor a la decisión de su compañera también diputada, fue bella y tajante: “Afrontad la responsabilidad de dar entrada a esa mitad del género humano en política, para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que hace un sexo solo: alumbrar; las demás las hacemos todos en común, y no podéis venir aquí a legislar sobre la raza humana aislados, fuera de nosotras”.
El extraordinario debate (digno de ser leído por los actuales parlamentarios por su nivel jurídico y de oratoria brillante entre ambas, Kent y Campoamor) finalizó con el apoyo para Clara de la minoría de derechas, la mayoría del P.S.O.E. y algunos republicanos. Desde ese momento de la aprobación por las Cortes, la mujer española consiguió al fin su derecho a votar.
Clara Campoamor fue una de las personas más luchadoras en el objetivo de mejorar la condición social, jurídica y económica de la mujer. Su origen humilde, hija de un padre contable y madre costurera no impidió el desarrollo de una mente privilegiada a la que ella supo dotar de contenidos específicos y altamente culturales.
Publicó varios libros, como : “El voto femenino y yo. Mi pecado mortal” ; “La revolución española visto por una republicana”; “Sor Juana Inés de la Cruz” o “Vida y obra de Quevedo”.
Exiliada durante la guerra civil, vivió en París y México, ganándose la vida como traductora y conferenciante. Murió en Lausanne (Suiza) en abril de 1972.
Como homenaje nada mejor que sus propias palabras pronunciadas dentro del debate sobre el voto: “Las mujeres de España repudiamos las intromisiones en nuestras conciencias. No vivimos de pensamientos prestados. Nos poseemos a nosotras mismas”.
Fue una mujer valiente, firme y con una muy clara visión de futuro.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
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