10 de marzo de 2011

EL TRABAJO DE LA MUJER. CENTENARIO DE SU LUCHA

Estamos en marzo de 1911: Como consecuencia de una propuesta de la Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas se declaró el 8 de marzo Día Internacional de la Mujer Trabajadora.  Con este nombre y esta fecha se intentaban nuevas formas de lucha por los derechos de la mujer, pero el azar histórico hizo coincidir pocas semanas después de la declaración un trágico suceso que conmovería no solo a Estados Unidos, sino al mundo entero, por las connotaciones que la tragedia arrastraba a sus espaldas. Un suceso que abriría los ojos de la humanidad silente a las condiciones infrahumanas en que se movían las mujeres que por entonces ya estaban incorporadas al trabajo industrial.
Reivindicaciones relacionadas con horarios, medios  y sueldos mejores habían llevado a 140 mujeres, en su mayoría jóvenes inmigrantes a encerrarse en el interior de la Fábrica textil Triangle de Nueva York. La respuesta a ese encierro prolongado fue el incendio de la fábrica por parte de los propietarios y administradores y como consecuencia la muerte de todas ellas por asfixia o quemaduras. El Día Internacional de la Mujer Trabajadora quedó para siempre unido a esa especie de holocausto en el cual gran numero de mujeres perecieron calcinadas por la obtención de derechos que nunca fueron contemplados como tales.
Históricamente la lucha podía venir ya desde la antigua Grecia, reflejada por Aristófanes en su obra “Lisístrata”, que cuenta como esta mujer empezó  una huelga sexual contra los hombres para poner fin a la guerra, y que se vio reflejada más tarde en la Revolución Francesa . Las mujeres, en virtud de la Declaración de Derechos del Hombre, en el año 1789, adquirieron ciertos derechos civiles, como: igualdad en el acceso a la mayoría de edad, igualdad en las disposiciones de la herencia, igualdad para contraer matrimonio, e independencia para ser admitida como testigo en los juicios. Derechos civiles, sí, pero no derechos políticos, y por ello sería combatida esa carencia en tribunas públicas y asambleas, o en autoras como la considerada por mucho como primera “feminista”, Mary Wollstonecraft en su texto de 1792 “Reivindicaciones de los derechos de la mujer”.
Habría de ser la Revolución Industrial la que diese forma sexuada a las relaciones económicas, ya que otorgó un estatuto secundario a las obreras y un significado opuesto a los términos hogar-trabajo. A las mujeres que pertenecían a los estratos populares se las ubicó en las fábricas ; a las de clase media y alta se las encerró en el hogar en un especie de casa-escuela-madre, donde se percibían solo los oficios de esposa, madre y consumidora. Y es que en el siglo XIX las ciencias sociales y biológicas fundamentaban la discriminación sexual con el argumento, tantas veces repetido, de que las mujeres tenían el cerebro de menor tamaño, lo cual derivaba en una inmadurez fisiológica y psicológica irremediable. 
En España, en la mitad del mismo XIX se intentó adaptar las cualidades consideradas intrínsicamente femeninas al tipo de trabajo que mejor partido pudiera sacar. Fue el momento de la creación de las Escuelas Normales de Maestras. También en el ámbito literario destacaba la reconocida como especial “sensibilidad” de la mujer con la aparición de algunas obras de Gertrudis Gómez de Avellaneda, Rosalía de Castro, Emilia Pardo Bazán, y los ensayos de Concepción Arenal.
En la provincia de Málaga, un estudio realizado por el Seminario de estudios de la mujer de la Universidad, resalta como la agricultura constituía la principal riqueza de la ciudad en el citado siglo XIX, trabajo en el que participaban hombres y mujeres y cuyo curioso nombre “vendeja”, el lexicógrafo Alcalá Venceslada definió como “venta de pasas, higos, limones, etc, en tiempo de cosecha”. Posteriormente los escritores costumbristas coincidieron en pintar a la vendejera como personaje malagueño, pintoresco y castizo, tipo femenino simpático para escritor y lector del momento, pero ajeno por completo a la realidad compleja de los problemas laborales y sociales que dichas mujeres soportaban.
Conviene recordar que durante la mayor parte del siglo XX  el modelo de mujer-madre, ligado a una función biológica y por tanto a determinadas cualidades (fortaleza espiritual, senos generosos, espíritu de sacrifico) fue el imperante, como perpetuador de una raza robusta y sana y ligado a la política natalista de la época. La Dictadura de Primo de Rivera ofreció a las mujeres ciertas mejoras, inspiradas en la Italia mussoliniana (voto municipal, seguro de maternidad para evitar abortos…).  Pero hubo que esperar al gobierno de la II República para que las mujeres consiguiesen, al menos en teoría, importantes logros, como la igualdad jurídica de los sexos, el matrimonio civil, el divorcio y el voto femenino.
Pienso que podríamos achacar al Génesis con su dichosa historia de la costilla de Adan, el origen de una discriminación que ha recorrido la historia completa de la Humanidad, cubriéndola a veces de ignominia como en el suceso de la fábrica Triangle de Nueva York.
En memoria de aquel nefasto día, conmemoremos lo alcanzado con la celebración de este Dia Internacional de la Mujer Trabajadora. Por la continuación y aumento de unos derechos que tantos esfuerzos han costado alcanzar.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista
            

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