(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 11 de abril de 2011)
La primera vez que le ví pensé que era uno de los hombres más guapos que había conocido nunca. Con el tiempo supe que detrás de su atractiva figura había mucho más de lo que sus anchos hombros, alta estatura y hechicera sonrisa mostraban al exterior. Comprendí también por qué Deborah Kerr, actriz en plena fama, lo dejó todo, marido, hijas, y hasta el país, por seguir sus pasos. Se había enamorado de aquél guionista mordaz, elegante y deportista cuya seducción pocas mujeres antes de ella fueron capaces de rechazar.
Recuerdo el día y hasta la hora de nuestro encuentro. Arturo, mi marido, llevaba un tiempo ya de amistad con él, comenzada en el despacho de abogado y continuada en el campo de golf, donde jugarían juntos cada tarde hasta pocos días antes de la muerte de Peter. A veces lo cambiaban por el tenis, para terminar en una sesión de cine. Durante la friolera de más de treinta años se vieron tarde tras tarde, “como dos putos enamorados”, en palabras de Peter, cuyo español estaba bien repleto de palabras fuertes, aprendidas –decía- de su jardinero. La tarde en que lo llevó a casa (de improviso, como suelen hacer los maridos) hacía un día tristón, con nubes que acabaron rompiendo en una lluvia tempestuosa e inesperada para mayo, tan bonito mes. Lo primero que oí decirle cuando el torrente de agua caía sin cesar fue lo que sigue: “Lo que faltaba, que falle el maldito tiempo. Pues os digo que ni él, ni los jodidos políticos me echarán de Marbella. Para algo he sido Soldado Marine, para aguantar”.
Peter Viertel, uno de los grandes guionistas de Hollywood, escritor, impertérrito galán y como estigma, marido de Deborah Kerr, ha sido una de las personas más interesantes que la vida me ha ofrecido tratar. Son conocidos los datos básicos de su vida, hijo de Salka Viertel, actriz y guionista famosa, y del director teatral Berthold Viertel, nació en Polonia, en la zona de Galitzia, de donde sus padres huyeron en la primera guerra mundial, instalándose en California. En su casa de Mabery Road, Salka fue anfitriona de escritores y artitas huidos, para pasar luego a confidente especial de personalidades como Greta Garbo, Lubistsch, y Thomas Mann. El salón de la casa, a un paso de la playa de Santa Mónica, está considerado como el primer salón artístico, literario y político de America en un momento crucial de la Historia.: Einstein, Huxley, Strawinsky, Alma Mahler, Berthol Brech, Malraux, Karl Kraus, John Huston y un innumerable grupo de intelectuales convivían prácticamente en la casa de Salka, entrando y saliendo, a veces preocupados por el giro de la política mundial, otras entusiasmados por sus propias emociones artísticas compartidas.
Junto con ellos, un niño y luego joven, rubio, con ojos de curiosidad y diversión, pasaba de uno a otro, como un juguete muy querido en el que ya eran previsibles sus dotes de seducción. Aquellos personajes, para él familiares, llenarían su cerebro de un sustrato cultural tan intenso que ninguna escuela distinguida hubiese podido emular. Peter mamó además de lácteos, música, teatro, cine, filosofía y literatura antes de que su cuerpo echase a andar primero por el jardín de Mabery Road y más tarde a lo largo de América y Europa.
Como buen americano se enroló en el Cuerpo de Marines para combatir contra el nazismo de Hitler, pasando a la reserva en diciembre de 1945. Para entonces ya se había casado con Jigee, su primera mujer oficial, con la que tendría una hija, Cristina. Con ellas viviría un tiempo en Klosteer (Suiza), encantador lugar para la práctica del deporte de la nieve. Klosteer sería después un refugio para él cuando necesitaba soledad e inspiración para escribir.
Su amigo Robert Cappa le dijo un día que Hemingway, su ídolo literario y de aventuras, daría una conferencia en el Shine Auditorium de Los Angeles , con el fin de reunir fondos para la adquisición de ambulancias para la República Española. También hablaba Malraux, al que conocía desde pequeño. Allá fue Viertel para oír al famoso escritor al que ya sus amigos le llamaban “Papá”. Cappa le dijo al autor del “Viejo y el Mar,”quien era el hijo de Salka, y que estaba en su habitación presa de un fuerte dolor lumbar. Hemingway llamó a la puerta con un bote de “grasa de león”, y se ofreció para frotarle con él; se lo habían recomendado los nativos de Masai en Kenia. A partir de ese momento se convirtieron en amigos que recorrerían el mundo juntos. Ernest enseñaría a Peter trucos de escritura y llegarían a ser tan íntimos que, a pesar de su distanciamiento último, la muerte de “Papá” sumió a Peter en la única depresión que me contó haber tenido en su vida.
Fue Hemingway quien lo trajo a España y lo introdujo, junto a Deborah, en lo más hondo del espíritu español del momento, el mundo de los toros y de los toreros. De ahí pasó a la aristocracia, Ignacio Coca, los Quintanilla, Bismarck….etc, que le animaron a conocer y después comprar una casa en Marbella. En esa casa, se instalaría con Deborah y en ella compartiríamos muchas de las inolvidables charlas mientras la dulce Magdalena preparaba algunos de sus apetitosos platos y pasteles. He de decir que de Deborah sólo recuerdo sus últimos tiempos aquí, ya enferma, y siempre cortés y elegante, pero silenciosa rodeada de sus queridos gatos Tigre, Luna y otro cuyo nombre olvidé. Deborah marchó a Londres cuando la enfermedad fue a peor, para vivir cerca de las hijas de su primer matrimonio.
Quedó Peter, más o menos solo ( no entro en cuestiones particularísimas) y la amistad con Arturo me lo hizo cercano hasta unos niveles de confianza que siempre agradecí y que me honro en haber poseído. Consciente de tener enfrente a un interlocutor especial, aproveché cada momento para empujarle a contarme sus muy interesantes vivencias.
Nunca me defraudó. Supe por él la difícil relación que ya tenían Lucía Bosé y el “torero”, las manías desconocidas de Orson Welles, la radical finura de David Niven, lo rácano que podía ser Mel Ferrer, la gran belleza y caché de Bettina, uno de sus antiguos amores, que acabó con el príncipe Alí Khan. De Ava Gadner, con quien compartió habitación en Madrid, en una noche increíblemente “blanca”, por miedo a Frank Sinatra y a la verborrea alcohólica de Ava. Supe, y eso fue increíblemente feliz para una aprendiz de escritora, que Thomas Mann intentaba explicarle por qué había escrito “La Montaña Mágica”, que Irwin Shaw cambiaba sus galeradas si a Peter o Salka no les gustaba, que Bertrand Rusell hablaba con estupenda sencillez de temas filosóficos, que Huxley y él no se llevaban muy bien…y que Alma Mahler era una mujer con un carisma especial.
Supe casi todo lo referente al desgraciado asunto MacCarty, en el que estuvo a punto de estar implicado, y que Greta, la Divina Garbo, volvía loca a su madre con sus extravagancias, exigiendo de ella todo su tiempo.
Confieso hoy que la mayoría de las veces en que cenábamos Arturo y yo con él en El Canntuccio, un restaurante en lo alto del pueblo que le encantaba, no me enteré de lo que comía, absorbida por su cháchara, intensa como la mía, alegre, llena de un humor sabio que nunca olvidaré.
Han pasado cuatro años de su adiós definitivo, y todavía me estremezco a la hora en que llamaba diariamente para quedar con mi marido, creyendo oír su voz. Esa voz que me llamaba casi de madrugada cuando, escribiendo, se le atragantaba la ortografía de una palabra en castellano; o quería saber el título de una obra de Delibes, Cela o Javier Marías O simplemente llamaba para decirme:”el puto ordenador me ha vuelto a dejar tirado.¿por qué me lo aconsejasteis?.”
En sus últimos días de vida, entrado ya en un semi-coma, sólo quería ver y unir sus manos a los de la fiel Magdalena y a las de Arturo, porque sabía que fueron los únicos después de una vida tan intensa, y lleno de Amistades Peligrosas, como era el título de uno de sus libros, que no le habían fallado.
Me gustaría que allá donde ese espíritu tan aventurero haya encontrado al fín reposo, alguien le dijera que su “camarada en letras” como me apodó, sigue acordándose de él y de las memorables charlas que mantuvimos.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
No supe, hasta después, que había estado jugando al tenis con este célebre y simpático señor. Fue una tarde en la que tu hijo Arturo me invitó a jugar un partido de dobles en la pista que tenía un señor en su casa, colindante al campo de golf de Río Real. Eran tres y faltaba uno para el partido, así que fui yo.
Me ha gustado tu artículo, refleja cariño y admiración en todos sus párrafos.
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