(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 20 de junio de 2011)
Equivocarse no es prerrogativa de torpes o incultos. Los inteligentes, incluso los sabios, también lo hacen, más a menudo de lo que quisieran y de lo que pensamos. Como ejemplo paradigmático de error personal aquí tienen la frase que, como saben, pronunció el filósofo Ortega y Gasset en Madrid, en el cinema de la Opera a propósito de una conferencia sobre la evolución de la República, en noviembre de 1931. Ortega había defendido con anterioridad su advenimiento con toda la fuerza de su palabra, cuya resonancia en ese momento era de altísimo grado. En un artículo denominado “Delenda est Monarquia” explicaba las razones por las que creía que la mejor forma para un gobierno moderno estaba en la marcha del rey y la llegada de un poder que emanase del pueblo a través de sus representantes políticos.
Nueve meses más tarde, sin embargo, el mismo Ortega pronunciaba una de sus más célebres frases en la conferencia citada. Palabras que han quedado en la historia política de nuestro país como sinónimo de equivocaciones involuntarias o dicho de otra forma como admisión personal de una esperanza truncada sobre algo que pudo haber sido y no fue. En su caso era la República del 31, acaparadora de ilusiones no solo para el pueblo mayoritariamente, sino para todos o la mayoría de sus intelectuales.
“No es eso, no es eso”, dijo con tristeza pero voz firme el mayor de nuestros pensadores, en su momento. Reconociendo con ella lo difícil de llevar a la praxis lo que en teoría era una tabla de salvación, la solución de los males que España arrastraba como rémora despiadada e inquietante. Pero los hechos fueron tan opuestos, decepcionantes y desgraciados que no tuvo más remedio que rendirse a la evidencia de una bancarrota moral.
El movimiento “Quince de mayo” de 2011 apareció como un soplo de aire fresco en un país abrumado por problemas económicos y de confianza política. La corrupción estaba tan generalizada, los políticos y sus partidos enfrentados por nimiedades con el único objetivo de alcanzar el poder, jóvenes excluidos de la vida laboral, cero en esperanzas, cero en ilusiones, hambre y miseria mostrando sus feas orejas…;la movilización de la Puerta del Sol fue una llamada de atención necesaria, coherente y esperada ante la parálisis que el resto del país vivíamos como una garra estranguladora. Cohecho, malversación, nepotismo y robo a las claras eran las únicas palabras que oíamos un día y otro los ciudadanos vulgares que entre prensa, radio y televisión estuvimos a punto de sufrir una paranoia general.
Llegaron ellos, los de las plazas y dijeron en alta voz muchas verdades que los demás decíamos en corrillos. Descontento. Desconfianza. Hartazgo. Políticos inútiles o corruptos. Dejación de obligaciones. Intereses personales en cargos públicos.
Las elecciones se llevaron a cabo y ellos siguieron en sus trece. Con razón, pero desorganizados. Sin un auténtico planteamiento a presentar ante los que ya eran representantes elegidos por el pueblo. Peticiones obvias que fueron descarriando hasta mezclarse con posturas ácratas de los llamados sin sistema. Malestar soterrado según pasaban los días y el cansancio afloraba en los que iniciaron las protestas.
Al final, el error de quienes, a imitación de Ortega habíamos pensado que podían significar voces firmes y claras contra la gran desconfianza socio-política. La Democracia es el mejor de los males posibles, pero no tiene alternativas, eso lo saben o debían saberlo antes de sus últimas actuaciones, los “indignados” que protagonizaron una especie de asalto al Parlamento Catalán, rompiendo con ello las únicas reglas de juego posibles. Con empujones, insultos, agresiones, pintadas y zarandeos inconcebibles a un diputado invidente.
Mientras, en el Ministerio del Interior permanecen aún en silencio quienes, al parecer tienen miedo a ser comparados con los grises de una época tan difamada. Porque eso les quitaría más votos de los muchos perdidos ya. Preocupados por saber cual será –como ridícula Blancanieves ante el espejo - el más bello candidato para las elecciones generales.
Y un Presidente sujeto con fuerzas al sillón de mando, inamovible y quizás hasta con su habitual y monótona sonrisa, oyendo, sin escuchar, a lo lejos una voz insistente y desgarrada: “No era eso, en verdad que no era eso”.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
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