2 de noviembre de 2011

CAMPAMENTOS DE LA MUERTE


(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 31 de octubre de 2011)

En estos días anteriores al 20 de noviembre parece que todo lo que no huela a política, partidos o campaña electoral deja de ser importante. Hasta la economía, desgraciada protagonista esencial de lo cotidiano, está, como si dijéramos involucrada hasta el fondo en quién o quienes alejarán de ella la enfermedad que la corroe.
Sin embargo, lejos, muy lejos de los Fondos Monetarios, de las fluctuaciones de la Bolsa y repetidas reuniones de jerifaltes europeos, existe otra realidad infinitamente más dolorosa y cruel, donde la muerte es la protagonista y a veces, incluso la única solución.
 Bienvenidos a Dadaab, el campamento de refugiados más grande del planeta. La ciudad ideada hace veinte años para acoger a 90.000 personas y en la que hoy malviven medio millón en mitad del desierto de Kenia. Interminables hileras de tiendas de campaña, cabañas y casuchas forman el refugio forzoso de somalíes huidos del Cuerno de Africa por la hambruna, sequía y sangrientas guerrillas. El resto es anarquía, la ley del más fuerte, a pesar del esfuerzo de organizaciones como Médicos sin Fronteras, a la que pertenecen las dos cooperantes secuestradas hace unas semanas.
Cada día un niño muere al lado de alguno de los refugiados, y hasta hienas hambrientas devoran a veces a una de las miles de personas que intentan entrar en la ciudad. A pesar de ello, somalíes desesperados caminan hasta un mes para llegar al campamento: 80 kilómetros a pie por el desierto. Muchos mueren nada más llegar, como fue el caso de Ibrahim, de 3 años, que no aguantó la abrasadora caminata. Su madre cava una fosa para enterrar el cuerpecito exhausto. Pero no hay tiempo para lamentos en Dadaab, debe caminar tres o cuatro kilómetros para encontrar  la única fuente de agua. Un recién llegado puede tardar hasta mes y medio en tener acceso a su primera ración de comida.
La familia de Yaqud Abdi dejó la seca Somalia mucho antes que él, relata un cooperante, pero nunca llegaron. El desierto se los tragó, y él ahora, no cesa de mirar hacia la puerta de entrada del campamento de refugiados con la vana esperanza de que después de varios meses, alguno quede aún con vida y vuelva junto a él.
Los jeeps de las ONG circulan por el campo con señales de “prohibidos los rifles”, ya que las armas no escasean, ni las sospechas de que los terroristas de la sección somalí de Al-Qaida estén introducidos entre las casuchas como aparentes refugiados. Otra amenaza más de muerte.
Reporteros veteranos acostumbrados a narrar situaciones límites de emergencias hablan desgarrados a la vuelta de Dadaab, como es el caso de Vicente Romero, periodista de la 2-Televisión que afirma la injusta y abominable realidad de seres que “se encuentran tirados, atrapados y sin amparo alguno y para quienes la ayuda es inexistente”. Cuenta Vicente como algunas madres desesperadas, con sus pechos vacíos, viendo que sus hijos están al borde de morir le piden que se los lleve, los quieren entregar y desprenderse de ellos para que puedan seguir viviendo.
Inicialmente lo que ahora es Dadaab eran tres campamentos de refugiados: Dagahaley, Pagadera e Ifo. Ahora se han unido los tres en un monstruoso “oasis”de polvo, hambre y muerte. A pesar de ello, para los somalíes, decir Dadaab es decir vida, y son capaces de andar hasta quedar exhaustos, como si anduvieran por un campo de fuego.
 El drama humanitario de Somalia –Kenia- Etiopía es en la actualidad el nuevo y desgraciado Holocausto al que el resto del mundo asiste impasible, dispuesto solo a volver la mirada cuando las imágenes se muestran en un reportaje televisivo. Mientras ellos cavan sus fosas, Occidente lucha por ajustar el déficit económico que la codicia y el exceso del llamado bienestar, han desestabilizado.
Mientras chinos, americanos y europeos compiten por la primacía mundial, y porque el consumismo vuelva a ser el objetivo esencial de sus moradores, con tal de que todo vuelva al feroz capitalismo anterior, un trozo del continente africano muere poco a poco como si los que habitan en él no fuesen seres humanos, sino objetos de desecho a los que molesta reconocer.
Si alguna vez fue necesaria una revolución, no hay causa más importante que la que  el Cuerno de África presenta. No pueden hacerla, y por ello, estamos tranquilos. Comemos todos los días, tenemos fiestas, celebraciones y objetos innecesarios en exceso. A pesar de ello, nos quejamos por una crisis que pretende arrebatarnos un poco de eso. Más que humanos nos vamos transformando en animales sin alma.
Ana María Mara
Historiadora y novelista

2 comentarios:

la-de-marbella dijo...

Tienes razón Ana Maria. Creo que la sociedad en general ha perdido el norte. Que nos hemos acostumbrado a ver las imágenes de la hambruna y la desolación sin que nos quite ni el hambre ni el sueño.
No se puede entender que el hombre sea tan canalla con el propio hombre.
Muy bueno tu articulo, como siempre.

Anónimo dijo...

Viaje a la capital del caos

http://www.elpais.com/articulo/portada/Viaje/capital/caos/elpepusoceps/20111106elpepspor_11/Tes

El 25% de la ayuda humanitaria cae en manos de los señores de la guerra, que después trafican con ella