(Artículo publicado en el diario SUR el 27 de junio ded 2013)
De una manera lógica y racional debería
empezar escribiendo una glosa acompañada
de felicitaciones dirigidas al nuevo premio Príncipe de Asturias de las Letras,
que como saben ha recaído en el escritor ubetense Antonio Muñoz Molina.
Pero adelanto que estas líneas no pueden ni
quieren ser escritas solo desde el cerebro, y que en algún momento la víscera
central es posible que me juegue una
mala pasada.
Y es que, verán, Muñoz Molina -¡oh
atrevimiento!- es para esta escritora su
amor platónico literario desde que un día, feliz, el destino hizo llegar a mis
manos la segunda de sus novelas que bajo el título de “El invierno en Lisboa” consiguió el premio
Nacional de Literatura , a la edad de 31 años.
Para entonces algunos afortunados conocíamos
sus artículos en periódicos como El Ideal de Granada, que fueron recopilados
en “Diario de un Nautilus y “El Robinson
Urbano”. Antonio era un joven funcionario residente en Granada con aspiraciones
de escritor, tímido, desconocido y con su brillantez de vocabulario, su
sintaxis casi perfecta y el encadenamiento personal de frases, guardado en lo
profundo de un cerebro fuera de serie. Sería el poeta catalán Pere Gimferrer
quien lo descubriría y en una especie de rapto mental nos regaló el contenido
de su obra desde “Beatus Illae, la
primera novela, hasta el día de hoy.
Sus obras son tan conocidas y premiadas que
no gastaré líneas en nombrarlas, diré tan solo que la última “Todo lo que era
sólido” es por ahora el colofón de una etapa tan modélica como deliciosa para
sus lectores. También para él, que con 39 años fue elegido Académico de la Lengua, el primero a esa
temprana edad.
Y además está el hombre, la persona que
escribe, cuyos valores humanos
sobrepasan –y ya es difícil- su literatura. Sus orígenes humildes en una
Andalucía agraria pobre debieron labrar el carácter recio y firme que proyecta
en sus actos. El vocablo que mejor lo define se llama “Coherencia”. Extraña
palabra en el mundo actual y mucho más en el de los elegidos por la fama.
“Honestidad” sería otra que nos daría un retrato fiel de este hombre barbudo de media sonrisa, cuyo
acento jienense sobrevuela a veces por entre las palabras de quien es profesor
de Universidad en Estados Unidos y fue uno de los directores del Centro
Cervantes de Nueva York.
Curriculum excepcional en el que sin embargo
no aparece la virtud que llegó a hacer flotar en las nubes a esta pequeña
escritora local. Antonio escribe de fábula, maneja el idioma como pocos, los
temas son de alto interés, las metáforas precisas…cierto, pero hay algo que no
suele comentarse por pudor (del comentarista) y es que, además de lo anterior,
Antonio escribe “bonito”. Y eso ya no entra en los cánones habituales de lo
literario, pero es una verdad como un templo y digo sobre ello, como Lope de
Vega sobre el amor, “quien lo probó, lo sabe”.
Una mañana, cuando faltaban unos meses para
que le diesen el Nacional de Literatura, me encontré con Antonio en Baeza en
unos Cursos Universitarios. Tomaba el desayuno con el poeta García Montero.
Unas mesas más allá en el célebre restaurante “Juanito”, servidora bebía
distraída su café cuando me percaté de la presencia de ambos. García Montero se
ausenta y un atrevimiento sin límites me lleva a saludar y hasta sentarme junto
al autor de Diario de un Nautilus y de El Invierno en Lisboa. Como quinceañera
vulgar, enrojecida, sin duda torpe, mi osadía tuvo un regalo inesperado :
Antonio me invitó a un nuevo desayuno juntos y a charlar sobre sus anhelos, la
“suerte” de que lo hubiese leído Gimferrer, y como aperitivo, preguntar por
“esa Marbella tan compleja de la que todos hablaban”. Dijo que era un lujo para él que lo hubiese
reconocido entre tantos catedráticos de postín; aplacó mis nervios con un
abrazo y me despidió con una sonrisa que guardo hasta hoy.
Santos S. de Villanueva, crítico literario
por excelencia ha dejado dicho que Muñoz Molina es “un escritor necesario”.
Perfecta definición.
Lean sus libros, por favor, y entenderán la
exaltación sincera de mi gozo. Felicidades al ya honorable Antonio.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
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