(Artículo publicado en el periódico TRIBUNA EXPRESS el 10 de octubre de 2013)
No conocemos España. Habitamos su territorio y defendemos lo que
creemos como su auténtica personalidad aunque a veces se trate de hábitos
incivilizados y groserías chulescas. Apalancados en nuestros rincones amamos a
veces la superficialidad considerándola virtud a la vez que buscamos en los
desplazamientos exotismos publicitados que aportan poco o nada a nuestra vida
interior. El llamado turismo de crucero ha logrado aunar en su provecho
comodidad y lejanía transformando nuestros viajes en fabulosas estancias
hoteleras cuyo destino a veces es lo menos importante.
Gran parte de españolitos, entre los que me
encuentro, nos vanagloriamos de haber estado en Nueva York, China o la Isla de Pascua mientras
ignoramos por completo como viven y cual es la geografía descriptiva y humana
del pueblo cercano o la ciudad limítrofe con la nuestra. Somos así, exagerados, impetuosos, poco
imaginativos pero un tanto fantasiosos, por lo general. Si lo que se lleva es
viajar a las islas Seychelles, nos lanzamos a ello aunque solo sea por la posibilidad
y el disfrute de presumir después del viaje, como el torero Mario Cabré cuentan que hizo no más salir de la cama de
Ava Gadner en una de las borracheras de la actriz.
De esta manera, viajar por nuestro propio
país acaba resultando para muchos vulgar, bajo la absurda creencia de que
cuanto posee de interesante lo conocemos, y el resto no alcanza el calificativo
de imprescindible. Opino que nos equivocamos totalmente y me resulta lastimoso
que haya quienes aprueben esta teoría.
En España, además de sol y playas existen
ciudades y pueblos cuyo descubrimiento puede lograr además de una sorpresa, la
constatación de preguntarnos como no hemos llegado a ellos antes.
El botón de muestra quiero que sea hoy una
ciudad de la que todos sabemos que en
ella está la Basílica
del Pilar, junto al río Ebro, y los más avezados, que tuvo lugar una Exposición
Internacional años atrás. La visita que hice a ella hace unas semanas buscando
primordialmente su extraordinaria ruta mudéjar, ha producido en mí tantas
sensaciones inesperadas que no me resisto a contarla desde esta plataforma del
periódico.
Cierto es que en arquitectura mudéjar pocos
lugares le ganan, si exceptuamos Teruel y el pueblo de Albarracín, que al fin y
al cabo están igualmente en tierra aragonesa. El encantador pueblo de Tarazona
es un lujo artístico al alcance de quien se moleste en recorrer sus estrechas
calles en cuesta y llegar a lo alto donde palacetes alternan con iglesias,
cuyas torres recuerdan a Giraldas en pequeño, con el bello toque de arcos y
ornamentos que el mudéjar coloca sobre sus paredes rojas de ladrillo visto. La
exagonal plaza de toros, del mismo material, y la Catedral con restauración
preciosista y premiada, unidas a la visión que desde ella se consigue de las
casas del casco histórico, colgadas a manera de águila sobre el paredón de
piedra, forman un verdadero espectáculo para quienes sepan mirarlo con ojos de
dentro y de fuera.
Pero Zaragoza parece que decidió, además,
subirse al tren de la modernidad, y convertirse en una de esas ciudades
modélicas a las que antes me referí. El presente –debieron pensar- hay que
vivirlo igualmente con belleza y comodidad. Pionera en España del llamado
Desarrollo Sostenible, toda ella gira en torno a sus señas de identidad ( Plaza
del Pilar y Basílica) y río Ebro, ambos acompañados por la cercanía de detalles
de vanguardia, como la estatua reformada de Goya y su circular paseo de fuente
y majas entre el agua circundante. O el Cubo, edificio singular junto a la
estatua, conjunto de oficinas de información cuyo exterior dorado/caramelo
invita a deleites gustativos. O la fuente que en un extremo de la Plaza produce olas de agua
de volumen cambiante, que apasiona a niños y mayores.
Pero tal vez lo impactante (además de la zona
que llama El Tubo, para los amantes del tapeo) es como los zaragozanos han
organizado el asunto de la movilidad. Parece increíble el funcionamiento de un servicio de alquiler de bicicletas ( BIZI )
para los más de cuarenta kilómetros de carriles – bicis urbanos, con 250
estaciones, más de 2.500 bicicletas y un número de abonados que sobrepasan los
60.000 al precio de 25 euros al año. Solo en Amsterdam recuerdo haber visto
algo parecido. Y gracias a sus modernos autobuses, metro y tranvía, ostentan,
con el consiguiente orgullo ser la ciudad española galardonada con el primer
puesto en transportes públicos.
No les hablo de hospitales, parques o
escuelas para que no lleguen a sentir la envidia que sobrevoló sobre mi cada
uno de los días que estuve junto al Ebro, contemplando cómo en él se reflejaban
las agujas del Pilar y cómo a mi me
sonaba la dulce cantinela de su agua cual metáfora descriptiva del placer que
sienten y afirman quienes viven en ella. Solo por aprender lo que es un modelo
de ciudad deberíamos visitarla.
Ana María
Mata
Historiadora y novelista
2 comentarios:
Gracias Ana por este nuevo artículo. Una persona que se mira todo el día el ombligo es una persona poco dada a mejorarse. Si esto lo aplicamos a una ciudad sería como estar en una burbuja sin mirar a su entorno y observar las buenas prácticas que llevan a cabo otras ciudades. Yo cuando viajo me maravillo de las ciudades tan evolucionadas que hay y lo bien que se viven en ellas y, la verdad, me gustaría lo mismo para Marbella.
Es muy oportuno este artículo justo después del debate, en mi opinión bueno, que mantuvimos el otro día en la conferencia que desde Marbella Activa organizamos sobre la construcción de ciudad desde la participación ciudadana. Zaragoza es un buen ejemplo en el tema de la planificación estratégica no sólo en España sino en el mundo. Va por la tercera generación. Muchas de las cosas que te maravillaron, excepto el arte mudéjar donde el mérito es de otros anteriores, es resultado de sus planes estratégicos consenso de toda una ciudad: entidades púbicas, privadas, ciudadanos y asociaciones. Por tanto la planificación estratégica no es un ejercicio teórico y sus frutos se pueden ver en muchas ciudades como es el caso de Zaragoza. Ahora empieza uno en Marbella y la oportunidad de que salga bien dependerá de todos y cada uno de nosotros. El modelo de la ciudad que queremos depende de ello.
¡Felicidades por el artículo, Ana!
Como zaragozano que soy, me siento honrado y podría añadir muchas cosas (no solo buenas).
Lo que sí quiero apostillar es que esa transformación de la ciudad ha sido posible no solo gracias a la planificación urbana sino sobre todo al papel protagonista de sus habitantes, que siempre se han mostrado reivindicativos (y hasta combativos) con sus gobernantes, reclamando mayores y mejores espacios públicos, carriles bici, etc., y que ahora que disponen de todo eso lo usan y disfrutan con profusión, y siguen pidiendo aún más cosas.
Cierto que es necesaria la iniciativa pública para conseguir mayor calidad de vida en las ciudades, pero también es responsabilidad de quienes las habitan sentirse dueños de ellas y plantear y exigir a sus administradores mayores y mejores servicios.
En definitiva, que las ciudades han de avanzar preferiblemente a impulso de sus habitantes.
Gracias, Ana, por dedicarle este bonito artículo a mi ciudad.
Publicar un comentario