30 de diciembre de 2013

DOS MIL AÑOS DESPUES


(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express el 27 de diciembre de 2013)

Algunos me llamarán antigua y fuera de foco cuando lean estas líneas. No me importa, lo acepto desde el principio y no por ello voy a dejar de escribirlas. Estoy cansada de hablar del momento actual. Harta de escuchar en labios de Rajoy  el rollo de los brotes verdes y que nos estamos recuperando o en los de Susana Díez el de la transparencia. No digamos de la estereotipada sonrisa de Mas como la del guapo que cree ser y el iluminado a partes iguales. Del tan celebrado humor borbónico del rey, la no imputación de su hija menor y la elegancia hierática de su nuera. Harta de que me quieran convencer de la honradez de Cándido Méndez y los suyos, de la altanería provocativa de Blesa mientras las “preferentes” dejan sin ahorros a gente normal, sin yates, trofeos de caza  y vacaciones en las Bahamas. Del indulto que piden Del Nido y Ortega Cano. De jueces y fiscales que se llevan la contraria, ellos sabrán por qué.  Harta del famoseo y las celebridades. De que nos tomen por tontos tan descaradamente y lo hagan en doscientos mil medios, digitales o no. Diría, si me fuera posible aquello que Quino puso en labios de Mafalda : “Paren el mundo que yo me bajo…”me bajaría al menos de este país por un tiempo indefinido. Lo digo de verdad.
No encuentro otra forma de contrarrestar el hastío que hacer memoria en unos días tan particulares. Memoria lejana que alcanza la friolera de dos mil años atrás. A partir del momento en que comienza nuestro calendario.  Sea o no exacta la fecha, aquel diciembre en el que tuvo lugar el acontecimiento por el que ahora formamos tanta algarabía, tanto gasto y tan exagerada frivolidad. El nacimiento de un pequeño en una familia más bien pobre de Nazaret. En el interior de una cueva y con menos acompañantes de lo que el fervor popular nos ha ido contando desde entonces.
Un niño para quien nadie de los que hubiesen estado presentes habría diagnosticado un futuro distinto al resto de los hebreos nacidos por las mismas fechas. Ni siquiera los Magos, reyes o no, por mucha estrella que brillase destacada.
Y sin embargo, dos mil trece años después, a ese aniversario y con el nombre de Navidad, la mitad o más del planeta dedicamos las fiestas más célebres, largas, y si queremos, copiosas. El frenesí de luces, música, regalos, viajes,… etc esconde y casi oculta, a veces el origen de todo ello, acostumbrados como estamos a materializar y comercializar hasta lo más íntimo.
Es necesario reivindicar el por qué de que exista la Navidad especialmente para que los niños de hoy aprendan que Papa Noel, Santa Claus, árboles y obsequios  no son sino la exteriorización moderna de un momento cumbre en la Historia del hombre. Que festejamos el nacimiento de Jesús porque ha sido el único personaje histórico que no ganó batallas, no fue rico o poderoso, político o presidente de nada. Que para los creyentes significa la reencarnación humana de un Dios que hasta entonces se había mostrado en exceso justiciero pero poco amable. A partir de Jesús, la que algunos teólogos llaman “filosofía de Cristo” pudo cambiar la faz de la tierra, y a ratos lo hace con aquellos que siguen sus enseñanzas y aplican parecidas maneras en su periplo vital.  
 No conocemos bien el sentido de cuanto dijo e hizo porque nos ha llegado sesgado y traducido a ceremonias repetitivas, a un exceso de forma y adornos en lugar de análisis profundo de una doctrina llamada Evangelio igualmente teñida de la púrpura eclesiástica correspondiente.
El hombre que se llamó Jesús pretendía una revolución interior que favoreciera la vida en la tierra, ensalzó el amor hasta límites altísimos y quiso hacernos felices sin ambiciones materiales excesivas.
Tal vez después de los primeros cristianos llegaron otros a los que la concordia les pareció aburrida y crearon jerarquías, mandos, valores distintos  y motivaciones nuevas que necesitaban la excitación de guerras, cruzadas, luchas y poder. El tiempo ha expresado con hechos el resultado de abandonar el camino que el Nazareno nos mostrara.
Pero sigue incólume para quien quiera conocerlo el mensaje más bello jamás pronunciado por alguien. Por ese mensaje es necesario reivindicar el sentido primero de lo que llamamos Navidad y mostrar auque parezca menos moderno, a nuestros hijos y nietos, que tras el celofán, el cordero y los regalos múltiples, estamos celebrando el nacimiento del único Hombre que ha justificado al hombre.
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

2 comentarios:

Javier Lima dijo...

Con mis mejores deseos para todos y, en especial, para Ana por regalarnos tanta palabras repletas de cordura y corazón.

“Que el próximo año esté lleno de bendiciones, de sueños por soñar, de nuevos caminos por recorrer, de salud para brindar, de amor para llenar el alma, de canciones que enriquezcan el sonido de la vida, de amaneceres llenos de sol y anocheceres llenos de luna, de abrazos que abracen la vida”

- Anónimo

Jagual dijo...

Ha llegado el momento de una revolución cultural que surja desde cada individuo y que posibilite cambiar el modo de pensamiento de la sociedad. Si no ocurre esto, la crisis que atravesamos no habrá servido para nada. Como otras tantas veces, el ser humano no habrá aprendido nada.

Javier Gullón