(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express el 12 de diciembre de 2013)
Se llamaba Jorge Sepúlveda y
tenía un bigotito de militar en retiro. Su voz nos llegaba cargada del salitre
y perfumes del verano mediterráneo. Detrás de las cañas del Casino o la pista
del bar El Puerto los jóvenes se entregaban a fantasías románticas mientras
Sepúlveda repetía una y otra vez que todo lo hacía “mirando al mar…”
El mar como núcleo central de
nuestras vidas. Para los niños esencial en sus diversiones infantiles. Remedio
curativo para mayores. El mar como metáfora de lo infinito, recreación de
dioses intemporales, tan deseado y tan inabarcable.
Quienes hemos nacido en sus
orillas lo llevamos inmerso en la sangre, junto a hematíes y leucocitos. Para
los que viven alejados de él supone una carencia necesitada de solución. Lo
convierten en mito y juran no morir sin conocerlo, sin mojar sus dedos en la
espuma blanca.
Ocurre que ahora Marbella tiene
un problema con él relacionado: ya no posee tierras desde donde contemplarlo libremente. Los nuevos visitantes
y especialmente inversores exigen viviendas en las que poder mirar el mar
aunque sea a vista de pájaro. Las comodidades, el ornato, la estética o la
calidad están supeditados a la visión de un trozo de mar desde ventanas del
piso treinta o treinta y cinco. Jardines, pistas deportivas, lujo de
materiales, sí, de acuerdo, pero imprescindible vistas al mar.
Dicen que hay que edificar
torres con ese fin. Altas torres como las que existen en Catar o Dubai, en
Shangay y Nueva York. Torres que permitan a los inversores ofrecer a sus
clientes la perspectiva mágica de olas rompiendo a lo lejos junto a gaviotas hacinadas en la arena. Torres
que hagan recobrar el poderío económico perdido, aquél que alcanzamos por ser
una ciudad libre de ellas. Torres cuyo modelo, por mucho que hablen de diseños
especiales nos hermanaría con Benidorm.
Dicen que las obligaciones
urbanísticas de los promotores serían superiores a lo normal. No se si habrán
pensado en que Marbella es lo que es por su carácter de pueblo beneficiado por
su clima y su fisonomía diferenciada. Que su infraestructura es la de un pueblo
crecido a derecha e izquierda, pero no la de una ciudad como Barcelona, o Madrid.
Si habrán tenido en cuenta que la mayor parte de nuestros compradores lo han
sido gracias a que nuestro paisaje les hace olvidar el del lugar de donde
vienen, alejarse de los rascacielos entre los que se sienten prisioneros.
El turismo de élite, al que tanto
suelen aludir, abomina de enjambres constructivos como de la peste. La también
muy aludida “Marca Marbella” lleva implícita una imagen blanca, marinera y
andaluza de pueblo internacional y cosmopolita pero cuyas raíces se hunden en
casas familiares de patios y flores, tan escasas hoy en lugares turísticos al
uso. No podemos parecernos a nadie ni a
otro lugar cualquiera, porque eso sería como arrojar tierra en nuestro propio
tejado o perder justamente aquello que nos ha convertido en símbolo incuestionable.
Una cuestión tan importante como
esta no es asunto solo para que se legitime o se creen normas especiales por
parte de nuestros mandatarios. La esencia de una ciudad no puede transformarse
sin que las asociaciones existentes, colectivos ciudadanos y expertos muy
específicos entren en juego, y se les consulte como voces representativas. A
ver si de una vez por todas hacemos las cosas bien y no caemos en errores
anteriores cuya factura tardaremos todavía mucho en pagar.
La economía es una parte, fundamental
desde luego, en la vida del hombre. Pero en su nombre no se puede hacer de todo
y mucho menos aquello que nos revierta en negativo. La supuesta solución al
paro no está en trabajos que signifiquen –como dice el refranero- pan para hoy
y hambre para mañana.
Precipitada y errónea me parece
la idea de las torres que anda circulando, no se si como aditivo para tertulias
y calentamiento de estos primeros fríos o como semilla que enterrada suavemente
empezaría a crecer poco a poco, como hizo el diablo en la película de Polansky.
Si decimos con orgullo que
Marbella es única, debemos ser consecuente y hacer que lo siga siendo.
Analizando con meticulosidad cuales son
las bases que sustentan su diferenciación.
De lo contrario, y por mucho que nos bombardeen con cantos de sirena,
corremos el peligro de la alienación entre tantas otras ciudades parecidas.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
3 comentarios:
Muy bien expresado lo que sentimos la mayoría de los ciudadanos de aquí. Torres tan altas para que nos miren desde las alturas nuevas, altas torres de superioridad lejana, tan lejana a Marbella.
Enhorabuena por su articulo Ana Maria, en él queda expuesto meridianamente claro lo que pensamos la gran mayoria de la población de Marbella....como pueblo, no debemos de peder nuestra fisionomia que nos diferencia de las demas ciudades y nos hace ser unicos y casi exclusivos por el clima, entorno y paisaje urbanistico.
Alturas, alturas, edificios.....BASTA.!!
A revalorizar la naturaleza por Dios.
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