19 de mayo de 2014

A CARCAJADA LIMPIA



(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express)
Dice la Real Academia que la risa es un proceso biológico producido como respuesta a un estímulo agradable. Los niños ríen más que los adultos y no hace falta explicar el por qué. Los adultos reímos cada vez menos y tampoco habría que explicarlo: nos llegan escasos estímulos en lo cotidiano, especialmente en momentos como los actuales, donde todo son noticias deprimentes, aburridas y a veces hasta trágicas. Con esos estímulos negativos nuestros músculos faciales están a punto de sucumbir a la inanición, y si llegamos a concedernos una leve sonrisa podemos darnos, como solemos decir, con un canto en los dientes.
 Y sin embargo ¡que  placer encierra una buena carcajada! Supone una liberación momentánea de las tensiones, como si por un instante nos instalásemos en una burbuja o nube que flotara por encima de nuestro propio cuerpo. Algunos hablan de “destornillarse” y tendrían razón, porque músculos y articulaciones pierden su posición normal para acomodarse a lo que para ellos sería un estallido si no fuese por la brevedad.
Hacía tiempo que en los cines españoles no se oían tantas carcajadas casi al unísono. Tantas personas doblando la cintura mientras en la pantalla se exhibían uno tras otro los más relevantes tópicos que nos han ido caracterizando en el norte y el sur. En eso consiste el milagro, precisamente. En haber sido capaces de aceptar de lleno con una sonora carcajada esas manías que los antropólogos llaman caracteres y los sociólogos tipos, y que nos hacen ser como somos aún en su negatividad. Estereotipos que utilizamos a veces para fastidiar y otras para sentirnos identificados…hasta la náusea.
“España y yo somos así, señora” dijo Eduardo Marquina en labios del hidalgo protagonista de una de sus obras. Podíamos repetirlo hoy, porque lo que subyace en la celebérrima película de Martínez Lázaro es tan real como las carcajadas de los espectadores. Su reflejo en la pantalla grande, unido a la expresividad de sus personajes, especialmente la del malagueño Rovira, a sus tic, movimiento de ojos, y la belleza de paisajes vascos nos ha descolocado a los españolitos de bien, andaluces, vascos, y de todas las regiones que sepan mirar por encima de sus propias narices.
Resulta alentador que en el país del norte hayan reído también. Puede significar una amplitud de pensamiento y una apertura hacia los otros, hacia  los demás. Porque hasta no hace mucho daba la impresión de que para hacer caricatura de España bastaba con un torero, una mujer aflamencada, una guitarra y un “josú”. El tópico estaba servido. Los andaluces lo aguantábamos todo, y como pararrayos nacional hemos sido geniales.
 Hacía falta esa especie de confrontación de tópicos que los “Ocho apellidos vascos” presenta de manera tan divertida; por varias razones, y no es la menor la de llevarnos directamente a la carcajada incluso a quienes entramos en la sala de cine con recelo y aprensión.
Podía ser otra la de servir al país entero como una sección de risoterapia, método que empieza a estar en boga entre los psicólogos modernos. Y no lo es menos la de elevar las cifras de asistentes al cine de manera espectacular. El taquillazo creo que ya es el primero en la historia cinematográfica reciente.
La sociología podría decir mucho sobre todo esto. Sesudos señores que con nombres extraños y palabras ecuménicas nos podían hablar de la enorme lección que la peliculita de marras encierra. No hace falta que trabajen gratis, lo imaginamos: No hay nada más beneficioso para la salud física y mental que reírse de uno mismo. Aceptar nuestro gracejo pero también a veces, nuestro ridículo. La buena comida junto a sus excesos absurdos, la genealogía familiar como casualidad sin mérito, el ombligo como lugar más feo donde mirarse.
Gracias a quienes han hecho posible que el cine español repunte y que los españolitos de norte o sur aumentemos un átomo de nuestras neuronas inteligentes con esas sonoras carcajadas.
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista
  





1 comentario:

Anónimo dijo...

Podría hacer como diez años que no iba al cine, hasta hace un par de semanas que fui a ver esta película. Aún me río recordando escenas. Me lo pasé genial, la verdad, porque para penas y dar que pensar, ya están los noticiarios.

Órfilo.