En mi época universitaria tuve un profesor de
Historia Contemporánea cuyo nombre omito por respeto, pero que se hacía notar
por dos cosas bien distintas: por una parte era el típico “hueso” a la hora de
examinar y calificar, y por otra tenía una afición curiosa a escapar de los
cánones establecidos en cuanto la ocasión lo propiciaba. En estas escapatorias
solía contarnos “anécdotas y cotilleos” de la época estudiada que nada tenían
que ver con los manuales al uso, y que en el fondo a todos nos divertían
bastante. Era un experto historiador, hombre solitario y algo huraño, que
quizás encontraba en su faceta de “voyeur” un pequeño placer que le compensaba
la carencia de otros.
Al encontrar de golpe aquella carpeta de
anécdotas me he sentido impelida a contarlas en el blog de vez en cuando para
compartir con quienes me lean lo que he llamado “entresijos de la historia”.
El citado profesor era especialista en el
reinado triste de Fernando VII, el que empezó como deseado y acabó cual bellaco
por su absolutismo terrible. A propósito de Fernando VII, recuerdo como contó
la casualidad que significó en los pocos haberes de su vida de rey la creación del Museo del Prado. Parece en
verdad extraño que un berzotas como Fernando se preocupase de temas de tan
elevado gusto artístico. Lo suyo era derogar la Constitución,
recortar libertades, atentar contra su padre (Carlos IV) y agrupar a su lado
gente que lo halagase sin fisuras (de ahí el dicho “así se las ponían a
Fernando VII, referido a los juegos de billar donde le dejaban ganar) antes y
después de condenar a muerte a sus contrarios.
La historia oficial dice que fue Carlos III
quien tuvo la primera idea de lo que hoy es el Prado, y le encargó al
arquitecto Juan de Villanueva la construcción de un Gabinete de Ciencias
Naturales, pero que luego Fernando VII ordenó convertirlo en museo de pintura.
Fue inaugurado en 1819. Pero si el Prado está ahí no es ni gracias a Carlos III
ni mucho menos al séptimo de los Fernandos.
La que se empeñó en que España tuviera un
gran museo de pintura fue una reina que reinó poco porque murió enseguida. Era
Isabel de Braganza, segunda esposa y a la vez sobrina del rey bellaco. No era
rica ni guapa pero amaba el arte y era una mujer cultivada. El rey solo se casó
con ella para buscar un heredero. Cuentan que a su llegada a España se encontró
con una coplilla que corría por la corte y decía : “Fea, pobre y portuguesa…¡chúpate
esa!”. Era apocada y obediente, y como el rey no le hacía caso y andaba de cama
en cama, Isabel dedicó su tiempo y
empeño en conseguir un lugar donde los españole pudieran disfrutar del arte.
No le fue fácil al principio, pero cuentan
que el rey, harto de su petición y agobiado por su presencia continua para
tratar de conseguirlo, le dijo un día :”Que sí, mujer, que te hago el museo, no
se hable más” con el objetivo de quitársela de encima. Isabel de Braganza puso
en marcha el Prado y contribuyó personalmente a que se colgaran los primeros
trescientos once cuadros. Lástima que no remató la faena porque murió de un mal
parto meses antes de su apertura.
Isabel de Braganza fue una mujer sin suerte,
cuyo destino parecía estar unido al sufrimiento. Perdió a su primera hija y en
su segundo embarazo cuentan como el parto se complicó en demasía y al perder el
conocimiento la reina, el médico optó por una cesárea en vivo, creyendo que la
alferecía ( escrito así, textual en los libros) que sobrevino a Isabel no era
tal, sino signo de fallecimiento. Al cortar a la parturienta, para extraer el
bebé la reina dio tal grito que se oyó en todos los rincones de palacio. La
hija nació muerta.
Parece que la falta de belleza, junto a una
educación exquisita por parte de los jesuitas condujo a Isabel desde su
adolescencia al estudio de las formas distintas de belleza en el arte. Al llegar a España, y en medio de una
desastrosa vida marital, su afición permanecía intacta cuando encontró en los
bajos del Escorial cuadros y esculturas de los monarcas anteriores en no muy
buen estado. Eran obras en su mayoría del Renacimiento italiano y con ellas
daría comienzo a su particular lucha porque los españoles pudieran disfrutar de
una buena exposición.
Entresijos de la historia, que diría mí ahora
ya –supongo– viejo y huraño profesor. Detalles no muy conocidos pero que nos
indican algo. Si detrás de un gran hombre hay una gran mujer, ocasiones existen
en las que detrás de un mal rey puede haber, como en este caso, una excelente y
cultivada reina. Gracias majestad por el
Museo del Prado.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
Tu profesor ha conseguido que lo recuerdes y cites muchos años después de haber sido su alumna.Seguro que no muchos lo lograron.Sembró en ti la curiosidad por lo no escrito y su difusión.Gracias a el la Reina sigue viva y yo le doy las gracias.
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