Lo más parecido a una batalla fue el engendro
de las elecciones recientes en la que nuestros ineptos políticos nos obligaron
a participar, incapaces en los meses anteriores de buscar una salida al hecho
de formar un gobierno aceptable. Aceptable para ellos, quiero decir, debido más
que nada a la constatación de que cuatro cabezas son muchas para que cada una fuese
la destinada a mandar. Me explico: Todos querían la “corona”, el sillón, la
vara de mando, la presidencia, pero los votos no consiguieron lo que cada uno
de estos pesadísimos señores querían bajo el paripé de las urnas. Y de nuevo
donde estábamos.
Cada día los ciudadanos, entre los que me
encuentro en primera fila, tenemos más claro el exceso de ambición de poder que
los dirigentes de los cuatro partidos significados poseen a título personal. El
interés por conseguir un gobierno que nos represente como nación digna y trate
de solucionar, aunque sea poco a poco, los problemas reales de quienes
habitamos esa nación, no es, dese luego la prioridad de sus intenciones. ¿Saben
por qué? Porque de serlo, analizarían con rigor las diferencias y posibles
similitudes entre ellos de acuerdo con el resultado de las urnas; humillarían
un poco la cerviz ante el destinado a ser cabeza, enterrarían sus ambiciones
hasta nuevo aviso, y se dejarían de parloteo inútil, de apariciones en los
medios para decir una y otra vez los latiguillos que nos aburren, y dedicarían tiempo y voluntad a solucionar esta
ingobernabilidad que ellos mismos han producido y en la que, cual laberinto nos
han metido y nos hace casi
despreciarlos.
Escogí
el título de un libro de Juan Goytisolo no al azar, ni tampoco por la metáfora
aparente. “Paisaje después de la batalla” es uno de los libros mejores del
autor, aunque su dificultad de lectura rápida esté al nivel de su fantástico
estilo literario. Y además, porque una de las frases que el propio autor dedica
a su obra me parece definitiva para este momento que vivimos. Dice Goytisolo
con una amplia sonrisa al ser preguntado, que reconoce, que el libro es en
realidad “una acumulación descabalada de mugre”. Ninguna definición me
parecería mejor si me preguntasen como
veo el momento post-electoral, y perdonen mi sinceridad.
También acepta en la misma entrevista que
“Paisaje después de la Batalla”
sea denominado como el libro de la confusión, si algunos quieren verlo así.
Idem de idem, que solía decir un antiguo profesor de magisterio. Totalmente
sumergidos en ella estamos los españolitos de a pie que hemos hecho el favor a
los políticos de ir a las urnas. Me pregunto para qué, si estamos al día de hoy
igual que antes de depositar el papelito en cuestión, lleno de nubarrones y
discordias.
Dicen algunos de los citados que esta ha sido
la votación del miedo. Puede. Pero un miedo zigzagueante, que iba de unos a
otros, como boomerang infantil. El partido ganador consiguió serlo por el miedo
que inculcó hacia la llegada de los novísimos, miedo al bolivarismo, a
supermercados vacíos, a la segregación catalana. Y sus rivales azuzaron en
contra del PP a través del miedo a los
recortes, al sofocante centralismo,
a una corrupción que también es compartida.
Ahora todos quieren mirar hacia otro lado
bajo la apariencia de no contaminarse. Lástima que sea demasiado tarde para
presumir de limpieza y de estar libre de pecado. Ninguno podría tirar la
primera piedra, y parece mentira que no se den cuenta unos y otros que ya va a
ser difícil engañarnos para otras elecciones, porque como en el cuento de
Caperucita les hemos visto la patita oscura y peluda al lobo que representan.
Si es que hay quien se moleste en oír a la
calle, conocerá de primera mano la opinión que de todos ellos tenemos como
políticos que dicen querer representarnos.
Ninguno quiere pactar porque piensan que
quizás nuevas votaciones les llevaría al trono de una vez. El guaperas del puño
y la rosa, el enfadado progresista que ya se veía hasta con chaqueta, y el fino
“intermedio” que se ha llevado la sorpresa del bajón, todos sueñan con la
cúpula absoluta.
No se puede ganar batallas cuando nadie
quiere ir siquiera de teniente o capitán. Todos desean ser general, o si me
apuran, “generalísimo”.
Ana
María Mata
Historiadora y novelista
2 comentarios:
Tiene mucha razón, pero en ese afán de llegar a generalísimo como tienen los cuatro cabezas, lo mismo tenemos la mala suerte de que aparezca un salva patrias, como suele ocurrir cuando la falta de entendiendo y la avarícia de cada uno sea mal oteada en unas nuevas e indeseables elecciones.
Tiene mucha razón, pero en ese afán de llegar a generalísimo como tienen los cuatro cabezas, lo mismo tenemos la mala suerte de que aparezca un salva patrias, como suele ocurrir cuando la falta de entendiendo y la avarícia de cada uno sea mal oteada en unas nuevas e indeseables elecciones.
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