El tiempo pasado y las muchas y
largas deliberaciones judiciales han dado al fin el fruto de unas cantidades
extraídas del caso Malaya y de los llamados casos Saqueo 1 y Saqueo 2. Una mínima parte de lo esquilmado al
Ayuntamiento de Marbella por aquellos desalmados y expertos ladrones que en su
día formaron grupo cerrado en torno a Jesús Gil y el poderoso Roca.
Se trata ahora de pensar
seriamente cual va a ser el destino de estos quince millones, más los dos del
Saqueo, y dar prioridades a cuestiones esenciales para la ciudad pero en cierto
aspecto relegadas una y otra vez.
Tiene razón mi buen amigo y
colega Paco Moyano cuando dice en su escrito que “Marbella no es ciudad para
viejos”. Ni para la tercera edad o mayores, ambos eufemismos aceptados con la
intención –imagino- de suavizar una palabra tan real y auténtica como lo son
las vidas que se encierran tras de ellas. La ancianidad es una etapa vital a la
que todos afirmamos querer llegar pero a la que rechazamos mientras tenemos
tiempo para ello.
La vejez es hoy una continuidad
de la madurez en la que abuelos solícitos recogen el testigo de los hijos para
atender a unos nietos que les son muy queridos y que sin ellos perderían una
parte destacada de su aprendizaje. El lado triste es el de aquellos que llegado
el momento del retiro no tienen lugar donde depositar sus huesos gastados ni
reservas financieras para buscar un lugar privado que los reciba.
Durante años nuestra ciudad ha
venido discutiendo sobre una herencia que la familia de Mateo Álvarez dejó al
Consistorio con la intención de que fuese dedicada a residencia de ancianos.
Factores distintos y complicados lo han hecho imposible y el Trapiche del Prado
duerme el sueño de los justos después de un deterioro lamentable sin que el
objetivo de su donación haya podido cumplirse.
Creo que es de un rigor absoluto
que los primeros fondos del Malaya vayan dedicados a este asunto tan necesario
y primordial y cubra el vacío que existe en Marbella sobre una residencia para
ancianos.
Es indiscutible que otras muchas
necesidades esperan igualmente acercarse a estos fondos y obtener a través de
ellos el dinero necesario para que sean resueltos, caso especial podrían ser
nuevas instalaciones deportivas para nuestros jóvenes. Pero como comienzo no
veo en el horizonte de propuestas ninguna más esencial y prioritaria que
construir un lugar digno para tantos hijos de Marbella que verían resueltos sus
últimos años con tranquilidad y sosiego.
En la ya larga historia de una
ciudad como la nuestra, pujante y poderosa, adalid del turismo y ejemplo a
imitar de muchos otros lugares costeros, no se conoce la existencia de una
residencia pública para los ancianos, mas allá
de lo que fue la Fundación Jaeger, dependiente de la Parroquia de la
Encarnación. Procedía de una disposición testamentaria del austríaco Sr.
Jaeger, y estuvo bajo el atento cuidado de una mujer ejemplar, Maruja Espada,
hasta su cierre por el obispado de Málaga.
Los tiempos de hoy son distintos
pero las carencias de gran parte de quienes forman la tercera edad, a la postre
resultan similares.
Marbella no puede mostrar su
belleza turística, sus logros en ese sentido, su lujo y el buen vivir de
quienes la toman como ciudad de referencia vacacional o permanente, sin
presentar como credencial de solidaridad un lugar digno para quienes no tienen
uno propio para su última etapa.
Espero y confío en que una parte
importante del desastroso Malaya se dirija, como en una especie de expiación a
nuestros queridos mayores.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)
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