30 de mayo de 2020

VERANO DIFICIL

La situación actual que nos vemos obligados a vivir en este mundo distópico donde nos encontramos resulta válida para explicar a aquellos que propugnan adelantarse a los acontecimientos y al menos prever sus más inmediatas consecuencias. Pero también serviría como justificante para los que creen que el azar y solo él es el dueño absoluto de la vida en el planeta tierra.

De un modo o de otro la pandemia resultante del corona virus es hoy una realidad aplastante a la que no podemos sustraernos por muchas vueltas que le demos a su origen y su rápida evolución. La única certeza sobre ella es que está aquí, entre nosotros, como un huésped indeseado que se resiste a desaparecer . Y nos vemos obligados a convivir con su presencia invisible pero terriblemente maligna. Haremos estadísticas, porcentajes y revisiones contínuas mientras el maldito microbio parece disfrutar con nuestro miedo, nuestro esfuerzo y el escaso rendimiento de estos afanes.

Entre tanto, el verano aparece de golpe, con su manto de temperaturas exageradas pidiendo su lugar como un visitante habitual, a sabiendas de su poderío. Y de golpe nos encontramos  los pobres terrícolas con dos bandos opuestos interceptados entre sí, combatiendo por nuestra presencia.

De un lado, la necesidad de confinamiento como única medida para alejar el maldito virus, y de otro el deseo irresistible de luchar contra el calor veraniego, dándonos un chapuzón como acostumbrábamos en el mar . Pero ¡ay! la cosa no es simple ni sencilla, ya que las medidas contra el adversario obligan a una distribución de las playas en cotos medidos y tasados, horario fijo y citas previas.

Las playas se convierten así en lugares donde reina el nerviosismo por la hora convenida, la regulación de metros entre vecinos de arenas y hasta es posible que un marcaje plastificado entre límites. Todavía sin entender como harán las familias con varios hijos pequeños para acceder a un trozo de arena y otro tanto de mar.

Con estas condiciones o bien sacan al ejército para vigilar cada metro de playa o como resultado de nuestro españolismo habitual, nos saltamos a la torera estas normas anti-virus y dejamos al corona volar a su gusto entre los playeros inconformes.

Verano difícil para todos este del dos mil veinte, que ya empezó con mal pie en las zonas asiáticas desde enero, para llegar al continente europeo a renglón seguido, aunque  nosotros  fuésemos  informados más tarde y al parecer con procedimientos anormales.

España vive prioritariamente del turismo y ese es un agravante excepcional en estas circunstancias. El viajero que llega del extranjero quiere seguridad pero también playas, en primer  lugar y espacios abiertos donde disfrutar de una fría cerveza y un espeto de sardinas asadas. No quiere de ningún modo permanecer quince días en confinamiento, perdiendo tiempo del que dispone. Quiere libertad y si nuestro país se la niega buscará otros lugares más cercanos a sus deseos.

La muy particular lucha entre salud y economía, van a librar su más dura batalla en cuanto el calendario avance unos días más y el calor se haga insoportable.

Lastimoso pero eficaz sería que todos estos planteamientos nos llevasen a la reflexión definitiva de que somos seres fácilmente prescindibles no más que un oscuro microbio le de por salir de su escondrijo.

Ya no se estila la virtud antigua de la humildad. Por desgracia, tal vez, pero no habrá otro remedio que retomarla.             



Ana María Mata

(Historiadora y Novelista)

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