23 de noviembre de 2015

POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS



La motivación religiosa o la lucha por las creencias están en el  interior de todas las guerras desde que el hombre comenzó a diseñar su historia. También la geografía coincide en una gran parte de ellas, desde los enfrentamientos entre Sumerios y Arcadios a orillas del Éufrates  hasta la  que motiva mi artículo de hoy, la que desarrolla el autoproclamado Estado Islámico contra los que llama enemigos de Alá, cuyo centro neurálgico operativo se sitúa en tierras de Siria e Irak.
No solemos recapacitar sobre ello, pero todos los siglos históricos tienen su particular guerra de religión. La Guerra de los Treinta años, Cruzadas, católicos y protestantes cuando Lutero, Reforma y Contrarreforma, Reconquista española…así hasta el momento presente, los dos monoteísmos han impulsado más muertes que todas las epidemias y conflictos bélicos juntos. Aunque la auténtica motivación fuese en última instancia el dominio y poder, detrás o delante se hallaba un determinado Dios con el que justificaban y justifican las barbaridades cometidas.
En el nombre de Alá han sido sacrificados en Paris un enorme número de seres humanos que nada tenían que ver con la problemática y terrible forma de entender las creencias que poseen sus asesinos. Asesinados por intentar ser libres en un país europeo que tal vez consideren los verdugos como símbolo de unos valores que ellos no han sabido construir. Por muy esplendoroso que sea su pasado y bella su arquitectura y su arte, en terrenos de la mente no supieron adecuar la teocracia que dominó en el medievo  todo el planeta, con las nuevas ideas surgidas de la Ilustración Francesa. La Razón, con mayúsculas no tuvo acogida entre los seguidores de Mahoma que prefirieron seguir un camino en solitario que no podía desembocar sino en el fanatismo.
Pero hoy estamos en tiempos de globalización y es más difícil ignorar a los pueblos vecinos. Es preferible odiarlos por cuanto representan. En un magnífico artículo, Raúl del Pozo escribe: “No tengo claro si los yihadistas mueren en nombre de Alá como camino del paraíso o están poseídos por el odio a los valores de Occidente y por la venganza como respuesta a ser reducidos a ciudadanos sin esperanza”. Afirma que la yihad recluta a sus combatientes entre mendigos, camellos y jóvenes que no pueden vivir su vida y cuya marginación no justifica por si sola su crueldad si no es unida a coartadas metafísicas.
Pobre Dios, cualquiera que sea el nombre, bajo cuyo amparo se han cometidos las mayores brutalidades, en un afán de sentirse mejor después de descabezar al turco, matar al protestante, quemar a los blasfemos o asesinar a los infieles.  Tenían asegurado el silencio de ese Dios, el mutismo sobrenatural en el que suelen acogerse los iluminados que no quieren dejar de serlo.
Necesitamos excusas para ser todo lo perverso a lo que podemos llegar. Ante la maldad humana preferimos creer en enfermedades mentales y no reconocer que todo mal no puede ser achacado a la locura. Tampoco a las creencias por mucho empeño que los hijos de Mahoma pongan en ello. Estoy segura de que muchos de los que aprietan el gatillo o colocan la bomba saben a ciencia cierta que detrás de esos atentados está la mano de un maestro en inculcarle fanatismo para su propio provecho, y no la sonriente mirada de un Alá cruel e impertérrito.
La manipulación a través de las creencias ha sido otra constante perversa de la Historia.
Las madrasas islámicas, como antes los conventos, se transforman en escuelas del terror cuya semilla germina en Inquisición o terrorismo. Al poderoso de turno le conviene estos centros de adiestramiento e incultura racional para conseguir sus fines mediante hombres y mujeres sin criterio personal y crítico.
Quizás lo peor de todo sean las dificultades cercanas a la imposibilidad de encontrar soluciones. Los financiadores oficiales del terrorismo islámico, Arabia Saudita y Emiratos árabes, Katar, y algunos países del grupo G-20 no van a dejar de hacerlo porque va en contra de sus intereses.  En el centro está el tema del petróleo y nada puede hacerse, porque al final, todos deseamos vivir de la manera más cómoda posible, y para ello necesitamos fuentes de energía.
La única esperanza podría venir de que Dios- Alá se enfadase por el uso de su nombre, no en vano, sino para matar inocentes.
Ana María Mata 
Historiadora y novelista









      

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