La motivación religiosa o la lucha por las
creencias están en el interior de todas
las guerras desde que el hombre comenzó a diseñar su historia. También la
geografía coincide en una gran parte de ellas, desde los enfrentamientos entre
Sumerios y Arcadios a orillas del Éufrates hasta la
que motiva mi artículo de hoy, la que desarrolla el autoproclamado
Estado Islámico contra los que llama enemigos de Alá, cuyo centro neurálgico
operativo se sitúa en tierras de Siria e Irak.
No solemos recapacitar sobre ello, pero todos
los siglos históricos tienen su particular guerra de religión. La Guerra de los Treinta años,
Cruzadas, católicos y protestantes cuando Lutero, Reforma y Contrarreforma,
Reconquista española…así hasta el momento presente, los dos monoteísmos han
impulsado más muertes que todas las epidemias y conflictos bélicos juntos.
Aunque la auténtica motivación fuese en última instancia el dominio y poder, detrás
o delante se hallaba un determinado Dios con el que justificaban y justifican
las barbaridades cometidas.
En el nombre de Alá han sido sacrificados en
Paris un enorme número de seres humanos que nada tenían que ver con la
problemática y terrible forma de entender las creencias que poseen sus
asesinos. Asesinados por intentar ser libres en un país europeo que tal vez
consideren los verdugos como símbolo de unos valores que ellos no han sabido
construir. Por muy esplendoroso que sea su pasado y bella su arquitectura y su
arte, en terrenos de la mente no supieron adecuar la teocracia que dominó en el
medievo todo el planeta, con las nuevas
ideas surgidas de la Ilustración Francesa.
La Razón, con
mayúsculas no tuvo acogida entre los seguidores de Mahoma que prefirieron
seguir un camino en solitario que no podía desembocar sino en el fanatismo.
Pero hoy estamos en tiempos de globalización
y es más difícil ignorar a los pueblos vecinos. Es preferible odiarlos por
cuanto representan. En un magnífico artículo, Raúl del Pozo escribe: “No tengo
claro si los yihadistas mueren en nombre de Alá como camino del paraíso o están
poseídos por el odio a los valores de Occidente y por la venganza como respuesta
a ser reducidos a ciudadanos sin esperanza”. Afirma que la yihad recluta a sus
combatientes entre mendigos, camellos y jóvenes que no pueden vivir su vida y
cuya marginación no justifica por si sola su crueldad si no es unida a
coartadas metafísicas.
Pobre Dios, cualquiera que sea el nombre,
bajo cuyo amparo se han cometidos las mayores brutalidades, en un afán de
sentirse mejor después de descabezar al turco, matar al protestante, quemar a
los blasfemos o asesinar a los infieles. Tenían asegurado el silencio de ese Dios, el
mutismo sobrenatural en el que suelen acogerse los iluminados que no quieren
dejar de serlo.
Necesitamos excusas para ser todo lo perverso
a lo que podemos llegar. Ante la maldad humana preferimos creer en enfermedades
mentales y no reconocer que todo mal no puede ser achacado a la locura. Tampoco
a las creencias por mucho empeño que los hijos de Mahoma pongan en ello. Estoy
segura de que muchos de los que aprietan el gatillo o colocan la bomba saben a
ciencia cierta que detrás de esos atentados está la mano de un maestro en
inculcarle fanatismo para su propio provecho, y no la sonriente mirada de un
Alá cruel e impertérrito.
La manipulación a través de las creencias ha
sido otra constante perversa de la
Historia.
Las madrasas
islámicas, como antes los conventos, se transforman en escuelas del terror cuya
semilla germina en Inquisición o terrorismo. Al poderoso de turno le conviene
estos centros de adiestramiento e incultura racional para conseguir sus fines
mediante hombres y mujeres sin criterio personal y crítico.
Quizás lo peor de todo sean las dificultades
cercanas a la imposibilidad de encontrar soluciones. Los financiadores
oficiales del terrorismo islámico, Arabia Saudita y Emiratos árabes, Katar, y
algunos países del grupo G-20 no van a dejar de hacerlo porque va en contra de
sus intereses. En el centro está el tema
del petróleo y nada puede hacerse, porque al final, todos deseamos vivir de la
manera más cómoda posible, y para ello necesitamos fuentes de energía.
La única esperanza podría venir de que Dios-
Alá se enfadase por el uso de su nombre, no en vano, sino para matar inocentes.
Ana
María Mata
Historiadora
y novelista
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