Imagina una que el protocolo de los mandatarios y poderosos debe ser de las muchas cosas complejas que el ser importante a ciertos niveles conlleva. La agenda de reyes, jefes de estado, ministros y similares estará tan repleta que a más de uno de ellos les dolerá la cabeza al levantarse sólo con pararse a mirarla. Es una de las servidumbres que acarrea el, por otra parte tan deseado, poder, unido a otros detalles, como por ejemplo el que a la bella Princesa de Asturias le duela la planta del pie justo en la noche que ha de ponerse uno de sus modernísimos y aparatosos zapatos de tacón. Por no hablar de intimidades que rozan lo escatológico, pero que no por llevar diadema de brillantes pueden ignorar sí como así.
Creo que estaremos de acuerdo en que el poder por muy erótico que les resulte a los que lo ejercen lleva implícito una serie de obligaciones a las que ese mismo protocolo les fuerza, es decir, habrá momentos de placer en las que el ego baile de contento, y otros por el contrario de aburrimiento y cansancio, o aún más, de dificultad y hasta de miedo.
Sirva lo anterior como introducción al tema de hoy, empezando por la pregunta que no dejo de hacerme hace ya bastante tiempo. ¿Quiénes son los que dirigen el citado protocolo, de los Reyes y Príncipes en primer lugar, y deciden las audiencias que tendrán, las inauguraciones que habrán de realizar y –lo que más me interesa- los lugares del país que deben visitar? La pregunta sirve igualmente para los mandatarios políticos, desde el primero hasta el último de ellos. En concreto, para el Presidente actual de la Junta de Andalucía, señor Griñán, y antes para el infumable señor Chaves.
Porque en el caso de que sean ellos mismos los que lo hagan, o al menos lo propongan, me gustaría saber la causa exacta de elegir alguno de esos lugares y no otros en un mismo espacio de tiempo; aclarando conceptos, no entiendo las visitas repetidas a ciertos sitios salvo el que en los mismos ocurran hechos de especial significancia que lo justifique. Si se fijan en los diarios y crónicas sociales, los herederos al trono han viajado a tierras asturianas oficial y privadamente un número tan alto de veces que hasta un ciudadano del Artico Polar se daría cuente de la querencia personal que les lleva hasta allí. Conste que nada tengo en contra de Asturias, uno de los lugares más hermosos de España y al que me unen lazos muy fuertes.
Igual podría decir de algún otro al que todavía seria menos entendible las continuadas visitas de reyes y príncipes, salvo explicaciones casi secretas que no vienen al caso. España es por variada y extensa un país que lo tiene todo, bosque, playas, montañas y mesetas, pero es necesario destacar que por encima de eso debe ser considerada como lugar común para quienes lo rigen sin que algunos detalles por parte de estos resulten discriminatorios y francamente molestos para pueblos y ciudades.
No recuerdo ya los años que han pasado desde que el rey Juan Carlos y su consorte hicieran una visita oficial a Marbella (si es que la han hecho alguna vez) pero si, las muchas que hicieron siendo Principes de España, mientras gobernaba el general Franco. Supongo, que si nos visitaban, no debía resultarles desagradable u hostil nuestra ciudad, en la que se fotografiaban en posturas variadas con el insigne Don Rodrigo, por entonces casi o más afamado que ellos. Posiblemente la existencia del General fuese uno de los motivos de tantas visitas, debida cuenta de la empatía que entre el palacio del Pardo y la sacristía marbellí tenía lugar por esos tiempos. Parece que la corona debió hacerles cambiar de gustos u opinión, ya que su ausencia resulta ya tan prolongada.
Por favor, la excusa generalizada de que todo se debe a la presencia como alcalde durante un tiempo del señor Gil –al que Dios tenga afortunadamente en su gloria- no es válida puesto que antes y después de él siguen sin posar sus reales pies en nuestra tierra. Algunos pensamos que debido a esos tristes años y como compensación a una normalidad democrática por fin alcanzada, sería necesaria la presencia real para que en exterior del país se considerasen nuestros logros. No hace falta que abandonen el palacio de Marivent. Una visita oficial, televisada y en color sería suficiente. De paso, podrían aconsejar a los Príncipes de Asturias que se dejasen caer en cualquier momento, y si me apuran la inauguración del nuevo Hospital de San Juan de Dios, emblemático lugar de nuestra historia, sería la ocasión perfecta.
En cuanto al señor Griñan, el espacio de este artículo se me ha agotado sin decir con todas las letras que otro gallo cantaría si el Ayuntamiento tuviese un color distinto. Pero que si piensa arrivar por estos lares cuando las elecciones estén en su apogeo, se puede llevar el abucheo del año unido a la indiferencia de muchos que no entienden como el Presidente de los andaluces todavía no ha visitado el lugar más turístico y que más relevancia tiene –perdonen el golpe de chauvinismo- de su Autonomía.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
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