22 de marzo de 2011

ABUELAS DEL SIGLO XXI


Al escribir en las semanas anteriores  sobre la mujer trabajadora hubo un momento preciso en el que algo –un click involuntario- estalló en mi mente cual mandato interno expeditivo que me ordenaba el título y casi el contenido que ahora tienen impreso en las letras del periódico. El cerebro tiene sus razones  que el corazón no comprende (pobre de mi, si me leyese Pascal) y debido a ello me encuentro frente al ordenador dispuesta a obedecer al amo, que es, en el fondo, quien dirige nuestras vidas.       
         Lo peor de opinar sobre asunto alguno es estar inmerso en él, máxima infalible que no solemos tener en cuenta y puede llevarnos a la más absoluta parcialidad al menor descuido. A pesar de ello, creo que el tema de hoy se presta más a lo sensible que al logos, por lo que creo más conveniente que, para comenzar, lean ustedes lo de Pascal como él realmente lo dijo, ya que los filósofos, si encima son franceses, siempre dan en el clavo.
        ¿Hace falta decir que convertirse en abuela es algo inexplicable que la vida regala cuando ya ha  dejado de enviarnos mariposas al estómago, suspiros de espera o placenteros y afrodisíacos sueños?...todo eso y mucho más se transforma en alforjas del pasado frente a una criatura real, tierna, pequeñísima, sonrosada y llorosa que al tomar por primera vez en nuestras manos hace que derramemos, involuntariamente, lágrimas de felicidad.     
Imagino que en la desmesura de sensaciones que aparecen por vez primera, hay quizás un reflejo inconsciente de la antigua maternidad, una repetición cotidiana de momentos vividos con anterioridad pero que nos resultan imperecederos. Ser abuela es un poco de muchas cosas: reconocimiento sin trauma de haber dejado atrás una juventud más o menos aprovechada; gozo de ver repetido en los hijos el milagro de la  vida; posibilidad de sentirse de nuevo útil y necesaria; complicidad física de la genética (se parece al abuelo, al padre..) más el aire vocinglero y alegre que las pequeñas vocecillas introducen en las ya silenciosas casas de los mayores.
Podría rellenar páginas enteras con descripciones de un sentimiento universal que no necesita, por otra parte, demasiada explicación. Quien lo vivió lo sabe, como dicen los poetas que ocurre con el amor.
Y sin embargo, no quiero excluir de estas líneas las particularidades que a lo largo del tiempo han modificado el concepto de abuela/nietos en la vida cotidiana de la España en que vivimos. En el siglo XIX, por ejemplo, las abuelas morían tan jóvenes por lo general, que pocas tenían la suerte de conocer y disfrutar de los hijos de sus hijos. Aquellas que alcanzaban lo que para entonces era longevidad alta -60 años de media- vestían y se comportaban de una forma que todos aceptaban como la de una anciana, aquejada habitualmente de una de las muchas enfermedades por entonces incurables. Se les buscaba un rincón confortable donde pudiesen descansar sentadas en la mecedora de rigor, y desde ella exhalaban suspiros profundos, a la vez que intentaban contar casi en solitario los terribles sucesos acaecidos en alguna parte de la España profunda.
 Llegado el siglo XX, las cosas comienzan a cambiar para unas abuelas cuyo índice de mortalidad está en los 80 años de media y sus enfermedades van remitiendo con la ayuda de antibióticos y una  mayor salubridad. Sus hijas van poco a poco incorporándose a la vida laboral y como consecuencia los nietos empiezan en primer lugar a disminuir de número por familia, y en segundo a crear conflictos relacionados con los horarios del trabajo materno. Es aquí donde la nueva abuela aparece con un protagonismo desconocido que irá en aumento a medida que el siglo y sus novedades vayan pasando página.
La abuela, por otro lado, no siente la decadencia física de su antecesora, sino por el contrario, tiene a su alcance medios más que suficientes para renovar su aspecto día a día, al mismo tiempo que su mente estimulada por el entorno, prosigue con la curiosidad propia de una joven: quiere hacer cosas que no pudo hacer antes, disfrutar de sensaciones que no llegó a sentir, viajar, leer, hacer deporte…así hasta un etcétera que, en algunos de sus puntos extremos podría llegar incluso a escandalizar a algún lector gazmoño. Este criterio que alguien puede tachar de individualista es, a pesar de ello real en cantidad de mujeres que sienten que tienen vida propia, saben que la pueden administrar y darse gustos sin recurrir a la voluntad de nadie.
No hay duda, sin embargo de que lo principal es, que su presencia en la vida de los nietos mantiene vigentes los valores familiares que ninguna empleada, por muy eficiente, puede reemplazar. Pero este cambio de rol que el siglo XXI viene aumentando exageradamente, ha instalado con él una amenaza que los médicos creen que va camino de convertirse en pandemia peligrosa. No quisiera utilizar la denominación exagerada de “Síndrome de la abuela esclava” que algunos autores han puesto de actualidad y que al parecer afecta a mujeres maduras sometidas a una sobrecarga física y emocional. Lo hago porque no se me ocurre otro mejor para expresar los trastornos que experimentan las abuelas que o bien se hacen cargo de sus nietos para que sus hijos trabajen tranquilos o se niegan a hacerlo de manera continuada para preservar cierta autonomía. Si se atreven a lo segundo, el sentimiento de culpa ocupa idéntico lugar que el esfuerzo físico y mental del primero.
Expongo la realidad de lo que significa ser abuela en 2011 para que los hijos no olviden un hecho obvio y evidente: la vida evoluciona para todos y la abuela actual no es ya la viejecita obsoleta que antes se consideraba algo así como un muy querido mueble antiguo.
¡Ah! Una cosa que no deseo olvidar: Acuérdense por favor de que no servimos (ni lo deseamos) como educadoras. Estamos con nuestros nietos para disfrutarlos y si llega el caso, mimarlos un poco. Esa es nuestra suerte. Esa es nuestra alegría.  

Ana María Mata
Historiadora y novelista

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un saludo en primer lugar dirigido a todo el que se detenga para leer mi comentario. No me atrevo apenas a escribirlo, no sé cómo comenzar, ni si lo podré expresar tal como lo pienso. Me ha gustado mucho el comentario referente a las abuelas del siglo XXI. He reflexionado mucho sobre ello. Pienso que la vida por sí sola nos lleva a través del tiempo. Llegando a ocupar diferentes aspectos de nuestra propia vida. La maternidad es tan bonita que merece disfrutarla todo lo que se pueda. Sólo se vive una vez. La vida es muy corta. El tiempo no perdona. Lo sé porque he sido madre y ahora soy abuela. Mi experiencia como madre ha sido irrepetible. He renunciado a muchas cosas por mis hijos, como todas las madres, no me arrepiento. Una abuela nunca debe suplir a una madre… la madre es la madre. La abuela, me gustaría detenerme aquí porque aún no acabo de asimilar que lo soy con todas las consecuencias. A veces cuando mi nieta corre hacia mí llamándome abuela, tardo unos segundos en reaccionar pensando que es realmente es a mí a quien se dirige… Es maravilloso. Otra etapa de mi vida que estoy traspasando. Soy afortunada… Efectivamente amiga Ana María Mata, me atrevo a llamarte así, aunque sólo sea por la coincidencia… Somos abuelas. Y en este maravillo nombre o contesto, dentro, habitan un sinfín de emociones y sensaciones, que recientemente estoy viviendo y que estaban dormidas en mi alma o en mi corazón. Incluso diría que me han rejuvenecido, sí eso es posible…Me gustaría seguir escribiendo mucho más y detenerme complaciente. Pero mi finalidad en éste comentario no es la que se espera, sino, otra mucho más dolorosa. Y que pienso no debo pasar por alto un día más.
El perder un hijo es lo más doloroso que hay en este mundo. Pero sí aparte de creerlo muerto te enteras que nunca lo enterrastes…que te engañaron… Si esto te sucede cuando acabas de convertirte en abuela, cuando todos tus recuerdos están a flor de piel, piensas que todo es una broma. Sin embargo despiertas una y otra vez y te das cuenta que es real, que no es un mal sueño…Qué hacer. Te sientes impotente. Es una verdadera desgracia...(continua)

Anónimo dijo...

Podría escribir como madre un sinfín de cosas que se me ocurren. Como ejemplo pondré una cuna vacía, una verdadera madre sabe lo que eso representa…Pero, no me voy a detener aquí, puesto que por más que añada en este punto sólo será remover el dolor…Sin embargo, querida mía, el ser madre tiene muchos matices. A veces la naturaleza no concede el don de ser madre. Son muchos los factores que intervienen, pero finalmente a veces no concede tal privilegio. El destino… es insufrible para muchas mujeres. Conozco a muchas que no han podido tener hijos y valientemente los han adoptado… Mi admiración hacia ellas. Tienen todo mi respeto. Pero, ¿cómo podría dirigirme a aquellas madres que también se han convertido en madres a toda costa robando un bebé que no es suyo? Que lo ha comprado. Sin saber el daño que han ocasionado. Que por encima de todo querían ser madres. Cómo podré seguir viviendo con este dolor, ¡Dios mío! No os habéis dado cuenta de lo que habéis hecho. El ser madres, implica mucho esta palabra, es lo más grande. Encierra en ella algo que no se puede inventar o improvisar pasando por encima de lo que Dios ha dispuesto… Aun así creéis que lo habéis conseguido, que sois madres… Pues os habéis equivocado, estáis viviendo una mentira, la más grande. Vuestros hijos no serán nunca vuestros, vuestros nietos no serán nunca vuestros nietos, no serán de vuestra sangre, siempre tendréis la duda que sí decís la verdad os reprocharan vuestro comportamiento. Os habéis convertido en simples ladrones, ladrones de hijos, Ahí va eso, no es cualquier cosa. ¿Qué habéis conseguido? Vuestra respuesta inmediata: Ser padres… Es esto lo qué pensáis, que ingenuos. Ya os he dicho antes que el ser madres conlleva todo, todo dentro de esta hermosa palabra. Pero que os voy a explicar si habéis roto todas las reglas sin importaros nada… Una palabra, tan sólo generosidad, sin ella nunca se llegará a ser madre, una verdadera madre… ¿Qué legado pensáis dejarle a estos hijos: Una mentira, su falsas raíces, su verdadera identidad, que legado tan generoso para éstos vuestros verdaderos hijos. ¡Os llamáis madres, padres! No, no lo sois.
Un saludo de ésta verdadera madre.
Dolores Lara Martínez