3 de agosto de 2011

AVENIDA MELVIN VILLARROEL


(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 1 de agosto de 2011)
Era de justicia. Quizás por ello árboles, flores y plantas, toda la especie vegetal que tanto amó y con tan severo mimo supo situar en sus innumerables diseños, brillaban con especial luminosidad este mediodía de julio en el momento y hora en que familia, autoridades, amigos, y la ciudad de Marbella, se reunían para rendir póstumo homenaje al hombre y al arquitecto que mejor ha sabido ensamblar características tan esenciales como son espacio, naturaleza, belleza y Mediterráneo. 

Melvin Villarroel Roldán, un ser especial para un lugar igualmente distinto. Un azar que, personalmente imagino regido por un Dios benevolente, lo trajo un día a esta ciudad con la condición de que donase a ella todo lo que su cerebro y su corazón fuesen capaz de crear y materializar después en formas arquitectónicas.  El hombre que desde Bolivia pasó a Chile para recalar en la Andalucía marinera,  e instalar en una Marbella que él ya visionaba como centro europeo del turismo, su centro de trabajo, su vivienda y su familia, se hizo el firme propósito de redescubrir en ella el origen de lo que ya era su gran pasión : la Arquitectura.
Recorriendo pueblo a pueblo la totalidad de los llamados “blancos”, admirado de la urdimbre integral entre montaña, vegetación y gente, colgados, como él mismo decía “de tal manera que parecen un todo”, se preguntaba, sorprendido, como sin estudios de arquitectura habían podido realizar enclaves tan bellos sin agredir el paisaje, respetando llanos y dejando incluso valles para cultivo y pasto de ganado. Enamorado del mundo vegetal, iba preguntando a los nativos nombres de arbustos y flores silvestres, de  plantas autóctonas, al tiempo que lo hacía sobre sus formas de vida y sus pequeños o grandes logros culturales.
 Fue un bagaje enriquecedor para quien, poseedor en su interior de una fuerte carga multicultural y cosmopolita, me confesaba con ardiente sinceridad que “un pueblo puede provocar el mayor impacto visual de su herencia eterna a través de la arquitectura”. La pasión por su trabajo fue uno de los factores más evidentes y decisivos en la vida de este creador de belleza que siempre prefirió la altura de los árboles en casas adosadas a los bloques de cemento, por muy elevado que  fuese el grado de especulación que los últimos obtuviesen.
Genial creador del concepto de “Arquitectura del vacío”, teórico y práctico de ella, siempre recordaré la frase que en una feliz tarde de entrevista  lanzó como una diana a    
mis ignorantes oídos de técnicas y estructuras arquitectónicas : “La arcilla se moldea en forma de vasos, y es precisamente por el espacio donde no hay arcilla por lo que podemos utilizarlos como vasos”. Lo escribió Lao-Tsé  -me dijo- 550 años antes de Cristo, para expresar lo importante que es el espacio surgido del interior de la materia.
He hecho de esta idea el principal núcleo y motivación de mis diseños. Creo firmemente en ello”.
No es mi intención reseñar aquí la ingente cantidad de obras que ostentan en medio mundo el nombre de Melvin Villarroel. No lo es porque en primer lugar lo creo innecesario, por lo mucho que se conocen de ellas, de su amplitud y su extensión geográfica, y en segundo porque me interesa sobremanera destacar, si pudiese, algo de lo mucho que junto al genial hombre de lápiz mágico y mirada infinita, existía y tuve la suerte de compartir.
Existía una familia bella, unida, y enormemente generosa. Mujer e hijos que admiraban en el marido y padre a un ser tan sencillo como original, tan bondadoso como firme, tan de ellos como podía serlo de un boceto que estuviese en periodo de desarrollo.
Existía el músico que no pudo ser porque la primera de las Artes se lo impidió. La arquitectura nos privó de pentagramas ignotos que hubieran hecho soñar a más de uno como soñaba él mientras Mozart, Mahler, Debussy o Bach sonaban ininterrumpidamente junto a sus planos.
Existía el conversador pausado de dialéctica tolerante y abierta, cuyas únicas fronteras eran las que acabaron por llevárselo un triste día de octubre del  pasado año, las de la muerte, dama ennegrecida cuya guadaña debió perdonar a hombre tan necesario.
El día en que la bella escultura inmortalizaba su figura mi ausencia fue solo corporal. Entre la llovizna norteña iban escondidas lágrimas de emoción que esta humilde escritora derramaba en homenaje a quien fue su compadre y el mejor arquitecto que nuestra ciudad haya tenido nunca.
  
Ana  María  Mata
Historiadora  y novelista

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