(Artículo publicado en el diario Marbella Express el 8 de agosto de 2011)
Todavía con el sopor entre otoñal y melancólico que la costa cántabro-asturiana ejerce en mi ánimo, (especialmente cuando, como este año, el sol decide abandonarla) me pongo al teclado y envío antes que nada un abrazo de agradecimiento a los generosos lectores que dicen haberme echado de menos en este julio que acabamos de despedir. Recuerden que García Márquez nada menos dijo aquella frase, muchas veces copiada: “Escribo para que me quieran mis amigos”. No seré yo menos que el genial colombiano, incluso me atrevo a más : Escribo para que me lean mis paisanos, mi gente, y me alegro que ellos lo entiendan así.
Lo triste es que tras la serenidad de las vacaciones deba empezar hoy con un desagradable tema ocurrido a un amigo durante mi ausencia, cuya importancia me impulsa necesariamente a contarlo, aunque solo sea por la osadía ilusa del escritor al pensar que su exposición pública pueda ayudar a que tomen conciencia de los hechos quienes fueron sus ejecutores y de manera especial a quienes les corresponda la responsabilidad de los mismos.
A pesar de que podría -y quizás debería- hacerlo no voy a entrar en el tema original, que en este caso es el tan comentado de los múltiples robos que desde hace tiempo venimos padeciendo los sufridos habitantes de esta ciudad y que se multiplican alarmantemente en zonas comerciales de gran extensión. Acepto, por esta vez que es difícil controlar las horas claves de dichos lugares y acepto o más bien afirmo la inteligencia malgastada de autores de robos cuya habilidad, rapidez y eficacia bien podrían ser imitadas por quienes deben defendernos de ellos.
A estas alturas ya saben que voy a referirme al robo sufrido por un amigo durante mi ausencia en tierras del norte. El hombre, extranjero, aunque hispano-parlante, acude a comprar a un gran supermercado y mientras coloca sus viandas en el coche, coloca en el mismo carro la mochila con sus pertenencias personales (resto de dinero, documentación, tarjetas, móvil y llaves del vehículo). Un segundo más tarde la mochila desaparece como en un espectáculo de magia y con ella todo su “ajuar”. Pasado el estupor, y casi desnudo, como diría Machado, marcha a la Comisaría de Policía Nacional, cual europeo acostumbrado a servicios públicos eficientes. Tras la espera de rigor solicita del señor uniformado, una vez expuesto el problema, guía telefónica para encontrar el número de una familia cercana. “No tenemos guías”, responde el mismo. Ruega el servicio de Internet, para lograr información, y se lo deniegan. La enorme cola de denunciantes le mira con compasión e impotencia. Algunos se solidarizan, otros lloran su propio problema y lo miran con indiferencia.
Recorre a pie la larga distancia que le separa de sus conocidos más cercanos. Relata el hecho y vuela hacia el ordenador de sus amigos. Busca la página Web de la policía nacional, y aparece en la pantalla : “Sin servicio”. Atónito busca en su interior el grado mayor de templanza que su cerebro le permite. Es hombre de paciencia y calma. Le llevan de nuevo a la policía, donde por fin hace su denuncia después de otro largo rato de espera en los que el calor se une a los comentarios propios de sus colegas en desgracia. Vuelve decepcionado a casa de los amigos y empieza a interrogarse si está en realidad donde cree estar, en la afamada ciudad del turismo, si lo vivido es una pesadilla o como tercera opción, si Marbella es lo que dicen o por el contrario un gran bluff mediático.
Casi estoy por no hacer ningún comentario a lo relatado arriba. Creo que los lectores saben bien y mucho de las cosas imprescindibles que nos faltan. Que ellos mismos sacarán sus conclusiones. Como por ejemplo lo poco que el Estado ofrece a Marbella a cambio de las divisas que de ella obtiene. Que este amigo volverá a la ciudad a visitarnos, pero antes divulgará fuera su experiencia en nuestros servicios públicos de emergencia. El trato recibido. La ineficacia y el tercermundismo de organismos tan necesarios. La cara oculta de una ciudad que se desgasta en faustos para el papel couché e ignora y desatiende al ciudadano sea nativo o visitante.
Me pregunto a donde llegaremos con actuaciones como estas. Personalmente siento vergüenza ajena mientras me hago una pregunta clave : ¿Para qué, entonces si no es para proteger y ayudar sirve la policía?
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
Realmente lo aquí relatado me parece denigrante. Como bien dices, el papel "couché" continúa dando una imagen falsa de nuestra ciudad, al igual que lo hará de otras. La realidad, desgraciadamente, es bien distinta y es en eso en lo que deberían fijarse más los funcionarios y responsables máximosa de esos funcionarios: el servicio público al ciudadano.
Desconozco las reacciones que haya podido tener este artículo en las instancias afectasdas (que conste que el mayor afectado no es una instancia ¡válgame Dios,solo faltaría eso); quiero suponer que ha sido un fallo puntual, aunque me temo lo peor, pero la reflexión a la que invitas es la que todo el mundo comprende: los servicios están para atender a quien los necesita porque si no ¿para qué los pagamos?.
Un abrazo, ciudadano. Excelente artículo.
http://verntanademarbella.blogspot.com
http://paradaconfonda.blogspot.com
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