Ni soy jurista, ni es mi pretensión, válgame
Dios, enmendar la plana a señores magistrados que tienen la categoría
profesional suficiente como para dictar la sentencia que condena a Baltasar
Garzón a once años de inhabilitación, o lo que es lo mismo, a abandonar su
profesión de juez. También sé que los fines nunca justifican los medios, y que
las normas en materia de justicia son
absolutamente estrictas. Con todo esto quiero decir que no voy a escribir una
defensa a ultranza a favor del juez más famoso de España, quizás, como dicen
algunos, con enorme placer por su parte.
Como siempre fui de las personas que dudaban
por principio de la negrura absoluta de lo negro o la blancura ídem de lo
blanco, mientras que en el sufrido gris encontraba más aproximación con todo lo
que la vida representa, pienso, y no me importa confesarlo, que la unanimidad
en arrancar la toga de Baltasar Garzón
esconde matices humanos que ni han sido -por supuesto, hablamos de la
ley- examinados con profundidad, ni contemplados en lo que significan de cara a
nuestra imagen casi en el mundo entero.
Los graves hechos están ahí, y no son
discutibles. Pero muy distintos son algunos factores que esa misma sentencia
parece condenar. Por ejemplo, y cito textual: “El anhelo del juez instructor
(Garzón) de colocar el proceso penal español al nivel de los sistemas
totalitarios”. Esta afirmación me parece un juicio de intenciones asombroso
para tan alto tribunal, como igualmente rechazo la opinión de parte de la
sociedad al afirmar su gusto por el “estrellato” como motivación principal de
sus actuaciones.
Baltazar Garzón, queramos o no, es para una
parte notable de ciudadanos uno de los pocos símbolos de la justicia en la que
confiaban. Su expulsión, además llega en un momento de gran desánimo social en
los que mucha gente lleva tiempo conociendo casos de corrupción que no acaban
como delitos ni conllevan castigo alguno. La pregunta, como vulgarmente se
dice, del millón podría ser si las mismas decisiones tomadas por otro juez que
no fuese Garzón hubiera merecido una sentencia tan severa.
O si entre tantas denuncias por prevaricación
solo ha habido un juez cuyo castigo merece de verdad, que le arranquen la toga.
Que me perdonen algún lector purista, pero en
España tenemos la costumbre de ser a veces más papistas que el Papa. Más justos
en este caso. ¿Más humanos?
Ana María
Mata
Historiadora y novelista
5 comentarios:
Aunque pueda parecer lo contrario, Garzón ha hecho lo que hace miles de jueces en España, y es, si tiene indicios de que se produce un delito, intervenir las comunicaciones entre un abogado y su cliente. De hecho se pueden hacer incluso en los centros penitenciarios cuando se sospecha que el abogado no hace el trabajo qué como defensor de su cliente, sino que se "implica" presúntamente ha hacer actos que no van en consonancia con su trabajo de jurista. Si por un hecho análogo a lo que estoy relatando en estas lineas a "grosso modo" han condenado a Garzón, seguramente tendrían que expulsar también de la carrera judicial a una buena parte de los miembros de la institución.
El que hace la ley hace la trampa ...
Google: ¿Por qué otros jueces pincharon teléfonos como Garzón y no fueron al banquillo?
:S
Si todos los jueces que estuvieron en la Marbella del 91 al 2006 hubieran tenido un juicio similar tanto por acción como por omisión (cuantas irregularidades existen en Marbella solo por la negativa de los jueces a investigar...).
No defiendo la legalidad de Garzón en las escuchas, solo el hecho de que no se nos diera al resto de ciudadanos la posibilidad de tener derecho a la justicia. al menos en Marbella, la olvidada por la justicia durante 15 años...
La sentencia que inhabilita al juez Garzón ha hecho un daño tremendo a la imagen internacional de España.
http://blogs.elpais.com/cafe-steiner/2012/02/la-imagen-de-espana-por-los-suelos.html
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