(Artículo publicado en el diario SUR el 14 de marzo de 2013)
Aunque en Marbella a principio
de los años cincuenta la mayoría de su gente vivía con pasmosa tranquilidad el
paso del tiempo, con sus veranos de playa y algún que otro veraneante aislado,
sus inviernos de mesa de camilla y cocina de carbón, junto a la extravagante
presencia de un solitario que decía ser marqués y se llamaba Don Ricardo. Aunque nadie (y menos mujer alguna) imaginara
futuro diferente al de trabajar en el campo o el mar o instalar un pequeño
ultramarino. A pesar de que la mujer solo trabajase limpiando minuciosamente su
hogar, y unas cuantas, por escasas pesetas el de otros, todos aceptaban esa
vida como la única posible y quizás en la modorra repetida de otros pueblos
veíamos el reflejo de lo que no era más que la dura época de postguerra.
La resignación instalada como
norma general la rompió de golpe un hombre voluminoso, controvertido,
visionario pero eficaz que además de todo lo anterior, era cura. Su nombre ha
quedado unido a cuanto vino después y a la expectación que comenzando por el
gobierno franquista supuso el nombre de Marbella desde entonces: Don Rodrigo,
de apellido Bocanegra, recién destinado a este lugar, tuvo claro que no habría
feligreses, ni Misas, Comuniones y demás ritos, mientras la escasez fuese casi
paralela con el hambre.
Y pensó, extrañamente para
aquellos tiempos, en la mujer. Su enigmática personalidad, a medias entre la
simpatía y la altivez, le condujo a una amistad con los grandes del momento,
entre ellos el General González-Badía y el ministro José Antonio Girón. El
primero era jefe de la casa militar del caudillo y el segundo ministro de
trabajo. La donación de Girón de 500.000 pesetas decidió utilizarla como primer
objetivo en crear una pequeña fábrica de esparto. Recordó la existente en
Guadix, y hasta allí se fue para ponerse al corriente de ese trabajo. Después
de peripecias múltiples y un estudio de rentabilidad laboral, surgió lo que
sería llamado Patronato Social Ntra.
Sra. del Carmen. Instalado el material y talleres en la desmontada Iglesia del
Santo Cristo, creó más tarde un local frente a la
Iglesia parroquial, cercano a la calle del Viento.
Hasta aquí la brevísima historia
de lo que llamaríamos familiarmente “El Esparto” y en ella ocupan un lugar
prominente las mujeres (muy jóvenes en su mayoría) que encontraron en él un trabajo, solución a sus problemas
económicos y alegría de sentirse de golpe en igualdad salarial a los varones,
junto a la libertad y el gozo de realizar algo distinto y nuevo que muy pronto
alcanzaría fama en todo el país.
Esas mujeres, igual que quien
escribe, hoy peinan las canas suficientes para recordar con todo detalle como
el esparto ( que venía de Alcantarilla, en Murcia) al trabajarlo se iba
transformando entre sus dedos en objetos tan variados como alfombras, canastos,
burritos de adorno, bolsos, salacots…que después se venderían como rosquillas
en el kiosco que el mismo Don Rodrigo levantó al borde de la carretera, frente
al muy solicitado Hotel Salduba.
Las “Niñas del Esparto” se
hicieron famosas en el resto de España aunque quizás ellas fuesen ajenas a lo
mucho que eran celebradas. Los rostros familiares de muchas con las que compartí
colegio en Dª Carola y las monjas, permanecen en mi mente como el de unas
mujeres decididas, valientes, que aprendieron un oficio desconocido y fueron
las primeras en nuestro pueblo en trabajar con un salario digno. Me gustaría
recordar junto a ellas a catequistas como Anita Lima, Antoñita Montero, Maruja
Espada, Antoñita Morilla, Antonia Cantos y muchas que no caben por falta de
espacio. Y de golpe, veo como si de ayer se tratase a Sor Ana María, la monja
regordeta, de pómulos sonrosados y franca sonrisa que el cura llamó desde el
colegio de arriba para acompañarlas en trabajos, rezo de rosarios y canciones.
A todas ellas mi más entrañable
felicitación por el homenaje que en el Día de la Mujer Trabajadora , el Municipio les ha concedido.
Uno de los más acertados, porque ellas son testimonio vivo de una Marbella que
empezaba su andadura peculiar y hoy es para nosotros muy, muy añorada.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
2 comentarios:
Un ejemplo mas de que ninguna obra es pequeña.
hola buenas me llamo José alfonso Mansanet Serrano, me encanta la foto de las niñas del esparto haciendo capachos o cofines, es que estoy haciendo un libro sobre el esparto y en mi sección de memoria historica me gustaria poner esa foto y si tuvierais alguna más también, gracias.
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