(Artículo publicado en el diario SUR el 2 de mayo de 2013)
Creo que es de pura justicia,
cuando tanto suelo hablar de la
Marbella anterior a ese feo pero onomatopéyico vocablo que la
denomina “del boom”, -cuya realidad
corresponde a la década completa de los años cincuenta-, hablar de quienes
formaron parte directa, en ellos. Años
en los que empezaron a convivir (no sin una cierta desorientación inicial) lo
autóctono y lo foráneo, el nativo y la pequeña avalancha de caras nuevas, las
habituales costumbres con las ajenas y sorprendentes de quienes iban llegando. Años de transición hacia una etapa que
desconocíamos y en la que a pesar de ello nos sumergimos embriagados, como si
en los genes nos hubiesen instalado unas pocas escamas y aletas de pez.
Foto cedida por Zapatería Rivera (Año 1949) |
Mientras ocurría, seguíamos en
nuestra cotidianidad, que no estaba formada únicamente de campo y mar,
campesinos y pescadores, sino también de una pequeña (no sé si llamar burguesía
con exactitud) comunidad de comerciantes personalizada de forma absoluta,
variada, multidisciplinar –como ahora está de moda decir-, y desde el punto de
vista de quien escribe, original y entrañable, única, como son las cosas que
sin saberlo, están a punto de perderse.
Sin orden ni concierto voy a dar
rienda suelta a mi memoria con el fin de que salgan de ella el mayor número posible de personas a las que
había que visitar para obtener lo poco o mucho que sus comercios ofrecían.
Salvador Gámez, el hombre que
llevaba el comercio en la sangre desde que siendo “Savarito”, casi adolescente,
recorría campos a lomos de un jumento ofreciendo mercancías. Fiando, cuando no
había dinero o aceptando a trueque productos agrícolas. En la calle Gloria,
esquina a Valdés, pasó la guerra hasta que en 1954 compró la magnífica casa de
Don Juan Marcelo en la Plaza
de Africa para instalar una gran tienda, tipo bazar donde se podía comprar de
todo. La volvió a ampliar y su éxito duró hasta su muerte, anunciando lo que
después serían los grandes almacenes.
Al desaparecer las cartillas de
racionamiento y normalizarse el comercio, los ultramarinos se llenaron de
artículos para un público feliz de poder satisfacer su estómago con cuanto le
fuera posible. La familia Lorenzo, extensa saga capitaneada por Pepa Cuevas, la
matriarca, elaboraba en sus propias matanzas productos de cerdo cuyo olor
impregnaba la calle Nueva abriendo el apetito. También incorporaron la mayoría
de productos imperecederos
Sería Don Mario Sánchez Cuevas
quien inauguraría a finales de los cincuenta en la misma calle Nueva el sistema
de autoservicio. Algo desconocido hasta entonces que le concedió un alto nivel
de clientes extranjeros, los primeros en llegar. Al estilo antiguo, con
mostrador de madera fuertemente impregnado de lejía por su lavado, Paco Camacho
y su mujer Remedios, atendían a una clientela fiel en su comercio de la
entonces Plaza del Mercado. Tertulias femeninas entre noticias y cotilleos
tenían lugar mientras Paco daba paletazos de mantequilla salada en un papel de
estraza. Un poco más arriba la inefable
Dionisia ensamblaba amistades con clientela, embutida en su inseparable babero
gris y sus ganchillos perpetuos. En la droguería La Española, un matrimonio
venido de fuera hacía su agosto con los nuevos productos de limpieza. Creo que
el se llamaba Paco, y su apariencia más bien insignificante contrastaba con la
figura enorme de su mujer, y su potente voz, de nombre Isabel.
Quizás el más renombrado de esa
época fue Juanito Rivera Trujillo, el hombre que fabricaba zapatos
artesanalmente a medida, con técnica aprendida de su tío Bernabé Sánchez, y que
había comenzado el zapatero Pérez, “El Cojo”. Puso de moda en toda España los
“mocasines”, llegando a tener una lista de espera de muchas páginas en su
libreta de artesano. El periódico Pueblo le dedicó un extenso reportaje en el
que aparecían sus clientes: Don Juan Carlos de Borbón, Soraya, Marqueses de
Villaverde, Onassis…etc
Con el cercano Gibraltar como
fondo, Pepita Pomares consiguió igualmente una gran popularidad en su
casa-tienda de la Avda.
Miguel Cano. Conjuntos de cachemir y medias de cristal eran
preferidos por una clientela selecta.
Solo dos líneas para recordar la única
Librería-Papelería de entonces, cuyo dueño, Andrés Mata, (Matita) además de
hombre de gran y extraña cultura autodidacta, regañaba incluso al cliente si
desordenaba su perfecta organización de periódicos y libros. Cierro con él
nuestro comercio de antaño. Con una lágrima por este último tendero, que era mi
padre.
Ana María
Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
Me ha encantado el articulo, me hace retrotraerme a la Marbella de los años 50 y 60...por edad, no pude vivirla ya que nace en 1967, pero por parte de abuelos paternos, padre y hermanos, somos nacidos y criados aqui....que diferencia de aquella Marbella a la que conocemos hoy dia.
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