(Artículo publicado en el diario SUR el 9 de mayo de 2013)
Entre las muchas cosas que de forma
exageradamente memorística las escuelas de antes no enseñaban, hay algunas que
por su carácter anecdótico o curioso no hemos llegado a olvidar, para desgracia
de otras, quizás más importantes. Estarán conmigo en que la hazaña relatada mil
veces de que Rodrigo Diaz de Vivar, el Cid Campeador, ganó batallas después de muerto,
es una de las imperecederas. No sabemos en demasía detalles de la época del Cid,
algunos quizás recuerden que el rey al que servía era Alfonso VI, y la célebre
batalla –más o menos real- tuvo lugar en Valencia, cuando subieron a lomos de
su caballo el cadáver de Rodrigo para engañar al enemigo. Suficiente como
leyenda, impagable como gesto épico por excelencia.
No suele ser normal, desde luego, ganar nada
cuando la Parca
ha hecho su labor y aparece el tan socorrido “descanso eterno”. Hoy hemos evolucionado
de tal modo que lo normal y su contrario son a veces difíciles de reconocer,
como la verdad y la mentira, la justicia o la inmoralidad culpable. Pasen y
vean, que voy a ponerles ejemplo de todo ello sin salir del ámbito de nuestra
ciudad.
Madrid 18 de abril, Audiencia Nacional,
octava sesión del caso Saqueo II. El tribunal, los fiscales y abogados escuchan
las declaraciones de los acusados de desviar fondos desde el Ayuntamiento de
Marbella a través de empresas municipales. El protagonista del día, ex -asesor
de Urbanismo del Consistorio, Juan Antonio Roca, asegura sin que la voz le
tiemble que se limitaba a cumplir órdenes del alcalde cuando estaba al frente
de la empresa municipal Planteamiento 2OOO. Roca, acusado de malversación y
fraude, en el primer caso de 74 millones y en el segundo de 91 millones de
euros, se presenta como un obediente y simple cumplidor de órdenes. Un hombre
disciplinado y siempre dispuesto a realizar única y exclusivamente lo que el
alcalde le ordena. ¡A sus órdenes mi comandante! le faltó expresar como
un cabo chusquero ante su superior. Ordenes. Obediencia. Solo eso,
porque el que mandaba (dixit Roca) era Gil y nada más que él.
Puede que el mencionado alcalde, difunto
señor Jesús Gil y Gil, imaginara en su febril mente muchas cosas increíbles,
pero que a muchos años de su muerte lo iban a convertir en un Cid Campeador su
lugarteniente y concejales corruptos, para exonerarse todos de su culpabilidad,
quizás se la había escapado. Claro está que respecto a la ciudad que con tanto
“interés” gobernó y dejó amplia huella, respecto a ella, digo, nos resulta un
Cid a la inversa. El hombre al que Roca
y también Julián Muñoz y Marisol Yagüe, en idéntica táctica, declaran sin rubor
ser el causante del embrollo mientras ellos como serviles, leales, pero ciegos
y adormecidos por el embriagante carisma
del líder, no hacían más que obedecer sus tajantes mandatos de enajenar
patrimonio, transferir dinero a empresas distintas, firmar cheques…en fin
naderías de ese tipo.
Un cadáver muy jugoso, si señor, un Cid que
le gana batallas a sus compinches desde lo alto o lo bajo de una tumba que
parece no cerrarse nunca. Una excusa demasiado literaria, si valiese la
expresión, para hacernos creer al pueblo de Marbella que son simplemente
comparsa de una batalla en la que ellos, los tres nombrados, estaban, aunque no
lo pareciera, del lado de los buenos. Como si no bastase, en el caso del
gerente de Urbanismo con rastrear su faz, es decir mirar su foto, ya tan
familiar. ¿Imaginan ustedes a Juan Antonio Roca, el inteligentísimo señor Roca,
agachando la cabeza con humildad, y diciendo a todo “si, bwuana, lo que diga,
lo que ordene,” manteniendo un respetuoso silencio, sin opinar ni dar consejos,
y saliendo a toda prisa del despacho, avergonzado de lo que le mandaban hacer?
La ciudadanía ha cometido errores que ya es demasiado
tarde para reparar y evitarlos. Pero que además de sufrir las consecuencias,
aceptar la desgracia de haberlos conocido y permitido que nos representaran,
ahora nos quieren transformar en tontos con sus declaraciones, es pasarse de la
raya. Siento decirles que la ciudad espera que el proceso sea justo y reciban
lo que merecen. Sin que ningún Campeador les sirva de coartada.
Ana María
Mata
Historiadora y novelista
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