(Artículo publicado en el periódico Tribuna Express el 30 de enero de 2014)
Hemos asistido en las últimas semanas a dos
acontecimientos con cierto grado de similitud. La diferencia, esencial desde mi
punto de vista, reside en su planteamiento y posterior solución. Marbella y el
problema de los rascacielos. Burgos con el de Gamonal y la remodelación de la
avenida de la Victoria. Ambos
tenían en común la diferencia de criterios entre los Ayuntamientos y grupos
numerosos de vecinos, y aunque el objetivo de uno y otro pudiesen ser
diferentes, se trataba de una disconformidad con los proyectos, que llevó a los
ciudadanos a movilizarse para conseguir anularlos.
Quizás sea el momento de felicitarnos los
habitantes de Marbella por nuestra cordura. Por el modelo cívico, racional y
pacífico de demostrar en una plataforma variada como pueden hacerse las cosas
sin llegar a la violencia y el desmadre. Pero también hay que aplaudir la
rápida respuesta de la alcaldesa a la negativa de un proyecto ya aprobado, (fina
inteligencia de política nata que sabe lo importante que a la larga resulta
tener contenta a su ciudad aún perdiendo dinero), respuesta que nos hizo pensar
además en un futuro de diálogo que consideramos imprescindible.
Muy distintas, por desgracia, fueron las
actuaciones de Gamonal en Burgos, y si quieren saber mi opinión sincera, creo
que fueron mal planteadas por el vecindario, desde un principio casi en pie de
guerra, y peor respondidas por el Consistorio encabezado por su alcalde. La
violencia solo trae terror, odio y en sus últimas consecuencias, sangre. En
ella suelen unirse factores a veces muy diferentes de la causa principal, y por
otra parte, introduce una semilla que siempre acaba germinando.
El alcalde de Burgos no supo ver por encima
de los intereses económicos, aunque fuesen los del municipio, y tardó mucho en
aceptar la firme voluntad de sus vecinos. Creo haber dicho una vez que los
votos no son patentes de corso para el mandatario que los recibe. La democracia
no es un cerco con llave y candado, es plaza pública donde las cuestiones
pueden y deben debatirse. Es mejor político el que mejor sabe negociar.
Permitir que se llegue a la violencia hizo que Napoleón acabase en la isla de Elba.
A propósito de estos acontecimientos quiero
recordar a quien corresponda y procediere en mi ciudad, que una vez oí hablar
con exaltación y hasta desmesura, de la próxima creación de algo que se llamaba
“ Plan Estratégico “ y puede que también de “Consejo Social”. Me interesé por
ambas cuestiones y aparte de recibir alguna que otra lección sobre las formas
de concebir el urbanismo y sus derivados por un Ayuntamiento que desee una
ciudad cómoda, elegante, sostenible y bien hecha, dictada por un amigo
conocedor del asunto, nada más he vuelto a saber sobre el citado Plan, cuyo
adjetivo siguiente me dejó un poco mosca. Lo de “estratégico”, como soy profana
en la materia y asidua lectora del género negro, me sonó a “escondido, oculto o
muy difícil”.
Con información real ahora, mi pregunta sigue
siendo donde han quedado esas buenas intenciones que el Ayuntamiento anunció
como inmediatas y sigue apareciendo en su página de Internet.
Creo que sería el momento de sacarlo de nuevo
a la luz, y tal vez eso podría evitar situaciones como las que hoy motivan mi
artículo. El hombre de la calle, pese a la aparente indiferencia que su rostro
deje entrever en un primer vistazo, siente la necesidad de no ser ninguneado y
de que sus puntos de vista de ciudadano se tengan en cuenta a la hora de
cambios esenciales. No hace falta ser vasco o catalán para tener apego al
terruño, aunque a ellos les cueste creer tal cosa. Tampoco debería ser
necesario formar escándalo para conseguir que te escuchen. Y comprendo que al
no ser suizos, no es cuestión de llamar a referendum por el posible cambio del
nombre de una calle, una pequeña estatua o un árbol que deba ser podado.
Todos sabemos cuales son las cuestiones
decisivas. Las que alteran lo intocable y nos pueden retrotraer a tiempos
nefastos. Las que hablan de beneficios pero no dicen para quien. Las
disfrazadas de megalomanías absurdas. Tenemos en el país tantos ejemplos
recientes que hemos acabado aprendiendo lo importante que es decir NO.
Por eso necesitamos el diálogo fluido con las
administraciones. Sin diálogo no nos sentimos demócratas. Parece que hubiésemos leído a Platón.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
No hay comentarios:
Publicar un comentario