(Artículo publicado en el Tribuna Express el 17 de julio de 2014)
Debo pedir perdón al genial poeta malagueño
Jorge Guillén por el atrevimiento de parafrasear su bellísimo verso cambiando
el final. Cierto es que “todo en el aire es pájaro”, o lo era, hasta que de una
de las ventanas surgió un grito ensordecedor e incuestionable. ¡¡Gol! y todo a
partir de entonces fue fútbol y nada más que fútbol.
Es lo que hay, para los que lo disfruten y
para quienes lo sufran. Un balón y una serie de hombres tras ella en el campo,
y millones fuera corporalmente pero con el corazón o la mente siguiendo el
ajetreado movimiento de una pelota rodante, desconocedora del poder que su
entrada bajo unas redes tendrá en muchas vidas.
El enigma del fútbol. El gran misterio de las
emociones que suscita, por no hablar del dinero que hace correr o las tragedias
que puede provocar. Quisiera saber como empezó todo. Que hados malignos
introdujeron en las mentes –especialmente en las masculinas-la serotonina
extrema que les hace sentir un placer tan intenso. Muy superior a otras cosas
desde el punto de vista racional, mucho más loables, emotivas e incluso
agradables. Cómo hemos llegado a sufrir tanto por la famosa Roja, derrotada en
el triste cinco a uno con los holandeses. Qué nos impulsará a querer empujar
desde la butaca a nuestro héroe como si con ello pudiéramos hacer que corriese
más o fuese más astuto. Cual será la motivación última de quienes afirman no
verlo por impedir el horrible sufrimiento de una derrota…cuestiones sin
respuesta, de igual manera que solo una sonrisa de futuro gozo explica a quien
es capaz de aguantar toda una noche sin dormir para conseguir la entrada
deseada.
Hubo un tiempo en el que pensaba en solitario
que algo fallaba en nuestro cerebro tan complejo, algo que en la evolución
darwiniana había debido torcerse, y quedarse, al menos un trozo del mismo, en
estado puramente animal. Todavía lo dudo, debo confesarlo, cuando los gritos
superan lo admisible o los ojos de algunos se llenan de lágrimas. Cual es el
camino -me pregunto- que recorre la adrenalina para poner a cien a un niño o
joven, minutos antes fatigado, exhausto y solo capaz de caer derrotado en el
sofá. Que mecanismo interno le hace recordar con precisión absoluta nombres de
jugadores, presidentes de club, entrenadores y fechas de partidos, si en clase
no llega al pretérito imperfecto o las preposiciones.
Misterio. Alguien debería inventar un
concurso sobre ello. Tal vez dentro del maravilloso espectáculo de nuestras
televisiones, con luces a gó-gó y un presentador lo suficientemente motivado,
aparecería el concursante especial que necesitamos y al que gustosamente,
servidora al menos, apoyaría incluso con su dádiva. Todo con tal de resolver el
enigma que corroe mis entrañas desde mi tierna infancia, en la que una radio
voluminosa enardecía al personal con la voz de Matías Pratt como secuelo. Desde
entonces hasta el día de hoy el llamado balompié no ha hecho más que crecer en
todos sus aspectos, especialmente el crematístico, sin que ello le haya restado
valoración emocional.
Mientras llega el día de aclarar mi
curiosidad, aprovecho estas líneas para recordar a un hombre especial en el
fútbol que se ha ido y cuya marcha ha llenado páginas enteras de condolencias y
anécdotas de un pasado al que siempre acabamos volviendo.
Les parecerá mentira pero quien escribe
conoció a la Saeta Rubia
en vivo y en directo, en aquellos veranos felices de su adolescencia (la mía)
cuando la estrella por excelencia del Real Madrid y casi del fútbol mundial, pasaba
sus vacaciones en Marbella y acudía en
un blanco seiscientos, con pantalón corto y alpargatas a la librería de
mi padre a recoger sus periódicos diarios durante el mes de Julio. Nunca lo
hizo su chófer, ni nadie en su nombre, cosa que hoy me resulta extraña, aunque
es posible que la revolución callejera que suscitaba su presencia (junto a
Santamaría e Isidro, el cuñado de Lola Flores, también jugador del Real Madrid) no le desagradase, más bien al contrario,
le divertía, puesto que mi recuerdo alberga el día en que mi padre hubo de
esconderlo en lo que era nuestra cocina, y ofrecerle agua o gaseosa Calzado,
para impedir que acabase aplastado por sus hinchas. Otro de los días, en el que
rompieron una de las vitrinas donde mi progenitor exponía ordenadamente sus
plumas estilográficas, no fue tan divertido, ya que por muy Dis’Téfano que
fuese, Matita el librero también era mucho Matita, y las vitrinas le habían
costado un pastón. Don Alfredo, se moría de la risa ante mi padre y el gentío. La Marbella de los años
entre 50 y sesenta. Todo parecía y era posible.
Quizás de entonces me viene la idea de que
solo el fútbol y nada más que él es capaz de movilizar a pueblos y naciones. No
más parece, pibe, que el balón fuese la reencarnación misma del Ché Guevara,
como si dijéramos.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
Historiadora y novelista
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