19 de julio de 2014

TODO EN EL AIRE ES FÚTBOL


(Artículo publicado en el Tribuna Express el 17 de julio de 2014)
Debo pedir perdón al genial poeta malagueño Jorge Guillén por el atrevimiento de parafrasear su bellísimo verso cambiando el final. Cierto es que “todo en el aire es pájaro”, o lo era, hasta que de una de las ventanas surgió un grito ensordecedor e incuestionable. ¡¡Gol! y todo a partir de entonces fue fútbol y nada más que fútbol.
 Es lo que hay, para los que lo disfruten y para quienes lo sufran. Un balón y una serie de hombres tras ella en el campo, y millones fuera corporalmente pero con el corazón o la mente siguiendo el ajetreado movimiento de una pelota rodante, desconocedora del poder que su entrada bajo unas redes tendrá en muchas vidas.
El enigma del fútbol. El gran misterio de las emociones que suscita, por no hablar del dinero que hace correr o las tragedias que puede provocar. Quisiera saber como empezó todo. Que hados malignos introdujeron en las mentes –especialmente en las masculinas-la serotonina extrema que les hace sentir un placer tan intenso. Muy superior a otras cosas desde el punto de vista racional, mucho más loables, emotivas e incluso agradables. Cómo hemos llegado a sufrir tanto por la famosa Roja, derrotada en el triste cinco a uno con los holandeses. Qué nos impulsará a querer empujar desde la butaca a nuestro héroe como si con ello pudiéramos hacer que corriese más o fuese más astuto. Cual será la motivación última de quienes afirman no verlo por impedir el horrible sufrimiento de una derrota…cuestiones sin respuesta, de igual manera que solo una sonrisa de futuro gozo explica a quien es capaz de aguantar toda una noche sin dormir para conseguir la entrada deseada.
Hubo un tiempo en el que pensaba en solitario que algo fallaba en nuestro cerebro tan complejo, algo que en la evolución darwiniana había debido torcerse, y quedarse, al menos un trozo del mismo, en estado puramente animal. Todavía lo dudo, debo confesarlo, cuando los gritos superan lo admisible o los ojos de algunos se llenan de lágrimas. Cual es el camino -me pregunto- que recorre la adrenalina para poner a cien a un niño o joven, minutos antes fatigado, exhausto y solo capaz de caer derrotado en el sofá. Que mecanismo interno le hace recordar con precisión absoluta nombres de jugadores, presidentes de club, entrenadores y fechas de partidos, si en clase no llega al pretérito imperfecto o las preposiciones.
Misterio. Alguien debería inventar un concurso sobre ello. Tal vez dentro del maravilloso espectáculo de nuestras televisiones, con luces a gó-gó y un presentador lo suficientemente motivado, aparecería el concursante especial que necesitamos y al que gustosamente, servidora al menos, apoyaría incluso con su dádiva. Todo con tal de resolver el enigma que corroe mis entrañas desde mi tierna infancia, en la que una radio voluminosa enardecía al personal con la voz de Matías Pratt como secuelo. Desde entonces hasta el día de hoy el llamado balompié no ha hecho más que crecer en todos sus aspectos, especialmente el crematístico, sin que ello le haya restado valoración emocional.
Mientras llega el día de aclarar mi curiosidad, aprovecho estas líneas para recordar a un hombre especial en el fútbol que se ha ido y cuya marcha ha llenado páginas enteras de condolencias y anécdotas de un pasado al que siempre acabamos volviendo.
Les parecerá mentira pero quien escribe conoció a la Saeta Rubia en vivo y en directo, en aquellos veranos felices de su adolescencia (la mía) cuando la estrella por excelencia del Real Madrid y casi del fútbol mundial, pasaba sus vacaciones en Marbella y acudía en  un blanco seiscientos, con pantalón corto y alpargatas a la librería de mi padre a recoger sus periódicos diarios durante el mes de Julio. Nunca lo hizo su chófer, ni nadie en su nombre, cosa que hoy me resulta extraña, aunque es posible que la revolución callejera que suscitaba su presencia (junto a Santamaría e Isidro, el cuñado de Lola Flores, también jugador del  Real Madrid) no le desagradase, más bien al contrario, le divertía, puesto que mi recuerdo alberga el día en que mi padre hubo de esconderlo en lo que era nuestra cocina, y ofrecerle agua o gaseosa Calzado, para impedir que acabase aplastado por sus hinchas. Otro de los días, en el que rompieron una de las vitrinas donde mi progenitor exponía ordenadamente sus plumas estilográficas, no fue tan divertido, ya que por muy Dis’Téfano que fuese, Matita el librero también era mucho Matita, y las vitrinas le habían costado un pastón. Don Alfredo, se moría de la risa ante mi padre y el gentío. La Marbella de los años entre 50 y sesenta. Todo parecía y era posible.
Quizás de entonces me viene la idea de que solo el fútbol y nada más que él es capaz de movilizar a pueblos y naciones. No más parece, pibe, que el balón fuese la reencarnación misma del Ché Guevara, como si dijéramos.
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista
       

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