(Artículo publicado en el Tribuna Express el 9 de octubre de 2014)
La vida es una sucesión de tendencias. Nos
pasamos la mitad de ella luchando y perorando sobre la libertad para darnos
cuenta un día cualquiera que libertad es una bella palabra, sonora y cargada de
esperanza, pero no deja de ser una entelequia. Las tendencias salen de las
mentes de diseñadores, políticos, modistos, compositores…y si salen de los
obispos, la llamamos moral. También puede llamarse doctrina, si es múltiple y
adquiere carácter pedagógico o aleccionador. Si acaba en los escaparates, toma
el nombre de moda.
Nos creemos dueños de nuestros actos y
deseos, incluso llegamos a culparnos a veces por algunos de ellos, pero sería
interesante que hiciéramos análisis retrospectivo con el fin de ver como y
quienes nos han llevado a la culpabilidad. Para llegar a la conclusión de que
los cambios experimentados en determinadas tendencias y doctrinas han sido lo
suficientemente aleatorios como para afirmar que ninguna era esencial o
definitiva, y detrás de todas aparecerán los que ostentan suficiente poder
político y religioso como para
constituir lo que llamamos Sistema.
La peor de todas las dominaciones es la que
se realiza sin ser vista, desde arriba, en silencio a veces, y con apariencia
de bondad. La que nos dirige como un Gran Hermano preocupado por nuestro bien. Esa
que llevamos sobre los hombros desde que tenemos conciencia de estar vivo.
Hagamos un pequeño recorrido, dedicado a los
que ya no volverán a cumplir los cincuenta. Aquellos que fuimos adolescentes en
la época que nuestro país comenzaba a despertar del trauma de una guerra y
abrir ventanas en lugar de cerrarlas. Formábamos parte de un Sistema puntual
que acabó eternizándose. La
Doctrina de ese momento, crucial para muchos, la formaba un
conjunto de principios que tomó el nombre de Nacional Catolicismo. La moral que esos principios destilaba prohibía
mucho más, pero algo quiero recordar: Ser madre sin estar casada. Vivir en pareja
sin sacramento matrimonial. Tener relaciones sexuales fuera o antes del
matrimonio. A la mujer, vestir de manera inmodesta. Viajar sola con el novio.
Usar el novedoso biquini. Besarse en público.
Anoto solo la parte referida al sexo porque
en realidad era lo más importante desde el punto de vista de los célebres
pecados que tanto remordimiento nos hizo acumular . No recuerdo ninguna prédica
de esos tiempos en los que amar o ayudar al prójimo tuviese relevancia. El sexo
de convirtió en núcleo doctrinal por excelencia, y la tendencia se llamó
Pureza. La moda, si me permiten ponerme irónica, pudo ser la tan exaltada
virginidad. Lo malo es que lo que ahora
puede hacernos sonreír marcó a una generación de por vida. A todas las que
confundíamos moral con tendencias sin saberlo. A muchas que necesitarían otra
juventud que reparase la que le tocó vivir.
Lo extraño es haber pasado el examen de la
transición del ayer al hoy, no con aprobado, sino con matrícula. Para llegar a
ser madre hoy de hijas, madres a su vez, pero sin marido, o divorciadas y con
dos en su haber. De aceptar embarazos sin padre, hijos homosexuales, parejas
sucesivas conviviendo en paz sin un libro de familia. No solo aceptar, sino
ayudar si hace falta, observarles con agrado ( por no decir envidia) y
propiciar sus libertades.
Todo porque las tendencias nunca son eternas,
y sí cambiantes, favorecedoras o
punitivas de acuerdo con quien encabece su dirección. Porque no hay moral de
curas y obispos, sino conciencia interior muy reflexiva de hacer el bien o no.
No hay doctrinas políticas, ni siquiera ideológicas, hay resultados de los que
la ejecutan, sean honrados o corruptos, velen por nuestras necesidades o por
sus intereses.
En la Edad Media se usaba el corsé como moda, la guerra
como tendencia y la
Inquisición como doctrina. La Iglesia, y los reyes
estaban detrás dando luz al Sistema.
Nunca seremos del todo libres. La conciencia
de ello nos debería empujar a estar al acecho de cuantos, hoy por hoy, nos
dirigen desde arriba.
Ana María
Mata
Historiadora y novelista
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