Esplendor de luces, de música, regalos y
dulces. La liturgia habla de Adviento y volvemos al ritual cada año repetido.
Los niños lo disfrutan al máximo, lo viven intensamente, los adultos soportamos
el hartazgo mirando una y otra vez los ojos infantiles, reconociendo en ellos
los hoy envejecidos que en el pasado fueron iguales y poseyeron la misma
esperanza. “Haceros como niños”, dice el Evangelio, y tal vez haya que
intentarlo. Mientras, al menos, deberíamos pensar en algunos de ellos y el
contraste de sus vidas con las de otros en estos días especiales.
El planeta, leo en un informe, se enfrenta a
cinco grandes emergencias en Siria, Irak, República Centroafricana, Sudán del
Sur, y el Ébola en África Occidental. La mayor diáspora de la Historia registra 282
millones de refugiados. El espacio de estas personas se restringe, con suerte,
a dos o tres metros cuadrados por familia, resguardados de la lluvia y el
viento por una estructura de palos y plásticos. Otros, bajo un puente o un
árbol. No se incluyen los inmigrantes que se ahogan en el Mediterráneo. En
todos los casos millares de niños viven en indigencia, con enfermedades, hambre
y muchos para su desgracia, huérfanos. Han tenido la triste suerte de nacer en
lugares donde solo impera la sequía, el fanatismo, la codicia o la guerra. Sus
juguetes son armas en desuso, huesos corroídos por las aves, piedras. Con
padres ortodoxos, musulmanes, o de sectas ancestrales africanas, puede que
también cristianos, los une el hambre y la tristeza, sus imágenes parecen
mostrarnos solo ojos enormes y vientres hinchados. No sabemos que albergarán
sus pequeños cerebros, esas almas que, todavía incipientes, solo conocen el
desgarro.
También para ellos debería ser Navidad.
Porque olvidamos que el generador de estas fiestas, el “causante”, el Hombre
que solo habló de amor e igualdad, nunca los hubiese descartado, jamás habría
permitido que soportasen esta situación mientras en su recuerdo se dilapidaban
víveres, regalos y dinero a mansalva. Me pregunto si quienes lo seguimos en sus
enseñanzas reflexionamos lo contradictorio de las grandes algarabías
occidentales y el mutismo de refugiados, o peor todavía, de desaparecidos y
muertos en aguas de nuestras costas.
Hermosa liturgia la de Adviento donde las
velas encendidas se adhieren a cánticos, casullas rojas, árboles brillantes y
bellos belenes en iglesias calientes y
confortables. Fieles abrigados y satisfechos con la opípara cena, niños felices
con juguetes electrónicos a toda pastilla, caprichos de todo tipo envueltos en
dorados trozos de papel y bolsas con dibujos alegóricos. Ojos encendidos de
niños felices, revoltosos, alegres. Desconocedores de una parte diferente del
mismo universo en que habitan, lugares en los que niños como ellos suspiran por
un trozo de mandioca, o un vaso de leche. Niños que a lo más recibirán-si llega
el caso- juguetes que otros niños desecharon y cuya mecánica les resultará difícil,
extraña, alejada de su mundo diario de escasez.
Niños fallecidos en el Mediterráneo, sin que
Alá mostrase compasión por unas vidas recién iniciadas y les permitiera
celebrar cualquiera de sus fiestas, la del Cordero, el Ramadán o alguna similar
que les mostrase un poco de alegría,
interrogándose en la asfixia de sus pequeños pulmones llenos de agua que mal
habían hecho para sufrir un final tan trágico.
Navidad para niños de los que llamamos el
Tercer Mundo, como si esa denominación nos concediera a los demás el arrogante
título de primeros y segundos. Olvido más o menos involuntario de una
Cristiandad que no parece luchar demasiado por cumplir el mensaje recibido.
Políticos poderosos que asisten a ritos navideños, encienden árboles y
nacimientos, cantan “Noche de Paz” en idiomas distintos y se sienten
confortados con una fe que parece no exigir praxis alguna.
Todos somos culpables de que esa noche de
diciembre millones de seres humanos estén excluidos de un poco del amor que
hipócritamente llamamos Navidad.
Ana
María Mata
Historiadora
y novelista
1 comentario:
Excelente reflexión (entendida como imagen especular), que me sirve de sacudón a la larga siesta navideña, con expresiones de bondad gratuita y bobalicona a propuesta de los centros comerciales.
Gracias Ana Maria y felíz navidad!!
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