11 de febrero de 2015

SOBRE LA IDENTIDAD

El vocablo Identidad es rico en definiciones acerca de su significado. La Real Academia nos aclara que Identidad quiere decir las características y datos que son propias de un grupo y permite diferenciarlo del resto, también el conjunto de valores, tradiciones, símbolos, creencias y modos de comportamiento de una persona o un grupo determinado.
 Entendiéndolo así parece fácil conocer la que sería, en principio, identidad de Marbella, nuestro pueblo o ciudad. Cogemos un poco o un mucho de historia, oralidad para escarbar en sus tradiciones, símbolos que puedan ser significativos y observación de comportamientos en varias generaciones. El resultado daría lugar a conceptos que creemos conocer desde siempre los que habitamos en ella, conceptos que, unificados formarían una identidad en la que todos nos veríamos reflejados y que, quizás por eso, no estamos dispuestos a perder. A pesar de ello, estas líneas pretenden hoy reivindicar un matiz que acostumbro a precisar cuando sobre este tema me interrogan en algunos foros o medios de comunicación. No siempre ha sido aceptado o tal vez bien entendido. Por eso lo intentaré de nuevo.
Es muy cierto que la identidad de una ciudad como Marbella viene de lejos, y según lo dicho, sus características, amalgamadas, forman un ejemplar único que nos enorgullece. Pero aún en lo referente a valores, costumbres y tradiciones, y mucho más en el aspecto paisajístico o arquitectónico, creo que dije, y no me desdigo, que la verdadera identidad de Marbella es precisamente su falta de un sentido identitario único. Hablo del presente, del hoy que vivimos y será también historia mucho más tarde.
Afirmo convencida que lo que nos hace ser especial entre los demás es la negación de una identidad única. Que lo que nos diferencia de la mayoría de ciudades costeras del país es precisamente nuestra multiplicidad, las muchas variantes que hemos absorbido en los cincuenta o más años anteriores, los estratos humanos acumulados, costumbres adquiridas, etnias integradas y hasta valores regulados como consecuencia de este fenómeno. El paisaje, aunque inconfundible, igualmente ha sido modificado en lo que se refiere especialmente al hábitat y coordenadas arquitectónicas. 
Continuamos, felizmente, con las tradiciones de nuestros abuelos y hasta tatarabuelos. Pero también hemos sumado algunas que otras extrañas y lejanas, producto del mestizaje humano, de la convivencia interactiva. Marbella es uno de los lugares más cosmopolitas de España, un asentamiento en el que se han mezclado tantas culturas que ha dado como resultado este ensamblaje excepcional. Parece que hay a quienes este somero análisis les deprime. Dicen sentir una pérdida de esencias, de idiosincrasias y valores.
Hacia ellos van dedicadas estas líneas con el mayor de los afectos hacia su preocupación. Olviden el sentido negativo de su apreciación. Marbella es la de siempre pero mucho más rica. Nos debemos sentir “propietarios” de lo único inamovible: su clima y su naturaleza. Nadie puede adquirir el Mediterráneo o Sierra Blanca. Nadie puede imitar el núcleo o corazón de lo que hoy llamamos Casco Antiguo. Las raíces de los antepasados descansan en la estrechez de sus callejuelas, la elegancia del Santo Cristo, la estilizada Iglesia de la Encarnación y el verde frescor de la Alameda. Todo empezó allí, en torno a la Plaza de los Naranjos, a su fuente medieval, a sus calles radiales.  Quizás Fernando el Católico o los antepasados árabes hicieron un contrato indefinido o eterno al astro rey para que completase el tesoro del mar y la sierra. Algo de eso. No nos fallará la Naturaleza, pero era necesario compartir, ser generosos, y eso fue lo que hicimos. Mostrar lo imposible a quienes vinieran de buena fe. Vinieron. También ellos han dejado y dejan su huella. Como un toma y daca, un do ut des, ampliamos el horizonte mental. Relativizamos valores retrógrados, aprendimos sus lenguas, conocimos sus alimentos, su vestuario, sus mujeres y hombres, sus diferentes formas de creer en algo. Aprendimos la riqueza bellísima del conocimiento. Ha sido una suma, no una resta. No como cuestión bancaria, sino del espíritu.
Lo dejó escrito R. M. Rilke, el gran poeta: “Lo que en lo inmóvil permanece, se encuentra ya petrificado”.  Quedó atrás el inmovilismo. Me gusta que Marbella sea, lo que es: una ciudad abierta.

Ana  María  Mata
Historiadora y novelista

    

1 comentario:

Javier Lima dijo...

Veo Ana María que nos ocupa el tema de la identidad. Contra lo que has dicho no hay nada que objetar y más cuando lo cuentas con esta bella prosa que te caracteriza. En cambio cuando he escuchado otras veces que Marbella no tiene identidad nunca he podido estar de acuerdo y no creo que sea a lo que te refieres y que has explicado ahora tan bien. Una persona no puede carecer de identidad. Esta puede ser débil o muy marcada. Quizás eso le ha pasado a Marbella como a otras ciudades muy turísticas donde su identidad cultural se ha visto empobrecida por no haberse puesto remedio. La identidad, la de una ciudad y la de un individuo, tiene que ver con su presente y, sobre todo con su pasado, si este olvida su pasado desaparece su identidad por completo, sino que se lo digan a quienes han tenido o tienen un enfermo de Alzheimer u otra enfermedad relacionada con la memoria. Dejan de ser la persona que eran y se convierten en una sombra triste e impávida de ellos mismos.



La identidad de una ciudad no es algo estático, le sucede lo mismo que a una persona donde los sucesos y circunstancias de su vida le van añadiendo capas de las que formarán inexorablemente parte de su individualidad. Por supuesto que lo que sucede en ciudades como Marbella, como modelo de ciudad cosmopolita, suma en lugar de restar porque nos ofrece una mayor riqueza humana y cultural. Pero eso no está reñido con conservar nuestro pasado, nuestra historia, nuestra gastronomía, nuestra fisonomía de pueblo andaluz empapado de mestizajes islámicos y de todas las culturas que han pasado por aquí, en definitiva nuestra identidad cultural que no se debe dejar perder y que debe ser potenciada a través acciones encaminadas a ello: conservando nuestro patrimonio, más museos sobre nuestra historia y nuestras tradiciones, de enseñar a los niños su ciudad y su rico patrimonio. Ese es uno de los proyectos educativos “Recuperando la identidad” que desde Marbella Activa tenemos en marcha con un libro ilustrado para salvaguardar nuestra identidad –del pasado pero también del presente- para trasmitírsela a los niños partiendo de la premisa que los niños que conocen su ciudad, la valoran y serán ciudadanos más responsables el día de mañana y no indolentes ciudadanos como hoy se nos tacha a los marbellíes.