Creo que fue a finales del pasado siglo XX
cuando comenzó el fenómeno llamado “culto al cuerpo”, constituido por una
invasión de consejos y normas relacionados con la salud y la estética, que se
conjuntaban entre sí para que consiguiésemos estar más sanos y bellos que nunca. No habrá ni uno
entre mis lectores que no haya oído hablar de dietas milagrosas, píldoras
novísimas, ejercicios que te conducen por la senda de Matusalén, cremas a veces
asquerosas (de veneno de serpiente o baba del caracol) y consejos, millones de
consejos en revistas para estar en forma
todos los momentos del día .
No crean que estoy en contra del cuidado
corporal aunque en ocasiones me tome en broma a algunos de sus “gurús” por las
tonterías repetidas que proponen. Soy de las que piensan que las exageraciones
no son buenas para nada (ni siquiera en el amor y menos en el sexo, a pesar del
éxito de “Cincuenta sombras de Grey”), y que en el término medio suele ir mejor
casi todo. Pero no está de más que tomemos conciencia de que durante mucho
tiempo tal vez hayamos comido mal, no hicimos el ejercicio que nuestros huesos
y músculos necesitaban y, por descontado, a todos nos apetece un rostro y
formas elegantes.
Lo que
parece que hemos olvidado es que en ese mismo cuerpo que desearíamos sano y estilizado existe un órgano primordial llamado
cerebro, mandatario general del resto y necesitado también de atención. Afirman
los neuro-científicos que el cerebro posee dos grandes sectores, el cognitivo y
el emocional, y que solo el equilibrio de ambos puede producir eso tan
apetecible que algunos llaman, exageradamente felicidad, y otros, entre los que
me encuentro, armonía.
Lo que apedillamos “mente” es un fenómeno
incluido en el cerebro que nos hace superior al resto del mundo animal, y a
través del cual hablamos, reímos, lloramos y tenemos el placer infinito del
conocimiento.
Tantas digresiones para constatar que en
nuestro país - la “querida España” que cantaba
Cecilia- estamos a punto de tener problemas graves de
salud mental. Me explicaré mejor: Somos adictos en mayor o menor escala a la
televisión. La cajita negra que colorea al darle al botoncito es el más fiel
compañero de las horas de reposo. Por desgracia no encuentran muchos idéntico
placer al pasar hojas de un libro, por suerte canallesca o educación inútil,
pero sea como sea, la tele suele arrasar en los hogares españoles. Y ocurre,
que sin paliativos, la televisión aquí, es un canto a la vulgaridad entre
anuncios. Tal como lo escribo. Las cadenas televisivas sirven a diario
tertulias pandilleras, series malísimas y “reality shows” con reflujo
gastroesofágico incluido. Como el personal aceptamos la telebasura sin
disimulo, las audiencias se benefician y los de detrás del aparatito mantienen
su apuesta de saldo.
Me preocupa que las nuevas generaciones
consuman de forma mayoritaria los formatos actuales de televisión que les
obligan a aceptar que lo vulgar debe formar parte siempre de sus vidas. Y
dentro de ello, el morbo, lo sensacionalista y el escándalo, dando especial
relieve a la intromisión en la intimidad de las personas y lo que es peor aún,
a la exposición pública de la misma, sin pudor ni respeto alguno.
La libertad de expresión les permitirá la
realización de programas como Gran Hermano, pero no impide la calificación de
bazofia vomitiva. Cuerpo, rostro y ademanes de su última ganadora, famosa
nacionalmente por su particular estilo en vestir, hablar y relacionarse con sus
compañeros de elegancia similar, no me digan que tiene un solo átomo de algo
que produzca en nuestro cerebro una sensación placentera. Y si hay a quienes se
lo produce debe inspeccionar su mente por un galeno no sea que esté a punto de
convertirse en un pequeño estercolero.
Nuestra sociedad será cada vez más débil y
vulgar si alimenta a los suyos con esta telebasura, cuando podría ser un medio
para alcanzar la simbiosis entre los dos sectores nombrados antes, el cognitivo
y el emocional.
No tengo reparo en afirmar rotundamente que
nuestra salud mental empeora bastante cada vez que la mal llamada “princesa del
pueblo” asoma morros y exabruptos en determinado canal o canales de televisión.
Y junto con ella, periodistas y tertulianos que parecen sentirse ufanos y
felices por ese abominable camino.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
No puedo estar más de acuerdo Ana María. La tele y ese tipo de tele no alimenta nada bueno sino que mata nuestra creatividad y tiempo de hacer cosas más útiles y productivas. De todos modos pienso que también es un síntoma sociológico de nuestra sociedad actual y que hacemos muy mal en alimentar. He de decir que hace unas semanas me he reconciliado con la televisión, es verdad que es la 1 de TVE, que es algo más benigna que otras. Puse por casualidad la caja tonta y empezaba una serie nueva "El Ministerio del Tiempo", la recomiendo encarecidamente. Una serie de ficción española con un guión estupendo que combina la ficción con la historia.
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