LUCHA
ENTRE MUJERES
Si en el siglo XVIII hubiese habido prensa
del corazón, este anecdotario de hoy hubiese arrasado en ventas. También puede
darnos a entender que el feminismo no es un producto del siglo XIX, simplemente
una lucha de cada mujer por tratar de conseguir que no avasallen sus derechos,
aunque el marido sea nada menos que el rey de la nación.
Después de la guerra de Sucesión, la rama de
los Borbones se introduce en España. El nieto de Luis XIV y de Mª Teresa de
Austria (Infanta de España) el llamado Felipe V llegó al país desde Francia,
donde había nacido para ser nombrado rey de España, con la orden del abuelo de
consolidar las relaciones entre ambos países. Se trajo de París una dama
conocida como la princesa de los Ursinos, que en un principio ejerció como
camarera mayor de la reina Luisa Gabriela, primera esposa del rey, para
tutelarla. No se conformó con esta labor, y desde muy pronto comenzó a ganar
terreno, mangonear a los reyes y por poco acaba dirigiendo sola los asuntos
españoles. Su poder e influencia llegaron tan alto que los historiadores afirman
su decisiva intervención en los Tratados de Utrech y Rastatt.
La princesa de los Ursinos era una intérprete
total de los deseos de Luis XIV, a quien sirvió con absoluta fidelidad durante
su estancia en Roma con motivo de su matrimonio con el príncipe Ursinos, de
quien tomó el nombre. Se la llegó a llamar la nueva Richelieu , por sus grandes
dotes políticos y su labor a favor de los intereses franceses.
Fue una de las pocas mujeres cuyo poder e
influencia no se debían a sus méritos en la alcoba, causa muy común en la
época, sino a su propia inteligencia y astucia.
Como
Felipe V enviudó tuvo que volver a casarse, y de nuevo la Ursinos entra en
funciones, apoyando la candidatura de Isabel de Farnesio, italiana, veintidós
años, modosita, beata, en apariencia dócil y ocupada en bordados y rezos.
Isabel
de Farnesio –pensaba la princesa de los Ursinos– era la candidata ideal para un
rey como Felipe V, del que escribió Saint Simon que solo necesitaba para vivir
“un reclinatorio y una mujer”. Mujeriego en exceso, hipocondríaco y con gran
nostalgia de Francia, con solo cuarenta y un años abdicó en su hijo para poder
retirarse a la Granja
de San Ildefonso y soportar las muchas crisis depresivas que le acosaban y que
hizo de él un extravagante, un hombre que no se cambiaba de ropa por temor a
una limpia pero envenenada, se negaba a cortarse las uñas de los pies y solía
acostarse a las seis o siete de la mañana.
A pesar de sus rarezas, el rey tuvo acierto
en la elección de sus ministros, que fueron los que en realidad gobernaban
España. Destacaron Giulio Alberoni, y Melchor de Macanaz, éste último hombre de
gran valía intelectual. Fiscal del Consejo de Castilla su relevancia corrió
paralela a sus desgracias cuando prohibió los privilegios forales y
eclesiásticos en un intento de ordenar y sanear la economía. Sufrió entonces un
espectacular proceso, que ha pasado a la Historia como el Proceso de Macanaz, finalizado
en destierro durante treinta años. Es uno de los puntos negros del reinado del
primer Borbón, pues con él se confirmó la falta de autoridad real en la
desgracia del hombre que más había trabajado por consolidar la corona, como
siempre manejada por nobles y clérigos.
Volviendo a la de Ursinos, en diciembre de
1714 se produjo un encuentro entre la que sería nueva esposa de FelipeV, Isabel
de Farnesio, apodada la
Parmesana por su nacimiento en Parma (Italia) y la princesa
de los Ursinos. La boda se celebró por poderes, y al llegar a España la nueva
reina, fue recibida en Jadraque, Guadalajara, por la princesa de Ursinos en
teoría para darle la bienvenida, pero en realidad para llevarle unas
directrices que dejaran claro quien manejaba la corte.
La entrevista se realizó en privado, pero un
rato después la jovencita modosa y dulce recién desposada con el rey, salió
como una leona y ordenó que se preparara una carroza y que cincuenta hombres
pusieran a la princesa de los Ursinos en la frontera con Francia.
No se conoce la explicación que a su augusto
esposo Felipe le dio Isabel de Farnesio respecto al hecho, pero lo único cierto
y demostrable fue la importancia que a partir de ahí tuvo la nueva reina en los
destinos españoles. Isabel de Farnesio gobernó junto a su esposo, o más bien
cuentan los mentideros que su esposo lo hizo junto a ella, acatando todas su
maniobras sin rechistar mientras construía el Palacio de la Granja de San Idelfonso y
soñaba con retirarse a cuidar sus
dolencias.
Pequeña historia de dos mujeres de carácter,
enfrentadas al poder. No sabía la, ya por entonces más castigada por los años,
princesa de los Ursinos que bajo la apariencia de beata con bastidor se
escondía una fiera defendiendo su corona y su mando.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
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