Una sensación inesperada, un detalle pequeño
en estos días festivos, como fue la salida del patrón San Bernabé en andas por
los Romeros mientras la banda municipal tocaba el Himno Nacional, las campanas
sonaban profusamente y los cohetes extendían su grito alegre en el cielo de
Marbella, me produjo un pellizco emocional que llegó a humedecer estos ojos ya
viejos con una mezcla de nostalgia y querencias. Ví de golpe como en una luz a
la niña que perdí con los años mirando el Pendón-Estandarte bajo el balcón del
Ayuntamiento mostrado por un alcalde
cuyo nombre no recuerdo, ni importa, y un montón de cohetes subidos al cielo
acompañados por la música inalterable del Himno. La ví con el corazón acelerado
correr tras los Gigantes y Cabezudos a pesar de las ampollas de sus zapatos
nuevos y el calor que el vichy del “traje de la víspera” se advertía entre los
elásticos de sus mangas de globo…
Vi eso y mucho más, lo suficiente para estar
aquí hoy escribiendo sobre algo que sobrepasa el jaleo de la Feria, el polvo, el gentío y
el ruido de las tómbolas. Supe que hay algo más profundo escondido en esa y
otras tradiciones que reposan en lo hondo de nuestra psique. Se llama Raíces, y
su valor es el mismo de nuestra vida, porque estemos donde estemos solo
desaparecerán de ella cuando llegue su fin.
Necesitamos las raíces como la planta, como
el hogar sus cimientos, como el río su cauce. Somos el conjunto de costumbres y
rituales que han ido entrando en nuestro ser junto a la leche materna y por
mucho que después almacenemos quizás detritus, ellas pervivirán ahí,
salvándonos a veces de desorientaciones imprevistas.
Marbella no es solo su impresionante fachada
ni el telón turístico que mostramos al mundo. Esa es, por ahora, la estampa de
su presente, el penúltimo estrato que estamos instalando sobre los muchos y
variados que atesora en su interior y conforma una ciudad. Pero no seríamos
nada o muy poco si no tuviésemos la dignidad que concede la historia y el paso
del tiempo bajo el nombre de tradiciones y costumbres.
Es importante conservar y mostrar a nuestros
hijos y nietos las diferentes formas de vida que existían antes de que ellos
viesen la luz en esta ciudad bellísima. Cómo se configuraba la estructura
familiar, cómo eran la comida, el trabajo, el hábitat y los rituales que
conducían al ocio. Para que abran –quizás– los ojos en gesto de sorpresa ante
las dificultades que más o menos valerosamente soportaron quienes nos
precedieron en este terruño que el Mediterráneo acaricia. Un terruño con
paisaje, inusitado hoy, de huertas cuyo verdor se perdía en la longitud de una
mirada. De pequeñas barcazas donde hombres tostados desafiaban olas y anochecían
remendando las redes. De pequeños comerciantes que todavía recordaban el
trueque.
Es necesario que además de saber de la
estancia singular de romanos, tal vez fenicios, y árabes, lejanos en el tiempo
pero presentes en restos arqueológicos, conozcan con mayor certeza la vida
cotidiana y real de sus antepasados más cercanos, esos que no alcanzaron a
contemplar como su pequeño pueblo se transformaba, por la magia de un dios
pagano que llamaban Turismo, en ciudad cuyo nombre traspasaba fronteras.
Ese legado es el motivo por el que la
Asociación Marbella Activa ha decidido crear un Museo Etnográfico en el que
mostrar no solo los enseres que hayan podido ser rescatados sino las leyendas,
costumbres familiares y experiencias vitales de quienes, por edad, tienen tanto
que reseñar.
Me uno a esa
interesante idea y estimulo a quienes deseen participar. Lo he hecho
durante años, pero no me importa volver a emocionarme con las Pastorales de
Navidad, los rosquetes del mastrén, las Estaciones del Jueves Santo, las barquitas
de Rafael, la Verbena
del verano en el Casino, las carreras y cintas bordadas de bicicleta, Doña
Carola, Doña Paquita y su Laudate, Berenjena
y Juanito, La Pitera
o Juanita pipí…
Todo un mosaico de entrañables personas y
costumbres. De la sopa de tomates con sardinitas a la gaseosa de don Miguel
Calzado.
Cuando éramos como una familia grande. Cuando
el dinero se guardaba bajo el colchón de poquitas familias, pero no era el amo
de nuestros corazones.
Los cimientos cercanos de nuestra ciudad. Marbella y su gente del ayer. Tal como éramos.
Ana María
Mata
Historiadora
y novelista
1 comentario:
Muchas gracias por este maravillo artículo que nos azuza a no perder nuestras raíces y poderlas trasmitir a las siguientes generaciones. Una labor la que llevas haciendo Ana María que es de un valor incalculable y por lo que los marbellies debemos estarte eternamente agradecidos. Suerte además de contar contigo en el proyecto etnográfico que se está llevando desde Marbella Activa para rescatar los recuerdos de nuestros mayores y que formen parte de un futuro museo etnográfico sobre la ciudad.
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