Todo pueblo, ciudad e incluso aldea alberga
una serie de personas que en el transcurso de su vida y por circunstancias muy
diversas adquieren el nominativo y la categoría de personajes. Dicho sea este
apelativo no en su sentido de actor de ficción, sino en el más emotivo de
“persona que posee un determinado carisma que los distingue”. Por cierto, y a
propósito, me gustaría que alguien me explicase lo del “carisma”, porque hasta
el momento solo sé que se tiene o no, me dicen,
y estoy por pensar que pasa igual que con la fé…no admite discusión. Al
parecer es don del cielo.
Marbella, el lugar del que suelo ocuparme por
afición, no ha carecido nunca de ellos, y en el tiempo más o menos preciso en
el que empezó a abandonar sus costumbres familiares, o si quieren pueblerinas,
para emprender el camino de la fama, el renombre, la tontería y el dinero, hubo
una serie de ellos muy destacables. Algunos aparecerán en su memoria casi sin
necesidad de nombrarlos. Son los que podríamos llamar históricos, puesto que
sus hazañas fueron determinantes para cambiar el futuro de la ciudad.
Ricardo Soriano, Alfonso de Hohenlohe, el
cura Bocanegra, González- Badía o José
Banús entre otros, son ya, como si
dijéramos, los forjadores del Turismo, y poco puede contarse sobre ellos que no
sea reiterativo.
Sin embargo, una ciudad no la forman ni la
construyen únicamente guerreros, reyes, artistas y santos. La ciudad y su
historia se va formando día a día a través de la cotidianidad de sus
habitantes, de las risas de sus niños, el lento caminar de sus viejos y la
algarabía de sus jóvenes. Esos a quienes llamamos “gente”, son los verdaderos
autores del núcleo visceral, los que aman, sufren, ríen o lloran, trabajan y
copulan, discuten y se reconcilian. Panaderos, albañiles, maestros,
electricistas, amas de casa,…seres anónimos que forman la médula esencial de un
pueblo.
En los años de mi infancia, que corresponden
al inicio del “boom” (odiosa palabra de fonética bélica) vivían junto a
nosotros una serie de personajes que consiguieron notoriedad aunque hasta ahora
se haya hablado poco de ellos.
Hoy quiero destacar entre ellos a un hombre
que sigue acompañándonos aún a sus 84 años y cuya profesión le hizo compartir
días y noches con lo más granado del turismo por aquel tiempo muy elitista. Un
guitarrista excepcional de flamenco que posee, estoy segura, la lista más
destacada de famosos a quienes dio clases o para quienes tocó en múltiples
noches. Enrique Cortés, nacido en Campillos y a quien su hada madrina le envió
a Marbella en un golpe de su varita mágica. Guapo, de animada charla, gran
cazador y autodidacta al parecer, sus dedos adquieren forma angelical al
posarlos en una guitarra. Marbella lo lanzó a un mundo de señorío que se pirraba
por el rasgueo de Cortés, por su arte.
Podría si quisiera revelar secretos jamás contados de mujeres como Jacqueline
Kennedy, Kim Novak o Brigitte Bardott, hombres como Stewart Granger, Mel
Ferrer, y un largo etcétera. Junto a su campechana sonrisa guarda la
satisfacción de haberse codeado con grandes figuras del papel couché.
Otros
personajes igualmente aportaron un punto de magia o de asombro a nuestra vida
infantil. Llenaron mi imaginación atolondrada de historias en los que los
convertía en protagonistas. Cantaban, bailaban, palmeaban y hasta hablaban como
solo sabían hacerlo ellos: “Taroque”, el que contaba chistes que no entendíamos
pero nos moríamos de risa, que conocía a todos los “señoritos” por los zapatos
que les limpiaba, y sabía quien era bueno o malo, según su ojo. “La Quinto”, su hermana,
ampulosa y descarada, “El Muerte” o “La Manca”, aprovechadora de sus encantos que cedía
al “extranjis” cuando su cuerpo lo pedía…También Luisa y Dolores, amas de casa,
más refinadas, más integradas, menos ostentosas.
Personajes muy nuestros, con los que
compartimos años de expectación ante lo que íbamos viendo llegar sin saber su
alcance. Con el cante y el baile reflejados en la oscuridad de sus ojos, en su
habla y hasta sus andares. Ese punto de
diferencia que les convertía en pintorescos y un no se qué de misteriosos.
Desaparecieron los últimos cuando los
edificios eran como gigantes que los asustaban. Cuando Marbella empezó a ser
más de los de fuera que de los de dentro.
Los recuerdo con simpatía y nostalgia.
Va por ellos. Por ti, Enrique, especialmente. Larga vida.
Ana
María Mata
Historiadora y novelista
3 comentarios:
¡Gracias Ana María por contarnos estas historias de nuestra ciudad! Siempre es un placer leerte y aprender contigo.
Mira que me gusta leer estas historias de mi pueblo. Me llevan a mi niñez, donde me empapaba de todo lo que pasaba a mi alrededor. Y tú lo cuentas todo tan bien.
Gracias Anamaria , como siempre,por tu entrañable y acertado artículo. Esos personajes y de los que escribirás seguro en próximas edicines, están esperando tu pluma.
Anónimo.
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