La política se ha transmutado en espectáculo
y las palabras sustituidas por la imagen. Se habrán fijado en que cara a las
próximas elecciones ya no importan tanto los debates sino el entretenimiento
que produce ver a los candidatos luchando por seducir ante las cámaras de
televisión, en un intento de convencernos de su cercanía, de los simpáticos y
hasta graciosos que son, según sean los respectivos entrevistadores y programas
a los que acuden.
Bajan del podium donde alguna vez quisieron
estar y se acercan a los espacios más simples y caseros de la tele, sin darse
cuenta de que en el fondo ahí, en la rutina, en las tonterías más cotidianas
muestran quizás su verdadera naturaleza, y en el Parlamento deben fingir para
estar a la altura que necesitamos y que en muchas ocasiones, no alcanzan.
Que simpático, Mariano Rajoy de comentarista
deportivo…y no digamos Pedro Sánchez haciendo
un zumo con Bertin, Pablo Iglesias cantando una nana o Albert Rivera en
un concurso de autos locos. Es como si quisieran decir, cada uno en lo suyo: vótame, soy agradable, seductor y hasta sé planchar una camisa. ¿Un privilegio
de hombre? No, un político buscando el voto hasta debajo de las piedras.
Las campañas se han convertido en una
teatralización pensada para seducir, en una operación de diseño, en un intento
de identificación con los votantes…con un contenido confuso y con imágenes que
nos transportan al futuro ideal mientras olvidan el presente y los medios para
transformarlo.
Frivolidad. Esa es la palabra, creo que
adecuada para este tiempo electoral que se me antoja demasiado largo si tenemos
que oír y ver las mismas o parecidas simplezas. Acabaremos pensando que quienes
nos van a dirigir saben de todo menos de lo que tendrían que saber y no
muestran, porque si dicen lo que esperamos desconfiamos de su cumplimiento, y
si no lo dicen estamos totalmente seguros de que no van siquiera a intentarlo.
Imagino que detrás de todo esto estará como
siempre el gigante americano mostrando un camino que ellos ya utilizaron y
nosotros solemos seguir a rajatabla, como si se tratara de otro Halloween o del
último Black Friday. Tenemos un complejo de inferioridad con América del Norte
que nos sale por las orejas. Me han dicho que hay quien piensa celebrar el año
próximo el Día de Acción de Gracias, y me lo creo. Vayan encargando el pavo, no
sea que falten.
Los españoles somos festivaleros por
naturaleza, y la política como “hoguera de vanidades”, envuelta en guitarras,
sartenes y proezas similares nos parece estupenda. Falta solo que en uno de los
programas que todavía nos quedan por ver, el locutor/a de turno, pregunte
disimuladamente la talla del pantalón, por aquello que cantaba Serrat de “a ver
quien la tiene más grande”. Sería todo
un dato. Hasta en el Congreso se le escapó creo que a Federico Trillo, hagan
memoria.
Tal vez quieran hacernos olvidar con su
presencia en los programas televisivos, sus muy variadas formas de parecer
campechanos, y sus sonrisas inigualables, que tenemos carencias reales y
problemas graves, aunque estos no se solucionan a golpe de entretenimiento. Por mucho que bailen, canten, frían huevos o
suban en globo, ahí está la cuestión de Cataluña, el yihadismo terrorista y la
falta de trabajo. También sigue ahí el asunto de Bárcenas, de Gürtel, de los
fondos andaluces de formación, de Rato y demás pájaros de igual calaña.
Reconozco que Bertin Osborne es simpático y
gusta al personal. Que María Teresa Campos en una gran profesional y Motos
genera gran audiencia un día y otro. Calleja con sus hazañas puede hacernos
creer lo que no es, pero queda resultón ver a un político intentar subir al
Himalaya o el Kilimanjaro. A todos nos gusta divertirnos.
Será por los años, pero creía que gobernar un
país, era una cosa mucho más seria. Casi siempre me equivoco.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
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