1 de diciembre de 2015

LA HOGUERA DE LAS VANIDADES



La política se ha transmutado en espectáculo y las palabras sustituidas por la imagen. Se habrán fijado en que cara a las próximas elecciones ya no importan tanto los debates sino el entretenimiento que produce ver a los candidatos luchando por seducir ante las cámaras de televisión, en un intento de convencernos de su cercanía, de los simpáticos y hasta graciosos que son, según sean los respectivos entrevistadores y programas a los que acuden.
Bajan del podium donde alguna vez quisieron estar y se acercan a los espacios más simples y caseros de la tele, sin darse cuenta de que en el fondo ahí, en la rutina, en las tonterías más cotidianas muestran quizás su verdadera naturaleza, y en el Parlamento deben fingir para estar a la altura que necesitamos y que en muchas ocasiones, no alcanzan.
 Que simpático, Mariano Rajoy de comentarista deportivo…y no digamos Pedro Sánchez haciendo  un zumo con Bertin, Pablo Iglesias cantando una nana o Albert Rivera en un concurso de autos locos. Es como si quisieran decir, cada uno en lo suyo: vótame, soy agradable, seductor y hasta sé planchar una camisa. ¿Un privilegio de hombre? No, un político buscando el voto hasta debajo de las piedras.
Las campañas se han convertido en una teatralización pensada para seducir, en una operación de diseño, en un intento de identificación con los votantes…con un contenido confuso y con imágenes que nos transportan al futuro ideal mientras olvidan el presente y los medios para transformarlo.
Frivolidad. Esa es la palabra, creo que adecuada para este tiempo electoral que se me antoja demasiado largo si tenemos que oír y ver las mismas o parecidas simplezas. Acabaremos pensando que quienes nos van a dirigir saben de todo menos de lo que tendrían que saber y no muestran, porque si dicen lo que esperamos desconfiamos de su cumplimiento, y si no lo dicen estamos totalmente seguros de que no van siquiera a intentarlo.
Imagino que detrás de todo esto estará como siempre el gigante americano mostrando un camino que ellos ya utilizaron y nosotros solemos seguir a rajatabla, como si se tratara de otro Halloween o del último Black Friday. Tenemos un complejo de inferioridad con América del Norte que nos sale por las orejas. Me han dicho que hay quien piensa celebrar el año próximo el Día de Acción de Gracias, y me lo creo. Vayan encargando el pavo, no sea que falten.
Los españoles somos festivaleros por naturaleza, y la política como “hoguera de vanidades”, envuelta en guitarras, sartenes y proezas similares nos parece estupenda. Falta solo que en uno de los programas que todavía nos quedan por ver, el locutor/a de turno, pregunte disimuladamente la talla del pantalón, por aquello que cantaba Serrat de “a ver quien la tiene más grande”.  Sería todo un dato. Hasta en el Congreso se le escapó creo que a Federico Trillo, hagan memoria.
Tal vez quieran hacernos olvidar con su presencia en los programas televisivos, sus muy variadas formas de parecer campechanos, y sus sonrisas inigualables, que tenemos carencias reales y problemas graves, aunque estos no se solucionan a golpe de entretenimiento.  Por mucho que bailen, canten, frían huevos o suban en globo, ahí está la cuestión de Cataluña, el yihadismo terrorista y la falta de trabajo. También sigue ahí el asunto de Bárcenas, de Gürtel, de los fondos andaluces de formación, de Rato y demás pájaros de igual calaña.
Reconozco que Bertin Osborne es simpático y gusta al personal. Que María Teresa Campos en una gran profesional y Motos genera gran audiencia un día y otro. Calleja con sus hazañas puede hacernos creer lo que no es, pero queda resultón ver a un político intentar subir al Himalaya o el Kilimanjaro. A todos nos gusta divertirnos.
Será por los años, pero creía que gobernar un país, era una cosa mucho más seria. Casi siempre me equivoco.
Ana  María  Mata  
Historiadora y novelista    

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