Quería simplemente felicitar la Navidad a mis pacientes
lectores y amigos. En ello estaba cuando me llega el rumor de que en algunos
colegios públicos de nuestro país han recomendado (espero que no
prohibido) que no se coloque el Belén
tradicional para no herir sensibilidades ajenas al Cristianismo, en referencia
a las alumnas que en ellos estudian. Apelan, lógicamente a las de religión
musulmana, ya que cualquier otra tendencia, desde protestantes, coptas,
ortodoxas, anglicanas o evangelistas, están incluidas en el Cristianismo que es
su base fundamental. Para todas estas, la Navidad es la celebración
epifánica del nacimiento de Jesucristo, líder indiscutible y piedra angular de
la civilización occidental.
Que yo sepa estamos inmersos en
esa civilización, en concreto en Europa, y nuestra cultura procede de ella en
todas sus manifestaciones. El Nacimiento o Belén, tiene su origen en San
Francisco de Asís, que allá por 1223 celebrando la fiesta de Adviento se le
ocurrió hacerlo en el interior de una cueva y acompañarlo con un buey, una mula
y algunos pastores del entorno. El nacimiento de Cristo se conmemoraba con antelación
pero la costumbre de realizar una “copia gráfica” de lo que pudo ser el pesebre
y cuanto a su alrededor existió, fue idea del santo franciscano. Caló pronto y
profundo en el medievo donde empezaron a realizarse los llamados Autos
Sacramentales en vivo, origen de los actuales belenes vivientes. El primero
documentado fue el de la
Adoración de los Reyes Magos, en 1245.
Carlos III, que fue rey de
Nápoles, introdujo en España la tradición del nacimiento al traer desde allí un
hermoso ejemplar en el que ya aparecían artesanos, lavanderas, campesinos, ríos
y castillos, hasta unas tabernas típicamente napolitanas con sus
correspondientes personajes.
Hasta aquí la pequeña historia
de una tradición casi nunca interrumpida, ni en los tristes episodios de guerra
o conflictos. En el baúl de mis recuerdos y sentimientos aparece la visión
entrañable de una infancia en la que llegadas estas fechas Dª Carola preparaba
y dirigía con su distinción habitual el ritual del Belén. El verde musgo vuelve
a mi pituitaria con toda la humedad de la Barbacana en su interior, con las cañaveras
esbeltas como fondo, arrancadas con esfuerzo de las orillas de un río que
sentíamos entonces, más que accidente geográfico, un vecino más. Y regresa el
corcho aupado en vertical para que la magia del deseo lo convirtiese en
montañas donde un algodón-nieve blanqueaba igualmente el castillo del terrible
Herodes, uno de los primeros monstruos infantiles, el malo de la representación feliz. Los peces
ya bailaban en los ríos y había que darles forma al agua con el papel de plata
de los primeros chocolates; colocar en ellos lavanderas trabajando en piedras
tableadas, junto a las ovejas y cabras, atentas al cayado de pastores,
decididas también a adorar al recién nacido mágico del que un ángel espectacular
con alas doradas vino a traer noticias. Arena y tierra para los amagos de
huertas con sus lechuguitas y coles…y, siempre agrandados el trío de las
maravillas al que todavía no había destronado el viejo del uniforme rojo.
Melchor, Gaspar y Baltasar, palabras que tenían un regusto a felicidad. Magos
de Oriente. Casi nada, para los niños de
la calle, del Rayo, de las almensinas y los madroños. Camellos amigos, enormes
coronas en las cabezas de los tres, en Baltasar, el preferido por su tez que
imaginábamos causa de conflictos.
Inolvidables Nacimientos que
hacían más dulce aún aquellas Pascuas de buñuelos y anís, Misas del gallo y
noches de cinco de enero sembradas de mistos cachondos…fiestas que un niño
introduce en su mente como algo eterno, inamovible, algo certero que dará luego
a su presumible Fe el toque de seguridad y confianza que necesitará como
adulto.
No estaría de más recordarlo
estos días, cada vez que un villancico nos conduzca a un belén. Su significado
está más allá de su bonita apariencia de placidez. Nuestra cultura es la del
Amor, y aún respetando otras en su diversidad, por favor que nadie ose arrebatárnosla
ni con las mejores intenciones.
Felices Pascuas. Estupendas
Navidades para todos.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
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