Ando pensando en que los años 60 del siglo
pasado (escrito así suena antediluviano: “¡siglo pasado!”) fueron quizás los
puramente decisivos para nuestra ciudad en lo que a futuro turístico se
refiere. Muy especialmente lo pensaba en agosto, cuando el Ayuntamiento decidió
celebrar lo que llamaron, creo, "Fiesta del Sol", rememorando precisamente lo
que en 1960 se llamó “Semana del Sol”. Me quedé sorprendida cuando por más que
buscaba en los medios, nadie, del Consistorio o fuera de él , tuvo el detalle
de recordar a quienes fueron en aquél momento los auténticos creadores de dicha
“semana”, y en concreto al hombre que las pregonó con una prosa tan bella como
pocas veces después hemos oído por aquí.
Algunos pueden que se acuerden de un hombre
alto de figura oronda en la más plena acepción del término, que era nuestro
huésped veraniego desde años antes y del que, se decía que era “muy
importante”, aunque pocos supieran el motivo, cosa que por esos tiempos era
bastante habitual. Lo conocí
personalmente y fue uno de esos afortunados azares que la vida a veces regala:
Edgar Neville, conde de Berlanga del Duero, diplomático, pero esencialmente
escritor, autor teatral, guionista y director de cine llegó a Marbella a comienzos de los
cincuenta. Le compró a Ricardo Soriano una parcela de la finca El Rodeo,
próxima al mar y allí construyó una casa que llamó “Malibú” nombre de una
famosa playa californiana que le recordaba su estancia en aquellas tierras,
cuando en los años treinta fue contratado como guionista por una gran productora
de Hollywood y se codeó con los grandes, como Charles Chaplin, Mary Pickford o
Gloria Swanson.
En España alcanzó su mayor éxito con la obra
teatral “El baile”, que estrenó con su compañera y musa Conchita Montes.
Se enamoró de Marbella en esos veranos de
estancia, y lo plasmó en ese pregón que inauguró la Semana del Sol,
acontecimiento que fue de gran relevancia porque Edgar, Mingote, Conchita
Montes y Ana de Pombo se propusieron que lo fuera. En esa semana, me contó el
propio Edgar, no solo debía haber verbenas y bailes, sino además deportes y
actos culturales, con el fin de que Marbella sonara fuera de sus pequeños
límites como una ciudad auténticamente pluricultural.
No me resisto a plasmar aunque sean algunos
renglones de ese Pregón para que quienes los desconocen o lo olvidaron sepan de
su forma y fondo. Decía Neville:
“Cuando llegaba a los bosques de las Chapas,
después de la larga estepa, parecía como si ya entrase en un país con el que se
sueña. Ya existía ese balsámico encanto que tiene Marbella, que cura al que
llega y que es algo tibio, impalpable, de un dulzor amoroso con sabor a siesta…"
“Marbella ha de ser muy rica, pero ¡por
favor! poco a poco, sin saltos, sin asustar, sin reducir vuestra clientela a
los muy poderosos. Pensad que hay gente que son lumbreras en el país, que son
los primeros pintores del mundo, los poetas, los autores y novelistas, los
comediantes, los artistas de todas las clases, que llevan emparejados,
desgraciadamente, una modestia económica que les impedirá quedarse si ponéis la
vida por encima de sus posibilidades…"
“Marbella tiene una misión, ser la reunión de
todo lo que es arte en España”….”Queremos una ciudad riente, una obra de arte
del buen vivir…"
Un mínimo esbozo entresacado de un largo y
admirable pregón que por desgracia, en el sentido principal, no ha resultado
profético. No me voy a detener en las causas porque mis posibles e inteligentes
lectores ya las deducen.
Edgar junto al citado Mingote, El Greco,
Antonio el bailarín, Jean Cocteau y Ana de Pombo, Alberto Closas y Mª de los Ángeles
Morales, cantante y esposa del dueño de Hispavox entre otros, quisieron hacer
en Marbella lo que ellos llamaron “La
Ciudad de los Artistas”, un núcleo o zona que albergase a
todos los que tenían relación con un tipo de arte, músicos, escritores,
actores…etc y en el que el ambiente fuese propicio para ayudar a los jóvenes.
Cocteau estaba dispuesto a donar los paneles que hizo para La Maroma, a los que bautizó
como “Suite flamenca”.
Por desgracia el proyecto no llegó a
realizarse, aventuro que por la inviabilidad financiera o la falta de interés
especulativo que calcularía algún
gerifalte de la época.
Marbella tomó otro camino, no digo que peor,
pero más pobre sin duda desde el punto de vista del espíritu. Lo cual no
debería ser óbice para que llegado el caso, como el de esta feria de verano,
tuviésemos un recuerdo y un gracias para aquellos grandes intelectos que un día
nos eligieron para sus sueños y alabaron nuestra belleza.
Ana María
Mata
Historiadora y novelista
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