4 de septiembre de 2016

EL LIBRO Y SU FERIA



Acabamos de clausurar la Feria del Libro en Marbella. Desconozco si exitosa o no, pero creo que al menos justa y necesaria. Pobre libro. Que menos que una feria para consolarlo de su momento actual. Para restañar las heridas que entre todos le estamos produciendo. Para animarlo en las que –dicen- pueden ser sus últimas jornadas.
Los augurios sobre el libro como objeto concreto de papel, materializado en hojas escritas y portada más o menos coloreada, son nefastos y deprimentes. No sé si auténticamente reales o propiciadas por aquellos a quienes les interesa la totalización de lo digital. De una manera o de otra, están ahí y no cesan cada día de informarnos de la agonía de ese montón de mariposas de tinta que, anidadas en un cubículo de cartón, nos han enriquecido la vida a tantos seres humanos.
 Hace casi un siglo y medio, un escritor francés entonces de actualidad, Octave Uzanne, formuló su teoría sobre la muerte de la imprenta, y anunció que “esos objetos anticuados” serían reemplazados por el fonógrafo ( hoy diríamos el audio-libro) que permitiría una lectura más cómoda. Según él, el hombre del futuro solo elegiría aquello “que fomente y halague la pereza”.
Extrapolando la idea de Uzanne, quien sabe si algún editor sin demasiados escrúpulos, pensó que dicha teoría podría resolver su negocio. De esa manera convirtió –convirtieron, pues han ido aumentando- el libro en un objeto de consumo masivo, creyendo que al convertirse en hábito multitudinario les rendirían opíparos beneficios. Y así, comenzaron a publicar gran número de bodrios que echaron para atrás a los verdaderos lectores. Más tarde intentaron extender el negocio al mercado digital. Pero este mercado, para su contrariedad, se les ha revelado como adversario, pues existe ya un montón de gentes que ejercen su “derecho” a la piratería.    
Es posible que la actualización imparable de la vida lleve más o menos tarde a la extinción del libro como lo hemos conocido hasta ahora. Le llamarán progreso y aceptaremos el envite como hacemos cada vez que pinchamos en un modelo nuevo de teléfono móvil o cualquier otro artilugio similar. Pero siempre quedará –o eso espero, cual guardiana retrógrada de mis cosas queridas- quienes sigan pensando en el libro como vigía del tiempo cuyas páginas esconden nuestra biografía, y que bajo su apariencia inerte nos brindan consuelo y compañía en momentos oscuros.
A la uniformidad inane de lo escrito en aparatos digitales, el libro opone, además de la posibilidad de guardarlo para siempre, matices que rondan sensaciones físicas como son el olor diferenciado de cada impresión, el tacto más o menos áspero de sus hojas, el color de las mismas, la portada gráfica sobre la cual artistas del diseño dejan su impronta personal…y un mínimo pero bello detalle : la hoja que la mano del lector mueve a su antojo según lee, y que señala con separador para poder continuar al día siguiente.
Sus fieles, entre  los que no creo que haga falta decir que me encuentro, todavía podemos sentir la emoción de encontrar un título nuevo de nuestro escritor preferido, a la espera del placer asegurado que su lectura pausada intuimos nos producirá. Como también la sorpresa ante el descubrimiento de alguien de quien no conocíamos su estilo y nos maravilla. Descubrir un libro, sea novela o ensayo, que no quisieras terminar pero que no puedes dejar de leer, es placer de dioses. Comunicarlo a los amigos, reflexionar y discutir sobre el autor y su obra, lo más interesante que puede ocurrirle a un buen lector .
Les contaré una anécdota ilustrativa: Me encontraba rastreando un día entre libros, cuando al tomar en mi mano uno de Philippe Roth, alguien desde atrás me espetó: ¿Lo ha leído, le gusta Roth? . Dije que sí y a renglón seguido con una sonrisa de complicidad  inmediata lanzó sobre mí una serie de autores, de los cuales unos pocos yo desconocía. Acabamos tomando un café y siguiendo la cháchara hasta que se nos hizo tarde.  Nunca antes lo había visto y hoy somos excelentes amigos. Gracias a su consejo conocí a Ian Mckwan, a Martin Amis, Alicia Gimenez-Barlett y otros más.
Además de lo anterior, olvidaba decir que el libro, mi agonizante amigo de papel, es un fabuloso generador de relaciones interesantes. Pruébenlo y verán. No les fallará nunca.
                                                                               
Ana  María  Mata
Historiadora y novelista 

2 comentarios:

Bicicleta dijo...

El progreso es imparable, yo me pase al libro electrónico y no tengo nostalgia del de papel.

Bicicleta dijo...

El progreso es imparable, yo me pase al libro electrónico y no tengo nostalgia del de papel.