Acabamos de clausurar la Feria del Libro en Marbella.
Desconozco si exitosa o no, pero creo que al menos justa y necesaria. Pobre
libro. Que menos que una feria para consolarlo de su momento actual. Para
restañar las heridas que entre todos le estamos produciendo. Para animarlo en
las que –dicen- pueden ser sus últimas jornadas.
Los augurios sobre el libro como objeto
concreto de papel, materializado en hojas escritas y portada más o menos
coloreada, son nefastos y deprimentes. No sé si auténticamente reales o
propiciadas por aquellos a quienes les interesa la totalización de lo digital.
De una manera o de otra, están ahí y no cesan cada día de informarnos de la
agonía de ese montón de mariposas de tinta que, anidadas en un cubículo de
cartón, nos han enriquecido la vida a tantos seres humanos.
Hace casi un siglo y medio, un escritor
francés entonces de actualidad, Octave Uzanne, formuló su teoría sobre la
muerte de la imprenta, y anunció que “esos objetos anticuados” serían
reemplazados por el fonógrafo ( hoy diríamos el audio-libro) que permitiría una
lectura más cómoda. Según él, el hombre del futuro solo elegiría aquello “que
fomente y halague la pereza”.
Extrapolando la idea de Uzanne, quien sabe si
algún editor sin demasiados escrúpulos, pensó que dicha teoría podría resolver
su negocio. De esa manera convirtió –convirtieron, pues han ido aumentando- el
libro en un objeto de consumo masivo, creyendo que al convertirse en hábito
multitudinario les rendirían opíparos beneficios. Y así, comenzaron a publicar gran número de
bodrios que echaron para atrás a los verdaderos lectores. Más tarde intentaron
extender el negocio al mercado digital. Pero este mercado, para su
contrariedad, se les ha revelado como adversario, pues existe ya un montón de
gentes que ejercen su “derecho” a la piratería.
Es posible que la actualización imparable de
la vida lleve más o menos tarde a la extinción del libro como lo hemos conocido
hasta ahora. Le llamarán progreso y aceptaremos el envite como hacemos cada vez
que pinchamos en un modelo nuevo de teléfono móvil o cualquier otro artilugio
similar. Pero siempre quedará –o eso espero, cual guardiana retrógrada de mis
cosas queridas- quienes sigan pensando en el libro como vigía del tiempo cuyas
páginas esconden nuestra biografía, y que bajo su apariencia inerte nos brindan
consuelo y compañía en momentos oscuros.
A la uniformidad inane de lo escrito en
aparatos digitales, el libro opone, además de la posibilidad de guardarlo para
siempre, matices que rondan sensaciones físicas como son el olor diferenciado
de cada impresión, el tacto más o menos áspero de sus hojas, el color de las mismas,
la portada gráfica sobre la cual artistas del diseño dejan su impronta
personal…y un mínimo pero bello detalle : la hoja que la mano del lector mueve
a su antojo según lee, y que señala con separador para poder continuar al día
siguiente.
Sus fieles, entre los que no creo que haga falta decir que me
encuentro, todavía podemos sentir la emoción de encontrar un título nuevo de
nuestro escritor preferido, a la espera del placer asegurado que su lectura
pausada intuimos nos producirá. Como también la sorpresa ante el descubrimiento
de alguien de quien no conocíamos su estilo y nos maravilla. Descubrir un
libro, sea novela o ensayo, que no quisieras terminar pero que no puedes dejar
de leer, es placer de dioses. Comunicarlo a los amigos, reflexionar y discutir sobre el autor y su obra, lo más
interesante que puede ocurrirle a un buen lector .
Les contaré una anécdota ilustrativa: Me
encontraba rastreando un día entre libros, cuando al tomar en mi mano uno de
Philippe Roth, alguien desde atrás me espetó: ¿Lo ha leído, le gusta Roth? .
Dije que sí y a renglón seguido con una sonrisa de complicidad inmediata lanzó sobre mí una serie de
autores, de los cuales unos pocos yo desconocía. Acabamos tomando un café y
siguiendo la cháchara hasta que se nos hizo tarde. Nunca antes lo había visto y hoy somos
excelentes amigos. Gracias a su consejo conocí a Ian Mckwan, a Martin Amis,
Alicia Gimenez-Barlett y otros más.
Además de lo anterior, olvidaba decir que el
libro, mi agonizante amigo de papel, es un fabuloso generador de relaciones
interesantes. Pruébenlo y verán. No les fallará nunca.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
2 comentarios:
El progreso es imparable, yo me pase al libro electrónico y no tengo nostalgia del de papel.
El progreso es imparable, yo me pase al libro electrónico y no tengo nostalgia del de papel.
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