Estas últimas semanas, mientras
reflexionaba lentamente sobre los acontecimientos que iban sucediendo y los
medios nos mostraban con plenitud de imágenes, me acordaba sin poder evitarlo
de una de las más convulsas época de nuestra historia contemporánea, que hasta
para estudiarla era fastidiosamente complicada. Hablo de la Primera República
española, propiciada por la abdicación de don Amadeo de Saboya, pobre hombre,
engañado para que cubriese un hueco al
que no encontraban personaje adecuado, y que en cuanto pudo puso pies en
polvorosa loco por marchar de un lugar en el que a punto estuvo de volverse
loco.
Once meses duró el primer
intento republicano que acabó con el pronunciamiento del General Martínez
Campos en diciembre de 1874 para intentar la llamada Restauración Borbónica, ¡Ah! Pero en ese tiempo hubo, aunque no lo crean, dos tipos de república, la
primera fue Federal y terminó con el golpe del General Pavía, para convertirse
en Unitaria al mando del General Serrano. Once meses muy divertidos, imagino,
para los ciudadanos corrientes que aunque no tenían televisión, Internet,
Facebook y demás, tendrían que aguantar de alguna manera, cómo entre general y
general, iban apareciendo políticos del tres al cuarto dispuestos a
aprovecharse unos y otros del río revuelto del momento.
Salvando las distancias, o sin
salvarlas, la conclusión a que he llegado se resume en estas pocas palabras:
“Este no es un país normal”. Tal vez no lo fuese ya en el XIX, según he dejado escrito, pero si
pasamos al aquí y ahora, creo que las cosas si han cambiado algo ha sido para
peor. Vamos a ver, ¿cómo va a ser serio un país, en el que el partido en
funciones que gobierna tiene a casi la mitad de sus dirigentes sentados en los
banquillos de los juzgados por corrupción?; y en el que el partido principal de la oposición, parece más
un patio de vecinos con todos a la
gresca , unos por aquí, otros por allá. Más otro, nuevo, que dice aspirar a
dar miedo y también pelean sus cabezas visibles. Y por último cinco o seis más pequeños a los que a dos, lo único que les importa es
la independencia ya sea del País Vasco o de Cataluña.
De verdad que afirmo como un
autor leído, que todo este berenjenal tiene más de zarzuela costumbrista que de
tragedia de Shakespeare. Ni siquiera para nuestros embrollos tenemos grandeza,
pero aparte de ello, lo cierto es que la mayoría de personal ajeno a las
intrigas si no palaciegas, parlamentarias o de cuchitril de partidos, estamos
hasta las narices de aguantar día tras día las embestidas mutuas mientras el
país se consume en pequeños y grandes problemas sin solucionar.
Lo que nos faltaba era
precisamente el sainete bochornoso de las llamadas tarjetas “black”, donde se
juntan un exministro muy aplaudido en su tiempo, con un tal Blesa, personaje
sibilino que nos mostró una vez sus jabalíes y elefantes cazados con arrogancia
inaudita, además de Arturo Fernández y Díaz Ferrán, creo que ambos mandamases
de la CEOE. Hay muchos más, claro,
hasta 65 ex-altos cargos de Caja Madrid y Bankia, todos acusados por el
despilfarro de sus tarjetas. No escribo el importe de lo que gastaban para no
volver a sentir las náuseas que me aparecen cuando los veo a todos juntitos
compartiendo banquillo.
Opino también que al día de hoy,
al margen de cómo nos consideren nuestros vecinos europeos, no podrán atacarnos
por nuestro antiguo temperamento visceral y hasta violento en ocasiones.
Más bien nos cuadra la
calificación de ciudadanos borreguiles, consentidos en tragarse lo que nos
echen y a la espera de un milagro celestial que permita la investidura de uno
cualquiera entre estos impresentables.
Ana María
Mata
Historiadora y novelista
1 comentario:
Ese el gran problema Ana María que la ciudadanía normal, decente y sensata que me imagino es mucha no quiere dar ese paso de responsabilidad y prefiere dejarla en manos de una clase política que cada vez da más vergüenza ajena. Es un país para sentarse en el diván.
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