Estas lágrimas que no he podido
contener y caen sobre el ordenador, Pablo, son de despedida. Una despedida que
no hubiese deseado tener que hacer nunca, que ha llegado demasiado pronto, que
todos creíamos ibas a derrotar para siempre.
Contemplo tus ojos negros,
inmensos, habladores, impresionantes cada vez que te veíamos en tu habitual
gesto de valentía, esos ojos que han acompañado a una sonrisa cautivadora,
ejemplar, aleccionadora para tantos, amistosa también, única por venir de quien
venía, un joven como tú, castigado con crueldad incompresible para tu edad y
juventud. Deportista y fuerte, lleno de ilusiones en unos veinte años que
empezaban a saborear la edad de los proyectos, del amor, de la amistad y las
ganas de vencer a cualquier enemigo que viniese de frente.
Has conocido el dolor, la
desesperanza y la tristeza en un tiempo en el que te hubiera correspondido por
cronología vivir a tope, saborear la fortaleza que tu cuerpo, -ese brazo en
alto., esa mirada, parecía poseer cada vez que aparecías para decirnos
¡adelante!, continuad a mi lado, un día más, otro, otro…hasta la extenuación,
si hace falta.
Tal vez ella, cuyo horrible
nombre no va a ser escrito, piense que ha
ganado, pero se equivoca. No ha hecho méritos, no ha presentado frentes,
se introdujo en tu sangre a traición, escondida en tu feroz juventud, entre tu
resistencia y unas fuerzas que has mantenido hasta el fin. Tenía envidia de tu
gran espíritu, de tus planes, hasta de tu belleza, porque es cierto que eras
guapo a rabiar, y más que lo parecías cuando nos mirabas desde los medios de
frente, sonriendo y hasta ofreciendo ánimo a todos.

Has triunfado en tu propósito
porque has conseguido llegar donde querías: Al millón de donantes de médula, a
que todos nos pongamos a pensar en los que sufren, nadie podía eludir tu
mensaje, los medios te querían, abarrotabas porque eras de verdad, porque tu
corazón hablaba por ti y no la publicidad.
No podrás ser bombero, pero has
llegado mucho más arriba. Eres una insignia, el modelo a seguir para cuantos
sean compañeros de hospitales y dolor, el ejemplo de superación para jóvenes
aturdidos, tantos como hay que dicen no encontrar un camino, que lo buscan en
drogas y venenos similares; muchos que se hastían sin haber vivido, sin conocer
el placer del esfuerzo, la alegría de ayudar al amigo o compañero.
Gracias, Pablo. Una vez más y
las que hagan falta. Por existir aunque te hayamos disfrutado demasiado poco.
Porque personas como tú nos reconcilian con la complejidad de esta vida que te
gustaba tanto.
¡Siempre fuerte!, decías, como
lema de tu combate. Escasean personas como tu, y por ello te echaremos mucho de
menos. Nos sentimos tan orgullosos de ti que esperamos puedas ver desde tu
nuevo hábitat a una ciudad entera, a una nación incluso, derramando lágrimas
por tu ausencia futura, por la falta de
tu sonrisa, aunque tu mirada. Pablo, esa intensidad ¡ay! de tus ojos, nos
pertenecerá siempre.
Has quedado grabado al fuego
vivo en la retina y el alma de quienes te hemos seguido desde el principio. Los
héroes no mueren, se eternizan en el recuerdo.
Recibe junto a la Medalla de la Ciudad un ¡gracias! muy fuerte y un beso enorme de
todos los que no queremos ni podremos olvidarte.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)
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