(Publicado en Diario SUR el 2 de febrero de 2017)
Ahora, cuando ya ha traspasado
las puertas del gran misterio, cuando la tierra es el pasado y la trascendencia
le pertenece, es cuando desearía más que nada poder charlar una vez más con
usted, Don Francisco, preguntarle más como amiga que como feligresa si la Verdad con esta mayúscula
diferenciadora está con su espíritu, esa
verdad de la que tanto hemos hablado “sotto voce”, ese Absoluto que contiene en
sí el motivo de la vida, y es tan difícil de comprender.
Le digo adiós con estas líneas
que usted sabía iba a escribir de corazón. Imposible no hacerlo para despedir
al cura más especial que hemos tenido desde que tengo uso de razón y pertenezco
a la Parroquia
de Marbella. La de toda la vida, parroquia de la Encarnación , en donde
lo hemos tenido hasta que sus fuerzas se volvieron débiles. Creo recordar que
llegó a ella después de un cura único en su género, el más famoso por entonces
de España, y eso era una prueba de la confianza que los superiores tenían en un
navarro, intelectual por encima, incluso, de una sotana que ya estaba en
desuso.
Sé que llegó voluntariamente
para ser Pastor después de una gran trayectoria universitaria y periodística.
Que en Madrid protestaron por su marcha alumnos ya catedráticos y figuras de
todo orden social. Que incluso D. Angel Herrera, del que fue secretario
personal, el gran fundador de El Debate, le consultaba sus decisiones. Tenía un
“carrerón” en la Curia ,
la posibilidad de un birrete cardenalicio incluido, y eligió Marbella.
Eligió una ciudad difícil,
imbuida en su propia fama, plena de contrastes entre los de fuera y los de
dentro, entre el papel couché y su gente anónima, también entre los avanzados
post-conciliares y los retrógrados a marcha y martillo. Cabriolas hubo de hacer para entrometer su
figura del norte dentro del andalucismo recalcitrante, sus ideas novísimas
junto a las muy fuertemente arraigadas populares. Me consta que no fue fácil
hacerles ver que sería pronto uno más junto a nosotros, me consta que los
libros le ayudaron a sortear la soledad primera.
Lo consiguió. Iba a escribir
“triunfó”, pero como filólogo no le hubiera gustado, porque no correspondía a
su intención. Se propuso querernos con nuestros errores y nuestros gozos, con
nuestra idiosincracia, hecha de Semanas
Santas y muchos vasos de vino, de silencios y voces exageradas, de
contradicciones repletas luego de buena fe. Se lo propuso y puedo decirle ahora al
profesor que siempre llevó dentro, que hay un sobresaliente Cum Laude dentro de
todo aquel marbellero que lo conoció bien.
Puede que sus sermones no fuesen
siempre entendidos en su totalidad, su exquisita cultura interpretada en
negativo, pero le confieso que una conversación larga, incluso un pequeño
debate, eran placeres de cuya pérdida no lograré restablecerme. Conocí a un
cura muy cura, fiel a tope, pero capaz de intentar comprender al contrario con
una sonrisa y una frase brillante. Interlocutor extraordinario, maestro de la
filigrana verbal y escrita, hombre de Dios y de la humanidad hecha de barro.
Fui conociendo su cercanía a
nuestra gente al mismo tiempo que descubría su inmensa cultura bibliófila.
Nadie parecía leer más libros que usted (Acuérdese, “mejor que una amante, un
libro, llegué a decirle…) por su avidez lectora, por su buena calidad de
comunicar lo leído. Estaba mal acostumbrada a los personajes con
hábitos que había conocido, a la falta de rigor, al sobre uso de la imposición
por ella misma, sin argumentos.
Me hizo creer en una Iglesia
distinta y le agradezco su empuje en mis revueltas contra lo establecido. Le
agradezco hacernos ver a todos que lo esencial es el Evangelio y no sus formas
externas excesivamente ampulosas. Entiendo mejor ahora a aquellos que no
piensan igual que yo. Lo aprendí de su metodología, no se si didáctica, pero sí
amistosa.
Gracias, Don Francisco por su
ejemplo como sacerdote y persona de hoy. Creo que nos hizo mucho bien a todos
tenerlo entre nosotros. Ser uno más y demostrarlo día a día.
Allá en el Absoluto del que
tanto le pregunté, no nos eche en olvido. Puede que desde allí le siga gustando
tanto esta ciudad de la que fue un gran Pastor.
Ana María Mata
Historiadora y novelista
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