¡Nos han concedido un día!...Generosidad
incomparable. Magnanimidad digna de encomio por parte de una sociedad que
atesora en su haber, solo en España veinte asesinatos de mujeres en lo que va
de año. Muestra de gentileza hacia quienes, en el fondo, muchos, y entre ellos
algunos políticos europeos, como el polaco último, siguen considerando
distintas, inferiores, y hasta retrasadas en comparación con el hombre, valor
siempre en alza, indiscutible rey de la Creación, al que, a pesar de su gran
inteligencia, Eva pudo arrebatarle las delicias de Paraíso con una simple
manzana.
Decía que nos hemos merecido un día.
Espléndido. Como la
Banderita, el Oso Panda en extinción, la Fibromialgia o los enamorados.
Estupidez colectiva y comercial dentro de la cual se solapan asuntos tan
tremendos como enfermedades, cuyo interés no debería tener fechas
conmemorativas, sino realidades fácticas.
Pero somos así, vocingleros e ineficaces.
Rimbombantes y llenos de lagunas chapuceras. El día de la mujer, es un ejemplo
de ello. No necesitamos una festividad, sino un reconocimiento de lo que
podemos o no valer, sin que en ello entre en juego las cualidades físicas ni el
parentesco político o familiar. El día que una mujer ejecutiva gane un sueldo
equiparable al de un hombre realizando la misma función, o que el marido
--versus pareja- de cualquier edad
conozca donde están los diferentes utensilios de la cocina de su hogar sin equivocarse,
ese sí será un día para festejarlo. El verdadero día de la mujer. O ese otro,
mucho más lejano en el que las mujeres árabes decidieran y las dejasen exponer
a la luz el rostro al completo, y las europeas no fuesen apaleadas como si de
muñecas vivientes se tratara por un “compañero” cuyo amor se demuestra a golpes.
De todas formas, como estamos en ello,
aprovechemos este fastuoso día para recordar y homenajear a un puñado de
féminas cuya trayectoria fue o es impecable. Mujeres que dejaron el corazón, la
mente y las fuerzas en conseguir que apostaran por su trabajo, a veces, por
desgracia, sin total resultado.
Como las únicas, casi, que han alcanzado renombre
y llegado hasta hoy son extranjeras, les daré prioridad. Nadie olvida a Maríe
Curie, premio Nobel de Física y Química, ni a Rosa Parks, la afroamericana que
no se levantó de su asiento en el autobús para dárselo a un hombre, como era lo establecido. O más
cercana en el tiempo, a la Madre Teresa
de Calcuta, ejemplo máximo de entrega a los marginados.
En España, nombremos a Clara Campoamor,
defensora a ultranza del sufragio femenino, alcanzado en 1933, siguiendo por su
aparente rival en ello, Victoria Kent, primera mujer directora de prisiones y
creadora de reformas penitenciarias esenciales ( se opuso al voto en ese tiempo
por la gran influencia de la
Iglesia sobre mujeres analfabetas), continuando con Teresa
Claramunt, fallecida en 1930, obrera textil anarcosindicalista que reivindicó
el papel que las madres transmiten a los hijos, pidiendo igualdad. Y en otro
aspecto, Carmen de Burgos (Colombine) almeriense, periodista y escritora tras
largos esfuerzos, relacionada sentimentalmente con Ramón Gómez de la Serna, y corresponsal de
guerra en Melilla o María Lejárraga, cuyas obras llevaron durante largo tiempo
el nombre de su marido para poder publicarlas. Sin olvidar a María Goyri,
primera mujer licenciada en Filosofía en 1892, a quien dos guardias
llevaban diariamente a la clase en la Universidad, por el revuelo que su presencia
armaba en el aula.
Un pequeño abanico de mujeres que lucharon
por una igualdad entonces impensable, sometidas algunas a la tiranía de
personajes como Juan Ramón Jiménez, excelso poeta pero maníaco hasta la
extenuación, y al que Zenobia Camprubí dedicó toda su joven vida personal,
renunciando a la suya profesional de traductora y poetisa.
Mujeres sin nombres, la inmensa mayoría
heroínas del hogar, desde aquellas que además de trabajar en la crianza y
sus faenas domésticas, también ayudaban
a la recolección, a las matanzas de
animales y a la venta de los productos
del campo. Mujeres que fueron asesinadas por adulterio a manos de quien lo era
en excesivo pero le estaba permitido. Mujeres viudas después de la guerra,
sacando adelante a sus hijos sin más ayuda que sus manos y una espalda
destrozada, pero en silencio. Mujeres que ayudan al sacerdote y trabajan en la Iglesia con afán
sobrenatural, pero de segunda categoría para una jerarquía anquilosada.
Investigadoras que fueron apartadas de sus descubrimientos para ponerlos
después bajo nombres masculinos.
Mujeres en fin a las que hasta ahora llamaban
el “sexo débil”, hoy en cuestión.
A todas ellas, las fallecidas, las de ayer y
las de cada día, van estas letras, de reconocimiento identitario. Les debemos
mucho más que un 8 de marzo.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)
1 comentario:
Mientras existan tantas mujeres machistas como hombres y ven y sigan dando educación machista la solución es difícil para las mujeres que no lo son ojalá algún día no sea necesario hacer celebraciones de este tipo para reseñar estas diferencias
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