(Publicado en Diario SUR el 5 de junio de 2017)
Cada mañana la veo con su pequeño en
brazos camino de la guardería El Pinar por una acera angosta y poco o nada
adaptada para el carrito que empuja con la mano libre. Me cruzo con ellos cada
mañana y, desde que observo su presencia al fondo de la calle, me generan un
abanico de sentimientos positivos que me alegran el comienzo del día: Agrado de
verlos aparecer a lo lejos un día más; afecto por la manera en que la madre
interactúa con su pequeño, mostrándole lo que se van encontrando a su paso;
admiración por la ternura con la que le habla y le abraza, y optimismo al ver
que sigue habiendo personas que saben dónde está lo importante de la vida.
Todo ocurre en escasos segundos que
son los que tardo en cruzarme con ellos pues yo lo hago desde mi coche (sí, he
dicho en coche muy a mí pesar) mientras llevo a los míos –más mayorcitos– a sus
respectivos colegios. Realmente no sé lo que le va contando a su hijo, es más,
tampoco sé si es niño o niña, pero sí que me da tiempo a ver el brillo en sus
ojos y la expresión de felicidad que me regalan cada mañana. Deberíamos ser
capaces de retener esos pequeños momentos con los que convivimos cada día ya
que dentro del mundo estresado en el que vivimos son como pequeños botes
salvavidas repartidos por el océano tempestuoso en el que naufraga la sociedad.
Qué puede esperar esa madre para su
hijo de un mundo donde la crueldad está a la vuelta de la esquina, donde se
sigue deseando la muerte del que tiene tendencias religiosas diferentes, donde
los atentados terroristas nos sacuden a diario, con gran repercusión mediática cuando
es en Occidente pero con espeluznante asiduidad en los países de Oriente. Un
mundo gobernado por mandatarios que todo lo ven desde el prisma del poder
absoluto, donde priman los intereses propios basados fundamentalmente en el
control económico y militar, demostrándose mutuamente su potencial
armamentístico por si fuera necesario apretar el botón tras una amenaza por
ellos mismos provocada (¿o negociada?). Intransigencia, egocentrismo,
narcisismo patriótico,... Todo pende de un hilo para hacernos saltar por los
aires.
Pero esta madre sigue abrazando a su
hijo cada día ajena al descalabro mundial –¿o tal vez es una manera
inconsciente de protección maternal ante las noticias que le han asaltado un
día más desde los medios de comunicación mientras desayunaba?– y la veo
señalando hacia el bosque de pinos del Vigil de Quiñones que acaban de cruzar, cómo
le muestra el colorido intenso de las madreselvas y buganvillas que cubren los
muros de las casas junto a la que pasan o le hace escuchar el sonido de los
mirlos y palomas que aletean entre las sombras. Una especie de “mindfulness” casual que ayudará a que
ese personajillo crezca educado desde la familia sobre los valores del respeto,
la gratitud y el amor, así como en otros tantos que nos dejamos olvidados en el
baúl de la inocencia.
Llegados a la etapa estival en la que
nos saturaremos de visitantes –para bien o para mal–, y donde tendremos que
convivir con el “estrés del turista”, se pondrá a prueba la paciencia de más de
uno. Los que vivimos en esta ciudad tenemos la posibilidad de buscar esas
balsas salvadoras entre los múltiples rincones que conforman nuestro entorno. Un
paseo junto al mar y se produce la desconexión inmediata. ¿Lo has puesto en
práctica en alguna ocasión?
Arturo Reque Mata
Arquitecto y columnista de Diario SUR Marbella
1 comentario:
El Amor, la Belleza, lo Positivo, etc. siempre existen en nuestras vidas.
Para muchos es muy difícil ir por este camino pues nos están "formateando" con otros valores ...
Que lo que transmite el artículo sirva como reflexión para los que pretendemos construir un futuro mejor.
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