En la retórica habitual de políticos demagogos, conferenciantes y oradores, existen dos palabras que además de no faltar nunca, indican según ellos los dos factores, las dos columnas sobre las que se apoya el estado de bienestar. La primera es la Sanidad y la segunda, la Educación. Se les llena la boca al hablar de ambas y pueden construir un discurso largo y enredoso con ellas en su interior.
Me gustaría saber de una vez por todas a que tipo de pilar fundamental se refieren cuando articulan la que es objeto y tema de este escrito de hoy, la Educación. Empezando por las partidas de presupuestos, en los cuales si se fijan, ocupa siempre, los últimos lugares, continuando por la realidad pura y dura, la Educación suele ser la hija pródiga de los mismos, a la que se destina la más pequeña de las cantidades existentes.
Imagino que esa ha de ser la primera causa del estado actual de los problemas educativos, y no entiendo como mandatarios y políticos olvidan la importancia que niños y jóvenes en sus etapas de formación tienen para el Estado, y el potencial que configuran ambos en el desarrollo de un país.
Sea como fuere, y pasando de lo general a lo particular, quiero exponer la situación en que se encuentra la Educación en nuestra ciudad, especialmente en los grados de Primaria y Secundaria. En Primaria la falta de colegios hace que los alumnos infantiles se amontonen en clases saturadas en las cuales el maestro debe hacer virguerías para ser atendido. Difícilmente entre las obras realizadas por el municipio cada año aparece la construcción de un nuevo colegio. Puede que todavía haya cursos que sigan en las prefabricadas. En Secundaria, todavía es peor, y la consecuencia de ello son las manifestaciones que padres y alumnos llevan haciendo para dar a conocer sus carencias sin que hasta ahora ninguna administración se de por aludida. Acostumbro a poner el ejemplo de los alumnos del colegio Vargas Llosa, cuyos familiares claman al cielo, exponiendo que sus hijos, que este curso tienen el último de formación en dicho colegio, no tienen para el próximo año Instituto alguno donde poder entrar.
La ratio, que llaman ellos al número de alumnos por clase, de los institutos existentes, no da cabida a un alumno más, puesto que están doblemente saturados. Y el Instituto que, al parecer se les prometió al comienzo de sus protestas, que debería estar situado en terrenos colindantes al Hospital, no tiene visos de surgir como por arte de magia, ya que ni está comenzada sus construcción.
En encuestas realizadas por alguna televisión local sobre este problema a los directores de los institutos actuales, todos, sin excepción, se duelen y quejan del abandono que tanto la Junta de Andalucía como el Ayuntamiento tienen acerca de sus problemas, y la soledad que como enseñantes sienten junto a la impotencia por el silencio de la Administración.
Me pregunto si, dada esas condiciones, el ciudadano votante y pagador de impuestos ¿qué debería hacer para expresar su indignación y tratar de ser escuchados?
Tal vez una revuelta fuerte de todos los afectados cuyo efecto fuere el de hacer un mayor ruido que no pueda dejar de oírse. Estarían en su derecho. Molestar en serio para que quienes están ajenos sepan de sus graves problemas.
Causa, en mi opinión, estupor e indignación que un asunto tan serio como la formación de un alumnado que el día de mañana se convertirá en la base de un estado de derecho sea tomada a la ligera, cuando no ignorada como pasa en esta ciudad.
Hay quienes todavía se extrañan de las diferencias de niveles cuantitativos y cualitativos entre estudiantes andaluces y de otros lugares. Como asimismo entre España y Europa.
Será porque no tienen un familiar de Secundaria buscando desesperadamente un Instituto en Marbella que los acoja.
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)
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