28 de agosto de 2017

LAMENTABLE DESCOORDINACIÓN


Confieso mi falta de interés por el proceso soberanista. Que, desde Felipe V y las pretensiones del Archiduque Carlos se opusieran los catalanes al primero en favor del segundo, y en vista de los resultados se declarasen -al menos en deseo- contrarios al estado español, es una cuestión particularísima entre ellos, que al resto de España o nos deja fríos, o estamos en sus antípodas, por muchas amenazas que el flequillo abundante del señor Puigdemont haga casi a diario.
Mientras vayamos juntos lo que allí ocurra nos envuelve al resto del país para lo mejor y lo peor. Por desgracia los últimos acontecimientos han significado una enorme tragedia a la que nadie puede mirar con desdén, sino con ojos de horror y de piedad.
Debido a ello, el más somero análisis de los hechos muestra acciones de descoordinación lamentables que hoy mueven mi pluma a desarrollar como algo casi incomprensible.
Hasta en dos ocasiones los Mossos rechazaron la petición de la Guardia Civil para inspeccionar la casa de Alcanar. Ante la duda de la juez de una simple explosión por manipulación de elementos para fabricar drogas, conclusión esta de la policía autonómica, la negativa a que los expertos de la Benemérita dieran su opinión, resulta sangrante. Y en el caso concreto del Imán de Ripoll, la cadena de fallos ha sido garrafal. Desde el juez atendiendo a argumentos huecos hasta el abogado defensor que expresó literalmente que “no parecía un integrista porque iba en vaqueros”, todo parece una conjunción diabólica a favor del citado Imán. De otra parte, en los ficheros de la Policía Nacional constaban los vínculos del tal Satty con un entorno radical salafista en Bélgica.
Los días posteriores a la masacre han puesto en evidencia la falta de coordinación policial y el pulso soberanista en Cataluña en la prevención e investigación de la desgracia. No olvidemos que los dos sindicatos mayoritarios en Policía y Guardia Civil emitieron un comunicado conjunto para denunciar que se les había impedido servir a los ciudadanos para que la Generalitat diera imagen de Estado Catalán autosuficiente.

 Nadie en su sano juicio comprende que hoy, cuando las diversas naciones del mundo se alían entre ellas para reforzar la lucha antiterrorista, en nuestro país ocurran estos desmanes que debería avergonzar al catalán moderado y que conserve aún su propio criterio fuera del partidista y casi aberrante del abducido soberanista.
La vida de un ser humano es demasiado valiosa para interponer entre ella y el rigor absoluto de investigación y procedimientos policiales el matiz subterráneo del nacionalismo contumaz.
Hay que ser muy cerril para aplaudir gestos como los escritos arriba, la pugna por conseguir medallas en un lado u otro, en lugar de una unión sin fisuras para intentar el mayor tipo de seguridad posible. Es cierto que los únicos asesinos son los terroristas, los que realizan los actos flagrantes y quienes les ayudan a llevarlos a cabo, pero no estaría de más que todos los ojos avizores de cualquier cuerpo del Estado estuviesen vigilantes las veinticuatro horas del día.
Como ciudadana corriente, me duelo de estas fisuras entre nuestros guardianes del orden y me resulta absolutamente increíble que en una ciudad como Barcelona, a la que tenía como abanderada de la lógica y del modernismo más audaz, se den estos casos, de consecuencias tan dolorosas, y al mismo tiempo como extraídos del Medievo, de las luchas gremiales, y tan anacrónicos como si estuviésemos hablando de una ciudad feudal en deuda con su señor.
No estaría mal que los adalides de la independencia repasasen después de los hechos su estado ético y moral.

                                                                                       
Ana María Mata
(Historiadora y Novelista)

13 de agosto de 2017

TURISTAS GO HOME

Puede ser, como algunos afirman, una moda efímera, creada por quienes necesitan protagonismo irritante al costo que sea. Los mismos que creen encontrar en sus manifestaciones abruptas y descontroladas un sentido político que legitime su estupidez más allá del propio absurdo de la mayoría de sus conceptos e ideas. Crear conflictos ha sido desde antiguo el medio utilizado por quienes no poseen argumentos sólidos e inteligentes con los que avalar su causa.
Puede ser eso, algo muy similar a las rabietas del niño enfurecido por la falta de atención. Más, la irracionalidad de la causa no excluye los efectos que pueden llegar a producir. La insensatez de arrojar piedras en el propio tejado con las consecuencias que de ello se deriven. Y aunque esas consecuencias afecte en sumo grado a los mismos que las provocan. Así de estúpido suele ser a veces el género humano.
España llegó tarde a la llamada Revolución Industrial que a comienzos del siglo XIX tuvo lugar en Inglaterra, expandiéndose  luego por el centro de Europa. Y cuando la alcanzó, solo algunas regiones como el País Vasco y Cataluña se beneficiaron de ella. El resto del país malvivía por entonces de la agricultura y el ganado. Ese retraso,  complicado al paso del tiempo por sus problemas políticos, entre los últimos la guerra civil, hizo que fuésemos una tierra minusvalorada por el continente europeo como lugar de un cierto subdesarrollo. La Historia es dura, a veces, pero no tiene vuelta de hoja.
Y de pronto, como regalo de dioses o feliz e inesperado azar, aparece en el horizonte aquello que nos faltaba y nos hace importantes a los ojos ajenos: algo llamado Turismo, un rey Midas disfrazado de Alí Baba o de Reyes Magos, según prefieran, que nos mira con ojos deslumbrados y afirma que nuestro clima, nuestros monumentos y hasta nuestra gente, merecen atención especial.
Acababa de nacer la que sería la industria más importante del país, el dios Turismo, al que debemos el haber salido de la escasez, la apertura de mentes por el contacto con ideas nuevas, el desarrollo de los años sesenta y posteriores  y la subida de la autoestima, que nos hacía tanta falta. Hasta el Régimen -¿recuerdan?- aprovechó el tirón para promocionarse: “España es diferente”, decía el slogan con el que quisimos decir en verdad que éramos únicos, más guapos, mas listos, y más todo que quienes picaron y se transformaron en nuestros primeros visitantes y turistas.
Por fin teníamos algo por lo que ser deseados más allá de nuestras fronteras, sea lo que fuese ese algo. Y de ello empezamos a vivir. A mejorar. A llenar las arcas estatales de divisas. A comprarnos coches y salir del provincianismo de la postguerra.

Nos ha dado resultado hasta el momento actual, en el que, es cierto que el éxito puede llegar a ahogarnos. Pero solo son necesarias medidas exactas, no bajar la guardia y cumplirlas a rajatabla. Las situaciones grotescas y hasta vandálicas que han tenido lugar en Palma de Mallorca, Cataluña, o las originadas en Puerto Banús, han de ser, primero vigiladas y luego sancionadas y castigadas con todo el peso de una ley que está para ser cumplida, no de adorno. Es responsabilidad de los Ayuntamientos y de las autoridades el mantenimiento del orden en todos sus aspectos. Si es necesario aumento de policías, el Estado debe saber cual es su papel en este delicado asunto, sin que valgan excusas ni cortapisas en este sentido.


La “turismofobia” es el error más grande que pueda cometerse. España es un país eminentemente turístico y destrozar su principal medio económico solo puede ocurrírsele a quienes igualmente quisieran destrozar otras muchas cosas que llevan incluidas en su ideario político. No hay que dejarles actuar, porque una sola manzana pudre el cesto.
Los jóvenes airados que parecen divertirse con los gestos anti-turistas, deberían reflexionar por un solo minuto, si no es pedirles mucho: ¿Quiénes pagarán si nos quedamos sin ellos, la Sanidad, los colegios y las prestaciones sociales? …
Tal vez no les vendría mal a algunos de ellos volver al campo. De sol a sol, como en los viejos tiempos que no han llegado a conocer.
                                                                                               
Ana  María  Mata
(Historiadora y Novelista) 










      

1 de agosto de 2017

VACACIONES

A partir de que Adán cometiese la estupidez de aceptar la manzana de Eva,  los humanos fuimos castigados a ganar el pan con el sudor de nuestra frente. Dícese a trabajar en lo que encontrasen. Pero Dios tuvo que descansar el séptimo día, y gracias a ello surgieron las vacaciones. El hombre necesita desconectar de alguna forma de la rutina embrutecedora. Las vacaciones son ese elemento enriquecedor en el que puede salir al exterior el niño que nunca hemos dejado de ser.
No todo el mundo se divierte de igual modo, y España, nuestro desgarrado país, posee en su geografía tan variopinta múltiples maneras de hacerlo. Desde quienes buscan el sol achicharrante hasta el ampuloso verde con su engañoso chirimiri, es increíble la diversidad de placeres que podemos encontrar.
Como acabo de llegar de las humedades norteñas, permítanme la confianza de exponer las enormes diferencias entre dos semanas en el Sur o las mismas en el Norte. O lo que es muy similar: entre la tranquilidad y el desasosiego.
Al Sur y el Este español se va a dejarse llevar por un ritmo desenfrenado de estímulos, empezando por el que implica la tostadura de la piel a niveles etíopes, en playas que recuerdan novedosos campos de exterminio corporal, para seguir con lugares donde hay que caminar de perfil porque el espacio se transforma en valores de cambio. Al simpático ruido infernal-nocturno, más el producido por coches que vociferan al unísono mientras tratan de llegar a donde sea con el cabreo incluido, se unen  las amables colas para conseguir una  cerveza o un gin-tonic tras haber peleado por el mínimo lugar para tomarlo.

Están también los que buscan algo de glamour y vacían la cartera en el restaurante de moda donde impere la “petite cuisine”, porque eso es lo que viste y da esplendor. Están los jóvenes vocingleros que arrasan por donde van, entre la cocaína barata y el botellón para colocarse. Todo eso y más lo produce el calor y las noches almibaradas de perfumes embaucadores. El sur es un torrente invasivo. Un volcán para los sentidos y la mente. Una embriaguez total.
Por su contra, el Norte es el embrujamiento del paisaje y el placer de la aventura. A escoger. Nada bravo persiste en él más que su oleaje y la altitud de sus montañas. Entre desfiladeros de infarto por los que ríos caudalosos discurren compitiendo con la vegetación, apabullante, casi selvática, misteriosa en sus profundidades, ágil en los picos de rocas grises y rojizas, casi infantil en las orillas, hasta la versatilidad de su mar, líder y dueño absoluto de sus mareas, el Norte es el panteísmo hecho realidad, la  Naturaleza al descubierto, reina y señora de quienes tienen el atrevimiento de hollarla. Y hay quienes lo tienen. Alpinistas arriesgados, senderistas gozosos, piragüistas osados, submarinistas, pescadores, jugadores de palas…y personas decididas a beberse el verde a borbotones, a dormir con edredón, a pasear sin agobios y dorarse menos pero en playas extenuantes de arena blanca y radiante como una novia primeriza.

La calma es la compañera firme de un verano donde el único ruido posible es el susurro del chirimiri, el producido por hojas de árboles al caerles el agua.
No se adora el sol, pero se le espera con nervios contenidos. Porque si sale, el brillo del verde es mayor y los niños tirarán el chubasquero y tomarán cubo y pala. Y el padre descansará esa noche de la larga jornada playera en la mesa de un “chigre” con un culín de sidra. Sin agobio. Mirando al cielo por si al día siguiente el “gallego” hace de las suyas y hay que organizar una excursión.
Distintas maneras de vacacionar. Afortunado país en el que puedes elegir entre la inmensa algarabía del Sur y la fresca placidez de los veranos del Norte.

                                                                                            
Ana  María  Mata
(Historiadora y Novelista)