Confieso mi falta de interés por
el proceso soberanista. Que, desde Felipe V y las pretensiones del Archiduque
Carlos se opusieran los catalanes al primero en favor del segundo, y en vista
de los resultados se declarasen -al menos en deseo- contrarios al estado
español, es una cuestión particularísima entre ellos, que al resto de España o
nos deja fríos, o estamos en sus antípodas, por muchas amenazas que el
flequillo abundante del señor Puigdemont haga casi a diario.
Mientras vayamos juntos lo que
allí ocurra nos envuelve al resto del país para lo mejor y lo peor. Por
desgracia los últimos acontecimientos han significado una enorme tragedia a la
que nadie puede mirar con desdén, sino con ojos de horror y de piedad.
Debido a ello, el más somero
análisis de los hechos muestra acciones de descoordinación lamentables que hoy
mueven mi pluma a desarrollar como algo casi incomprensible.
Hasta en dos ocasiones los
Mossos rechazaron la petición de la Guardia Civil para inspeccionar la casa de
Alcanar. Ante la duda de la juez de una simple explosión por manipulación de
elementos para fabricar drogas, conclusión esta de la policía autonómica, la
negativa a que los expertos de la Benemérita dieran su opinión, resulta
sangrante. Y en el caso concreto del Imán de Ripoll, la cadena de fallos ha
sido garrafal. Desde el juez atendiendo a argumentos huecos hasta el abogado
defensor que expresó literalmente que “no parecía un integrista porque iba en
vaqueros”, todo parece una conjunción diabólica a favor del citado Imán. De
otra parte, en los ficheros de la Policía Nacional constaban los vínculos del
tal Satty con un entorno radical salafista en Bélgica.
Los días posteriores a la
masacre han puesto en evidencia la falta de coordinación policial y el pulso
soberanista en Cataluña en la prevención e investigación de la desgracia. No
olvidemos que los dos sindicatos mayoritarios en Policía y Guardia Civil
emitieron un comunicado conjunto para denunciar que se les había impedido
servir a los ciudadanos para que la Generalitat diera imagen de Estado Catalán
autosuficiente.
Nadie en su sano juicio comprende que hoy,
cuando las diversas naciones del mundo se alían entre ellas para reforzar la
lucha antiterrorista, en nuestro país ocurran estos desmanes que debería
avergonzar al catalán moderado y que conserve aún su propio criterio fuera del
partidista y casi aberrante del abducido soberanista.
La vida de un ser humano es
demasiado valiosa para interponer entre ella y el rigor absoluto de
investigación y procedimientos policiales el matiz subterráneo del nacionalismo
contumaz.
Hay que ser muy cerril para
aplaudir gestos como los escritos arriba, la pugna por conseguir medallas en un
lado u otro, en lugar de una unión sin fisuras para intentar el mayor tipo de
seguridad posible. Es cierto que los únicos asesinos son los terroristas, los
que realizan los actos flagrantes y quienes les ayudan a llevarlos a cabo, pero
no estaría de más que todos los ojos avizores de cualquier cuerpo del Estado
estuviesen vigilantes las veinticuatro horas del día.
Como ciudadana corriente, me
duelo de estas fisuras entre nuestros guardianes del orden y me resulta absolutamente
increíble que en una ciudad como Barcelona, a la que tenía como abanderada de
la lógica y del modernismo más audaz, se den estos casos, de consecuencias tan
dolorosas, y al mismo tiempo como extraídos del Medievo, de las luchas
gremiales, y tan anacrónicos como si estuviésemos hablando de una ciudad feudal
en deuda con su señor.
No estaría mal que los adalides
de la independencia repasasen después de los hechos su estado ético y moral.
Ana
María Mata
(Historiadora y Novelista)
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